CRISTOBAL COLÓN
El descubrimiento del Nuevo Mundo no sólo fue una empresa descubridora y colonizadora, fue una hazaña científica y técnica. A finales del siglo XV, España y Portugal eran las dos grandes potencias marítimas de Europa. La Corona de Aragón tenía una intensa experiencia marinera por su dominio del Mediterráneo, y la Corona de Castilla mantenía rutas muy seguras en el Atlántico norte, además los marinos castellanos, andaluces, cántabros y vascos comenzaban la conquista de las Canarias.
Por otra parte, Portugal, gracias a la vocación de Enrique el Navegante, llegó a las Azores, conquistó Ceuta en 1415, abrió rutas por las costas africanas, inventó la carabela, una embarcación capaz de maniobrar con cualquier tipo de viento, y fundó la Escuela de Sagres, el primer complejo científico-militar-industrial de la historia. En 1488, Bartolomé Díaz descubrió el paso del sur africano hacia oriente por el cabo de Buena Esperanza, y poco después, Vasco de Gama llegó a la India abriendo la ruta de las especias, y proporcionando riquezas a su Corona. A finales del siglo XV, Portugal era el epicentro astronómico y marítimo de Europa, atrayendo hasta sus puertos a comerciantes, traficantes, mercaderes, etc.
En ese ambiente de innovación técnica en la navegación y organización de expediciones marítimas surge la figura de Cristóbal Colón, quien llega a Lisboa en 1476. Estuvo convencido de que navegando la esfera terrestre hacia occidente es posible llegar a las Indias, demostrando la esfericidad de la tierra.
Pero en aquellos tiempos, cualquier persona culta sabía que la tierra era redonda, algo evidente desde el siglo IV a. C con Aristóteles. Un siglo después, Eratóstenes calculó la media esférica, y de ahí la teoría pasó a Ptolomeo, que afina aún más la medición. Desde el siglo V existieron autores cristianos que defendieron la tesis de la esfericidad de la tierra: Isidoro de Sevilla en sus Etimologías hacia el año 600, o Beda el Venerable a principios del siglo VIII, y después Tomás de Aquino, que completa la teoría de Aristóteles con datos de la astronomía árabe. En las universidades españolas y portuguesas del Renacimiento se enseña que la tierra es redonda y, además, se acepta una longitud casi igual a la actual: 40.000 kilómetros por el ecuador.
En el siglo XII, el geógrafo musulmán El-Edrisi, consideraba al océano Atlántico como “un mar donde nadie sabe lo que hay en él, ni puede averiguarse, por las dificultades que a la navegación oponen las profundas tinieblas, la altura de las olas, la frecuencia de las enfermedades, los innumerables monstruos que lo pueblan y la violencia de sus vientos”. Era llamado Mare Tenebrosum por los cristianos y Mar de las Tinieblas por los musulmanes.
El primer paso en descubrir ese mar de las Tinieblas llegó entre 1341 y 1342, cuando dos barcos de bandera portuguesa redescubrieron las islas Canarias y los archipiélagos de Madeira y las Azores.
Cristóbal Colón poseía cierta información procedente del matemático florentino Toscarelli, al servicio de la corte portuguesa, este era una de las grandes eminencias de la época y afirmaba que el camino occidental hacia Cipango estaba salpicado de islas que facilitaban la navegación. Buscó más información al respecto, hasta dar con el Tractatus de Imago Mundi del cardenal d´Ailly, y con unas medidas escritas por el sabio árabe Alfragano: el ecuador mediría unas 20.400 millas marinas. Pero Colón se equivocó en el cálculo, pues estaban expresadas en millas árabes (2.000 metros), unidad de medida bastante más larga que la milla latina convencional (1.480 metros) usada en Europa. Con lo que reducía las distancias a un cuarto de las reales, sustrayéndole unos 10.000 kilómetros a la circunferencia terrestre.
Con estos cálculos, Colón intentó llevar a la práctica su teoría. Lo que estuvo en discusión no fue la esfericidad de la tierra, sino la distancia que podía existir entre las costas occidentales de Europa y la isla de Cipango. Los portugueses pretendían llegar a las Indias bordeando las costas africanas, cuando en aquella época cruzar el canal de Suez y navegar por el mar Rojo era un suicidio ante el cerrojo establecido por los otomanos. La apuesta de Colón fue atravesar el Mare Tenebrosum, y llegar a Cipango (Japón) y Catay (China).
