Viñeta de Forges en El País
Quizá debería comenzar esta entrada de hoy con una alusión al anual "Debate sobre el estado de la Nación" que en estos momentos tiene lugar en el Congreso de los Diputados. Pero no voy a hacerlo por dos razones: primera, porque me trae sin cuidado lo que se debata en el debate; la segunda, porque el anual "debate sobre el estado de la nación" no es nada más que una pantomima a la que me niego a sumarme ni tan siquiera como espectador pasivo. Espero que me perdonen, no es suficiencia moral alguna por mi parte. Es mero desprecio a la hipocresía y el cinismo de que hacen gala el gobierno y la oposición, en mayor medida los primeros que los segundos, sin que ello suponga equiparación de responsabilidades.
De lo que si me gustaría escribir, al menos unas líneas, es sobre la "Operación Palace" que Jordi Évole nos ofreció en la Sexta hace unos días. Me gustó, sin más. Y durante sus primeros minutos de emisión, hasta me creí lo que estaba viendo. No es la primera vez que los servicios secretos, de cualquier Estado, conspiran contra su propio Estado. Y si la razón de la "conspiración" era crear un seudo-golpe-de-Estado para evitar el "golpe de Estado real", pues hasta resulta plausible. Y me lo creí, lo confieso, en esos primeros minutos. Las confesiones al respecto de personas como Mayor Zaragoza, Luis María Ansón o Iñaki Gabilondo, lo hacía creíble. Cuando aparecieron en el "documental" los políticos en ejercicio como Verstringe o Anasagasti, se me cayó la credibilidad: lisa y llanamente era completa y absolutamente imposible que unos vocazas como esos dos hubieran estado en el ajo y callados durante treinta y tres años. Y partir de ese momento me lo tomé como lo que era, y comencé a divertirme. Porque lo que el falso documental de Évole sobre el 23-F ha demostrado palpablemente es: 1) Que los españoles somos bastantes más susceptibles de lo que nos pensamos, lo que no es bueno para nuestra salud mental; 2)
que los medios de difusión nos pueden colar lo que quieran colarnos, lo que demuestra que somos bastante más crédulos de lo que creemos; y 3) que los españoles (en su mayoría mayoritaria) no tenemos la más mínima formación cívica y muchos menos política, y así nos va. Aunque esa falta de formación cívica y política no sea solo culpa y responsabilidad suya sino de una clase política que solo busca asegurarse lealtades y adhesiones inquebrantables.El escritor Antonio Muñoz Molina, en un libro tremebundo cuya lectura me ha dejado absolutamente desasosegado: "Todo lo que era sólido" (Seix Barral, Barcelona, 2013), escrito desde la sinceridad visceral del que está harto de la situación actual del país, responsabilidad casi exclusiva de una clase política corrompida y de una ciudadanía más que conformista que vive en la inopia, y además sabe justificar lo que escribe en datos incontrovertibles, lo decía (lo de las adhesiones y lealtades inquebrantables) contudentemente: "El sectarismo político (de los partidos) les asegura lealtades y adhesiones mucho más firmes que el asentimiento racional, que es reversible porque no excluye el desengaño o el simple cambio de opinión; les ofrece una división del mundo tan radical como las fronteras territoriales de las identidades. Se trata de ser un partido como se es de una raza o una tierra originaria, de ser de izquierdas o ser de derechas con la misma furia con la que se era católico o protestante en las guerras de religión del siglo XVI, tan íntegramente como se era cristiano viejo o hidalgo en la España de la Contrarreforma y la limpieza de sangre.
El siempre sarcástico y certero profesor y analista Álvaro Delgado-Gal hacía justamente hace un año en Revista de Libros la crítica de "Todo lo que era sólido", y a ella les remito para no insistar más en el asunto.
De los partidos políticos y su relación con la democracia podría contarse lo que cuenta la canción popular: "Ni contigo ni sin ti / tienen mis males remedio / contigo porque me matas / sin ti porque yo me muero." Más o menos, pero en lenguaje estrictamente académico es lo que venía a decir hace unos días en El País el prestigioso politólogo y profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Josep María Colomer en un artículo titulado "La larga agonía de los partidos".
Para el profesor Colomer en la calificación habitual de los partidos políticos como un mal necesario, lo más claro es lo primero: los partidos son un mal. Desde que los partidos políticos emergieron en los países institucionalmente estables en el siglo XIX, a menudo bajo el epíteto de facciones, han sido asociados con malas intenciones y con la creación de divisiones sociales a costa de amplios intereses colectivos. Hoy día -añade- en casi todos los países dempocráticos, incluido España, las encuestas colocan persistentemente a los partidos en los últimos puestos en la escala de reputación social. Lo segundo, que los partidos sean necesarios o inevitables, depende de si hay una alternastiva mejor para las tareas que se suponen tienen asignadas: básicamente, proponer políticas públicas socialmente eficientes y seleccionar las personas competentes que ocuparán los correspondientes cargos públicos. Pero en la medida en que la decisión sobre muchas políticas públicas ha ido pasando a manos de organizaciones internacionales -continúa diciendo- y de órganos formados por expertos no-electos, y en tanto que los paquetes ideológicos partidarios han perdido eficacia, los partidos han ido quedando exclusivamente como maquinarias para la selección de cargos públicos. Y cuando esta selección del personal político es endogámica como ocurre en grado extremo en España, debido sobre todo a las listas electorales cerradas, la publicidad de las batallas por los cargos dentro de los partidos no hace más que reforzar la imagen de su impotencia política y alienar aún más a los ciudadanos expuestos a su contemplación en los medios. Blanco y en botella... leche, concluyo.
Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
El periodista Jordi Évole
Entrada núm. 2037
[email protected]http://harendt.blogspot.comPues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)