Revista África

Descripción quasi-científica del blanco agorero

Por En Clave De África

(AE)
La especie humana sobre la cual voy a hablar hoy es, por desgracia, bastante frecuente en África. Quizás en Europa no resaltaran tanto, pero es que aquí, brillan por su color pálido, por su corrosivo tono de voz y por el profundo convencimiento acerca de las cuatro teorías que han Descripción quasi-científica del blanco agoreroconstruido desde que llegaron al país o la zona en cuestión. Encuentran un placer casi pecaminoso en traer a colación – a tiempo y a destiempo – su tema preferido: lo caótica, negativa, decadente y corrupta que es África.

No es que vayamos a negar que no haya elementos desafortunados y criticables (sólo hay que recorrer este blog para darse cuenta que en este tema lo tocamos hasta la saciedad y no barremos la mugrecita debajo de la alfombra) lo que de verdad me cuesta creer y más aún aceptar es que TODO sea negativo y hay que reconocer que tienen verdaderos problemas para ver el otro lado de la moneda. Lo peor es que este tipo de personas pone como contraposición del caos que ven cada día lo que pasa en el respectivo país originario y lo presenta como el obvio paradigma de lo correcto y lo ideal.

Tema estrella del blanco agorero: la corrupción en África. De acuerdo que la hay y a manos llenas, pero ¿acaso no hay en occidente?...pongamos algunos puntos sobre las íes: la corrupción occidental es más de guante blanco, no es tan artesanal y castiza como la del policía de ajado uniforme que pide sibilinamente una mordida porque apenas llega a final de mes y no tiene suficiente para pagar la escuela de sus hijos. La corrupción en su grado más sofisticado es mucho más de influencias, de pasteleo de trajes, joyas y putas caras, de recalificación de terrenos (ancha es Castilla, y mucho más ancha la Costa Brava, la del Sol y la de la Luz), de líneas presupuestarias medio encubiertas, de consultoras y asesorías para amigos y amigotes (o para hijas rumberas, ¿no, amigo Chaves?), de números de cuenta de banco que se pasan discretamente en un correo electrónico o transferencias a las Islas Caimán o los bancos helvéticos. Desgraciadamente, el blanco agorero no quiere ver que en todos los sitios cuecen habas, como si la pestilencia del terruño fuera mucho más higiénica y soportable que la foránea y “de color” que le ha tocado vivir. Él sigue en sus trece y echa su bilis contra todo bicho viviente. NA-DA le parece bien, nadie es lo suficientemente bueno ni lo suficientemente profesional como para medirse con sus habilidades personales o técnicas y, cuando se trata de condiciones de vida... entonces apaga y vámonos.

Recuerdo el caso (ésta era una blanca, no un blanco, a cada uno lo suyo) de una que llegó a trabajar a una región donde la infraestructura de tuberías y de depósitos sépticos era tan elemental que no había manera de encontrar servicios con los estándares que ella esperaba. Todo eran retretes de caduta libera que dicen los italianos, simples letrinas excavadas en el terreno que por lo menos eran efectivas para el contexto donde estábamos y evitaban satisfactoriamente problemas de salud y saneamiento. Pues bien, la blanca malasombra que nos ocupa no paró hasta conseguir que le enviaran desde la capital un servicio sanitario “como Dios manda”, con su cerámica blanca y reluciente, su depósito con flotador, su cadenita y su agua cantarina que se lleva toda la inmundicia y fluidos corporales en un pispás. El caso es que, como no había presión hidráulica alguna porque no había agua canalizada, el pobre muchacho que traía cada día el agua con el borrico tenía que subirse a una escalera para poder llenar el maldito depósito de agua instalado por encima de la cisterna de la señora, un ejercicio que en aquel particular contexto parecía completamente fuera de lugar, casi surrealista. No sé si la persona en cuestión se aventuró alguna a evacuar fuera de aquel sitio, tengo mis dudas; yo creo que cuando le dio un apretón hizo alarde de esfínteres y aguantó lo indecible hasta que finalmente pudo excretar en su inmaculado rincón. Así se las gastan estos elementos.

El blanco agorero no para, siempre tiene algo que decir y que criticar y, como se siente constantemente incomprendido al estar rodeado de seres inferiores que nunca hacen nada bien, tiene que buscarse a otros blancos que le comprendan en su triste destino y con ellos se desahogará a intervalos regulares, echando la pota dialéctica que tanto ardor le produce durante su sufrida jornada laboral. Este proceso tiene lugar con bastante frecuencia en bares frecuentados por expatriados de oenegés: lo mismo que hay gente que se dedica a criar barrigas cerveceras mientras tiran dardos contra una pared, otros se consuelan mutuamente criticando a todo el personal (local, se entiende), a una cultura cuya lengua no entienden ni papa y a todo quisqui que se atreva a no pensar o actuar como ellos. En estas animadas tertulias de los perdonavidas de turno, se oyen frases llenas de veteranía, rotundidad y conocimiento de causa, tales como “en mi vida he encontrado un negro honrado”, “fíate de ellos y ya verás lo que te pasa”, “beber y bailar, eso es todo lo que saben,” y otras lindezas por el estilo (omito las frases con connotaciones más obscenas o políticamente menos correctas). Para descargo de tan estresadas criaturas diré que los asertos más extremos son con frecuencia producto del empacho etílico: a las lenguas también las carga el diablo.

Como las ciencias avanzan que es una barbaridad, en estos últimos años el blanco agorero tiene su privilegiado desfogue digital por medio una página de facebook, en la cual sube las muchas fotos que va haciendo durante sus correrías, acompañándolas con pequeñas variaciones sobre el sempiterno y preferido lema de “mirad, qué primitivos, vagos e inútiles que son. Esto no hay quien lo arregle” De esta manera, pontifican e iluminan a sus amistades y parentelas y les dan una clase magistral de la titánica tarea que están llevando a cabo, enfrentándose día a día a los más temibles elementos.

Lo peor es que cuando me encuentro con este tipo de personas – o cuando no puedo evitarlos – y comienzan a largarme la esperada prédica, me dan unas ganas tremendas de mandarlos a tomar por donde amargan los pepinos. Me pregunto una y mil veces acerca del porqué de su presencia aquí si para empezar no aprecian mínimamente (ni muchos menos aman) a la gente para la que trabajan, no quieren ver los valores que se esconden en su entorno y por eso todo es buena razón para ponerlos chorreando a la primera de cambio. Me pregunto por qué no vuelven a sus países, donde tan bien se está, a esas arcadias felices (!) de donde han venido donde todo es perfecto y civilizado. En muchos casos, si aguantan el chaparrón en África no es por filantropía ni por idealismo, es por el sueldo que cobran, el cual tiene unos pluses mucho mayores que en la jauja occidental de donde son oriundos y posiblemente porque haciendo una labor “humanitaria” en el extranjero, en algunos países estarán exentos de pagar impuestos en casa. Por todo esto, aguantan carros y carretas y aprovechan que en estos países hay una gran carencia de mano de obra especializada para ciertos trabajos, por lo cual habrá que apencar y tragar lo que venga a la espera que amaine el temporal financiero y económico que amenaza a tantas economías.

Hasta que llegue ese dichoso día, los que estamos aquí y profesamos un mínimo amor por esta tierra tendremos que aguantarles lo más estoicamente posible y, digo yo, también de vez en cuando también tendremos derecho a que nos salte el automático y a pararles los pies. Al fin y al cabo, a pesar de lo truculenta, retrasada, perezosa y pobre que sea el África que estos tíos presentan, los africanos no han hecho nada para merecer a tales impresentables.


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