La Comarca del Matarraña, ubicada en la provincia de Teruel, tiene muchos encantos que descubrir. Sus pueblos, a parte de llenarte de una paz infinita, están llenos de rincones encantadores y su belleza es evidente. Habíamos oído hablar de ella y, en un mes de octubre, aprovechando el Puente del Pilar, nos trasladamos hasta allí en una escapada de 4 días.
En la entrada anterior os contamos nuestro primer día de viaje, en el que paramos en Alcañiz antes de llegar a Matarraña, como un alto en el camino. Luego ya nos adentramos en nuestro destino y conocimos el precioso pueblo de La Fresneda, con una Plaza Mayor bellísima, y nos alojamos en Ráfales. Ambos pueblos considerados Patrimonio Histórico Artístico.
En esta entrada os vamos a hablar del segundo día de escapada, que albergaba varias de las joyas de la zona. Una ruta que se adentra en la naturaleza, el coqueto pueblo de Beceite y el impresionante, y de los más conocidos pueblos del lugar, Valderrobres. Un día lleno de imágenes y lugares bastante desconocidos, pero muy disfrutables.
Cuando nos despertamos por la mañana sentimos claramente que habíamos dormido sobre la roca que nos pareció la cama cuando nos acostamos. Definitivamente, la cama era dura, que no decimos que igual eso no sea terapéutico, pero que así, a corto plazo, te deja un poquito destrozado. Por suerte, nos esperaba un maravilloso desayuno que compensó en parte la cama. El desayuno de los campeones, zumo de naranja natural, que parece una obviedad, pero cada vez es más difícil de encontrar, dulces caseros, tostas, huevos, etc.. Maravilloso.
Desde allí, ponemos rumbo hacia Beceite, un pueblo que visitaríamos, pero antes queríamos hacer la ruta del Parrizal. La sorpresa es que nuestro plan no debe de ser malo, porque nos encontramos un atasco en las inmediaciones del punto donde empieza la ruta.
Que sí, que Matarraña es una zona tranquila y no masificada, pero en un día festivo tampoco vas a estar solo. Y ahí estábamos, atascados para acceder al lugar de la ruta, cuando en el arcén apareció una chica para decirnos que el aparcamiento eran 4 euros. Sí, para aparcar en una especie de descampado, a 2 km del inicio de la ruta.
Realmente existe otro aparcamiento justo al inicio de la misma, cuyo precio creo que es el doble, pero es bastante pequeño y para cuando nosotros llegamos ya estaba completo.
Pues nada, a estacionar en el descampado y a caminar los 2 km, en paralelo a la carretera, como nos gusta...
La verdad es que la ruta es una gozada. Es de esas rutas entretenidas que te sumerge en la naturaleza y sin dificultad técnica, eso sí, botas o calzado de montaña es imprescindible, ya que hay que cruzar en varias ocasiones el río. En nuestra visita, no había llovido casi e iba muy bajo de caudal y, aún así, nos vinieron de perlas.
Desde el lugar que comienza la ruta por el camino iréis encontrando diferentes puntos de interés, el primero son los restos de unas pinturas rupestres que están a la derecha de la senda. Las pobres andan un poco descoloridas ya, y gran parte de las siluetas son imperceptibles, pero ahí están, algo que parece increíble sabiendo que están datadas en el año 2000 a.C.
También pasaréis al lado de unas antiguas instalaciones que formaban parte de una mina de carbón.
Más adelante comienzan los tramos de las pasarelas de madera que sobrevuelan el río. Un río de un color totalmente hipnotizante. Entre verde neón y turquesa, que en nuestra visita no tenía casi caudal, pero en las zonas con mayor profundidad dejaba ver perfectamente bancos de pequeños peces en las aguas cristalinas. Una pasada.
El paisaje de la ruta va in crescendo durante el camino, cada vez más bonito y espectacular, tramos en los que hay que trepar por alguna piedra (poca cosa), caminos más estrechos entre la piedra.
La ruta va tocando su fin cuando llegas a la zona de los estrechos. Unos caminos fruto de la erosión del agua, en el que parece que te sumerges en un cañón. Es realmente impresionante y precioso. Lástima que, tras este camino de niños, sentí como por la espalda me recorrió una corriente y me dió tal contractura en un segundo que me quedé tiesa, ni la cámara me podía sacar por el cuello. Muy lamentable.
El que no escribe continuó un poco más adelante por esa zona, que merece muchísimo la pena.
Más o menos, sin tener en cuenta los 2 km que hay desde el segundo aparcamiento al inicio de la ruta, hasta esta zona habrá una hora y media caminando a un paso tranquilo, si te paras a hacer muchas fotos, o vas con niños, que básicamente retrasa el mismo tiempo, pon que se quede en dos horas. Con carrito nosotros no haríamos la ruta, aunque hay parte del trayecto que sí se podría, luego con las pasarelas, río y piedras no lo vemos muy viable.