PeroJuan II de Portugal no tenía ningún interés en romper el Tratado de Alcaçoba con Castilla, que le atribuía la exclusividad sobre las costas africanas, una ruta segura hasta Oriente. Además, los astrónomos y astrólogos portugueses aconsejaron a su rey rechazar la oferta de Colón, acostumbrados a tratar con marinos serios y no con aventureros mesiánicos.
COLÓN Y LOS MONJES DE LA RÁBIDA
Ante la negativa portuguesa, Colón marchó a Palos de la Frontera, relevante puerto de la Corona de Castilla que hierve de iniciativas náuticas, como todo el suroeste peninsular. Se instala en el monasterio de La Rábida, que además, es centro científico con demostrada innovación náutica y cartográfica.Allí confía el plan al monje Antonio de Marchena, astrónomo de renombre, a quien expuso incluso las razones materiales de su proyecto. Este realiza gestiones para llevarlo ante los Reyes Católicos, consiguiendo que el Real Consejo lo examine, pero se desestima al considerar que Cipango está demasiado lejos y el viaje no ofrece garantías.
Un año después, el 20 de enero de 1486, la reina Isabel I recoge de nuevo el proyecto y lo somete a una comisión de expertos en Alcalá de Henares. El veredicto es el mismo: con las medidas reales de la circunferencia terrestre, es imposible llegar en carabela, y además, es altamente costoso. Colón ofreció su proyecto a los duques de Medina Sidonia y de Medinaceli, obteniendo una respuesta aún más negativa.
La Corona de Castilla estaba gastando todos sus recursos en finalizar la Reconquista contra Granada, pero aun así, y a pesar de la opinión de los expertos, Isabel confía en el plan de Colón. Y es que, aunque existían certidumbres científicas bastante asentadas, como la medida real de la tierra y la distancia entre Europa y Asia, por otro lado, existía la certidumbre práctica con un cierto éxito ante la posibilidad de que hubiesen tierras intermedias entre ambas costas, que no mostraban los mapas por no ser descubiertas aún: el Nuevo Mundo. Y esa posibilidad práctica, que no técnica, fue la que motivó a los asesores de los Reyes Católicos a aceptar la aventura, frente a los dictámenes de los sabios. La voluntad política pudo con la sabiduría científica.
En 1491, los Reyes Católicos estaban finalizando la Reconquista, habían establecido el campamento en Santa Fe, a los pies de la ciudad de Granada, último bastión nazarí. Liberada esta ciudad en enero de 1942, la reina Isabel se compromete a llevar a efecto el proyecto de Colón, y el 17 de abril del mismo año, ambas partes firman las Capitulaciones de Santa Fe, mediante las cuales se nombraba a Colón Almirante de la mar Océana, virrey y gobernador de todo lo que descubriese allende los mares y la entrega de la décima parte de todo lo que obtuviese dentro de los límites del almirantazgo. Las exigencias económicas fueron negociadas con el financiero, Luis de Santángel, y el secretario de la Corona de Aragón, Juan de Coloma, consiguiendo dos millones de maravedíes.
Colón marchó de nuevo a Palos de la Frontera, y con la ayuda de su amigo el franciscano Marchena, contactó con los Pinzón. Los hermanos Pinzón (Martín Alonso, Vicente Yáñez y Francisco Martín) se entusiasmaron por la propuesta y decidieron organizar los preparativos. Estos eran reputados navegantes que habían conseguido una fortuna con sus empresas mercantes y organizaron la contratación de la tripulación y la construcción de los barcos. No fue fácil conseguir una tripulación que navegase a rumbo incierto y sin recompensa asegurada, pero la reputación de los Pinzón fue determinante.
La expedición estaba formada por 87 hombres y tres naves: dos carabelas, Pinta y Niña, alargadas, ágiles y muy veleras, fabricadas en Palos de la Frontera para la ocasión, estaban tripuladas por personal andaluz en su mayoría y capitaneadas por Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón respectivamente; y una nao, Santa María, que era la capitana, construida en Santoña, puerto del mar Cantábrico natural de su armador, el marino, cartógrafo y espía de Castilla, Juan de la Cosa. En esta nao viajaba Colón y una tripulación casi toda de origen cántabra y vizcaína.
La carabela y la nao pertenecían a una nueva tipología de barcos más robustos que sus antecesores. Su largura permitía una mejor manejabilidad y su velamen el empleo de velas cuadradas y triangulares indistintamente. Innovaciones, tan importantes, que de no haberse dado ningún viaje por el Atlántico hubiera sido posible hasta algún siglo posterior.
