La sana economía se basa en la confianza. Y los agentes económicos han perdido la confianza en la economía. Los vaivenes de los mercados financieros son sólo el resultado de esa falta de confianza.
¿Pueden los “especuladores” influir en la falta de confianza? Algo sí (sobre todo si disparan desde el privilegiado foro de los medios de comunicación anglosajones), pero no pueden inventársela.
¿Quienes deben velar por la confianza? Las instituciones, los políticos. En el mundo y en Europa en general, y en España en particular, están decepcionando. Faltan líderes mundiales que sean capaces de trasladar confianza a los ciudadanos y a los mercados. El panorama español es desolador: ni el Gobierno ni la oposición generan confianza. Sólo algunas instituciones como el Banco de España, o entidades privadas (como Santander o La Caixa) insuflan algo de confianza, y consiguen que los ciudadanos españoles descarten las tentaciones de tomarse un exilio económico. Muchos lo están haciendo, como ya he comentado en algún post anterior.
En mi opinión, y ya lo he comentado hace días, se está produciendo un desequilibrio muy serio a nivel global. Los políticos (que no están a la altura en general) intervienen a nivel local o estatal, y las empresas tratan de zafarse de ellos, situándose en el ámbito de lo global, donde los políticos no “molestan”. Quien lo consigue avanza; quien no lo consigue, retrocede.
España es un caso típico. Las grandes empresas españolas avanzan en la medida que hacen negocios globales, fuera de España. Y en la medida que no dependen en exceso de un solo país.
Todas tratan de abandonar la liga nacional (en este caso la española), ya que están bloqueadas, en general, por la ineptitud de los políticos y la intransigencia de las fuerzas sociales nacionales: sindicatos, patronales, corporaciones locales o regionales, etc.
Más pronto que tarde (espero) la política de verdad (no la actual que es de florero) llegará al ámbito global, y las ONU, UE, FMI, o las siglas que las sustituyan, tendrán un pode real. Estamos en un país global. Para muchas cosas es obvio (viajar, comunicarnos, comprar, vender, contratar, invertir…), para otras no lo es (pagar impuestos, jubilarse, firmar contratos, pleitear, votar…). Esto ha de cambiar cuanto antes. No hay más remedio.