¿Cuándo una persona descubre que le apasionan las montañas?
Hace casi veinte años, este joven pucelano decidió irse a Jaca (Huesca) a realizar un curso de montaña que le tendría alejado de su familia y amigos durante más de nueve largos meses, aprendiendo un montón de cosas sobre un mundo que hasta entonces le era prácticamente desconocido… las MONTAÑAS.
La aventura comenzó en septiembre de 2004 con las primeras marchas estivales, teóricas sobre material de escalada y cuerdas y muchas prácticas en el rocódromo y en las escuelas de escalada de iniciación en los alrededores de Candanchú.
Al poco tiempo cayeron los primeros copos y nos pusimos las raquetas y los esquís de travesía para empezar con las clases de técnica. Y poco después estábamos foqueando por la Raca (Astún) y haciendo las primeras prácticas con el ARVA de rescate en aludes.
En marzo de 2005, en la estación de Baqueira Beret (Lérida) realizamos la fase de perfeccionamiento de esquí alpino que nos llevaría, pocas semanas después, a ascender el Aneto y el Monte Perdido con nuestras tablas de travesía.
Cuando llegó mayo, con el viaje a Chamonix-Mont-Blanc (Alpes franceses) tuvimos contacto con la escalada en hielo y nos probamos en altura subiendo el Mont Blanc du Tacull, lo que me hizo tener un sentimiento especial al ver esos paisajes desde la cima.
Pero aún faltaba lo mejor, escalar el Naranjo de Bulnes (Asturias), que después de haber trepado vías semiequipadas en Terradets (Lérida) como la Cade, no parecía algo imposible. ¡Pero el Naranjo impone! Vaya si impone, que el primer día nos bajamos en el cuarto largo de la Cepeda porque empezó a chispear, pero al día siguiente, y con los ánimos renovados, nos lanzamos a por la vía original, la primera, la Pidal-Cainejo, consiguiendo hacer por primera vez cima en el Naranjo, sensación realmente indescriptible.
Un año muy duro, mucho esfuerzo físico, muchos conocimientos técnicos que asimilar, mucha presión por parte de los protos para que no te quedases atrás, etc. Recuerdos para toda la vida.