COLÓN EN EL PUERTO DE PALOS
El 2 de agosto, Colón mandó embarcar, y tres días después, zarpar. La primera etapa del viaje son las islas Canarias. Allí se reaprovisionaron, repararon los barcos, modificaron el velamen para ganar seguridad. El 6 de septiembre parten de nuevo, y dos días más tarde enganchan el viento alisio hacia el oeste.
Adentrados en el Atlántico, se dieron una serie de descubrimientos relevantes: los pilotos constataron que la brújula no marca exactamente el norte, la estrella polar, sino que se desvía. Calcularon por primera vez la declinación magnética, la diferencia entre el polo norte magnético y el polo geográfico. Un gran hallazgo científico.
En el mar de los Sagazos, descubren una inmensa extensión de algas que cubre esa parte del océano. Llegaron a pensar que eran aguas bajas y que podían embarrancar, por ello, arrojaron una sonda y comprobaron que se trataban de aguas muy profundas. A pesar de aprovechar siempre el alisio hacia el oeste, también descubrieron que existían vientos hacia el este, de ese modo, supieron que el tornoviaje estaba garantizado.
A principios de octubre, Colón se dio cuenta que sus cálculos estaban fallando y que las islas que esperaba encontrar se habían quedado atrás. La tripulación de la Santa María se amotinó el 6 de octubre. Nunca habían navegado tanto tiempo sin ver tierra y temían por su vida. Finalmente, los Pinzón intervinieron para evitar desastres. Llevaban 1.000 leguas de navegación. El día 10, los propios Pinzón pusieron fecha de regreso si no encontraban tierra. La expedición hizo historia y en la noche del 12 de octubre de 1492, un sevillano vigía de la Pinta, Rodrigo de Triana, gritó "¡Tierra!", fue el primero en avistar el Nuevo Mundo.
EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA ES HASTA EL MOMENTO EL MAYOR HALLAZGO GEOGRÁFICO DE OCCIDENTE
Se trataba de la isla San Salvador (Watling) perteneciente al archipiélago de las Lucayas (Bahamas). Durante aquellos primeros días descubren la placidez de las playas y las feroces tormentas, toman contacto con la población autóctona y avistan los primeros ejemplares de flora y fauna exótica.
Tras hallar el archipiélago de las Antillas mayores, entre el 28 de octubre y el 5 de diciembre de 1492, las naves se movieron por la costa oriental de Cuba. Colón creyó que esta isla pertenecía a Catay, se vio mucha vegetación y frutos, pero no se vio grano de oro alguno ni noticias de la corte del Gran Khan. Y es que no fue hasta la muerte de Colón cuando se verificó que las tierras descubiertas no eran parte de Asia, sino de un nuevo continente.
Alcanzaron la isla La Española (Santo Domingo-Haití), el 6 de diciembre. Fue en esta isla donde establecieron la primera colonia cristiana en América un 24 de diciembre y a la que llamaron Fuerte Navidad. La nao Santa María encalla en un arrecife de la costa de esta isla, por lo que la mayoría de los tripulantes se ofrece voluntaria para quedarse en el fuerte y así buscar oro, aclimatarse al lugar y aprender el idioma de los indios. Con los restos de la nave encallada construyen un fuerte, mientras que su patrón, Juan de la Cosa, regresa a España.
La expedición de regreso parte el 16 de enero de 1493, quedando en la colonia Navidad 39 hombres al mando de Diego de Arana. Antes de llegar a la península Ibérica, sufre una tormenta que separa a ambas carabelas; mientras que una llega a Palos de Moguer el 15 de marzo, otras se encalla en las costas gallegas.
La noticia causó furor en la Corte española. A finales abril, los Reyes Católicos recibieron a Colón como a un héroe en la ciudad de Barcelona. Toda Europa conoció su proeza gracias al relato que el marinero escribió sobre su viaje. La Carta de Colón es el primer documento impreso referente a la historia de América, un relato pormenorizado del mayor y más importante descubrimiento geográfico del hombre. El texto se tradujo al latín y recorrió con rapidez las cortes europeas, como en él podía leerse, para que la Cristiandad celebrase con “alegría y grandes fiestas” tan heroica hazaña.
LOS CUATRO VIAJES DE CRISTOBAL COLÓN