La vuelta de la ruta se hace por el mismo lugar por el que se llega, no es circular, o al menos nosotros no encontramos la opción de hacerla circular. En total, aparcando en el aparcamiento más cercano unas 3 horas, 3 horas y media. Si te tocan los 2 km adicionales, pues suma 30 minutos más entre ida y vuelta.
Nos gustó mucho incorporar esta pequeña ruta a nuestra escapada por la comarca de Matarraña. Desde allí, pusimos rumbo, directamente, a Beceite, que está al lado.
Lo primero que hicimos nada más llegar fue buscar un lugar donde comer algo. De nuevo era tarde y, cerca de donde aparcamos, encontramos una terraza donde nos prepararon un pica pica, que era lo máximo a lo que podíamos aspirar a esas horas. Fue suficiente, junto con un ibuprofeno para la contractura, para reponer fuerzas y adentrarnos en el callejeo de otra localidad catalogada de Bien de Interés Cultural.
Beceite llegó a tener 9 fábricas de papel, con sus molinos papeleros. Hasta ahora hemos estado hablando de la comarca de Matarraña, pero no hemos dicho que el río principal que atraviesa la región es el Matarraña. En Beceite, se encuentra su cabecera y el paso del mismo con la fuerza y los saltos de agua hicieron de este lugar un enclave excelente para ubicar los molinos y dar vida a las fábricas de papel. Las Guerras Carlistas, la Guerra Civil y la industrialización y modernización posterior han dejado en la región los restos de estos molinos que no pudieron adaptarse a los nuevos tiempos que, durante siglos, dieron prosperidad y empleo a la zona.
Beceite es otro de los pueblos que debe de ser paseado, perderse entre sus calles es la mejor forma de conocerlo y dejarse engatusar por sus encantos.
Y eso fue lo que hicimos, calle arriba y calle abajo, porque sí, hay que subir y bajar. Y disfrutamos mucho de su paz y la armonía de su arquitectura.
Desde allí, pusimos rumbo a Valderrobres, capital de la comarca, a tan solo 10 minutos en coche, probablemente, el pueblo más popular de la comarca y que aparece en la mayoría de listas de pueblos más bonitos de España.
Las expectativas eran altas y, la verdad, es que nuestra percepción del lugar se adecuó a ellas. Valderrobres ya te conquista desde fuera de su muralla, que se cruza atravesando el puente que cruza el río, creando una estampa totalmente bucólica.
Cuando llegamos, la luz había caído mucho, en octubre las tardes son más cortas y, si bien es cierto que pillamos ese sol bonito del atardecer sobre la puerta de entrada al casco histórico, al adentrarnos y perdernos por sus calles, nuestra cámara quería cazarlo todo, muchísimos rincones encantadores, pero que eran difíciles de plasmar con la luz tan escasa.
Paseamos entre calles, sin un destino concreto, solo disfrutando del laberinto de las calles y aprovechamos para tomarnos un café en una de sus plazas en la que había un ambiente fantástico.
Tenemos que decir que para nosotros un viaje o una escapada no lo son sin una obra o un andamio en nuestra visita y Valderrobres no quiso que nos quedáramos con ese resquemor, dejándonos esa bonita estampa en su Plaza Mayor, en la que tomamos el café.
Aquella tarde decidimos que volveríamos a la mañana siguiente de nuevo a este bonito pueblo, para poderlo disfrutar con mejor luz, fue esa disculpa como podía haber sido otra, porque lo que nos apetecía era volver.
Aún así, os dejamos en esta entrada algunas de las imágenes tomadas en aquella bonita tarde, aunque será en la próxima entrada en la que nos extenderemos sobre este lugar.
Y así acabamos la jornada, volviendo de nuevo a Ráfales. A las 21:00 teníamos la cita, de nuevo, para la cena contundente en nuestro alojamiento. Una crema, ravioli y pato. De nuevo, sentíamos que acabábamos demasiado llenos para una cena.
Otro paseíto nocturno por el tranquilo y precioso pueblo que nos dió cobijo. Allí, cuando te metías en la cama (además de notar su dureza) sentías un silencio tan profundo que llegaba hasta a sonar. En segundos caímos en un sueño profundo…
Al día siguiente, más rincones de la Comarca de Matarraña nos esperaban, teníamos que ajustar el planning para introducir la visita, de nuevo, a Valderrobres. Pero era posible, aquella escapada estaba siendo totalmente revitalizante y nos estaba descubriendo un nuevo trocito de España que, hasta hacía poco tiempo, ni siquiera nos habíamos planteado visita. Una zona llena de lugares y rincones maravillosos.
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Revista Cultura y Ocio
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