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Publicado el 18 septiembre 2011 por Jorgemaruejouls @jorgemaruejouls
La observa desde una de las mesas de la cafetería. Un rostro sujeto a un vago recuerdo, el cual no valdría la pena ubicar en el tiempo. Los recuerdos que importan se plantan atrapándote en el pasado durante un instante. Pero quien era esa catalana algo entrada en carnes, pudo apreciar que correspondía a su mirada, pero la suya no observa, sino que juzga y sobreentiende. Interesante pensó, escarbando ahora en sus recuerdos algo intrigado. Pequeños ojos dados al llanto o tal vez la mueca heredada de alguna abuela adicta al melodrama, tez pálida y demasiado blanca, turgentes pechos, labios refregados por la recurrente yema de sus dedos.Al día siguiente volvió al bar -¿nos vamos asar aquí?- formulo la pregunta conservando esa cortesía que él detestaba tanto en las mujeres. El café con leche quemo su paladar ahogando la hipócrita sonrisa con la que pretendía responderle.Sabía que el secreto era no mostrarse al principio, no ser descubierto, escurrirse lentamente. Ella giro algo más su espalda como intentando refugiarse en su intimida, de esta manera su perfil quedaba cubierto por los bucles de su melena, mientras intentaba escapar del roce de la pluma que cincelaba su cuerpo. Imposible no percibir la labor del escritor. Cuando se levanto lo sonrojado de su aspecto delato el fracaso de su postura, avergonzada se marcho con una sonrisa que había dejado de pertenecerle.

Bajo la difusa oscuridad que nubla todos los recuerdos que conservaba de su niñez, se plantaba ella ante su íntimo sentido de inferioridad, sus movimientos naturales, habituados a la vida, envuelta por la etérea seguridad que da el hogar. En aquel momento no se atrevió ni tan solo a mirarla como una chica, su porte le trasmitía una ambigua incomodidad. El sexo que atolondraba cada uno de sus movimientos mantenía una dialéctica imposible con aquella mujer, sí porque si algo había alcanzado la mayor de las Dull, era la plenitud de su feminidad. Jorge no trabajaba en la zapatería de su tía, pero accedía habitualmente a llevar todos los encargos que se hacían del bar Dull, nunca comprendió porque no se los probaban en la tienda, tal vez porque su tía tampoco entraba en el bar. -Me han dado estas bolsas, con ellas el pie entra con mayor facilidad en el zapato- índico, tan solo con un ligero movimiento del brazo, como si para acercarse tuviera que recibir una especie de aprobación. Ella dio un paso y la cogió de sus manos, volviendo al instante a su posición anterior, desde donde empezó a descalzarse mecánicamente, un ligero vaivén le aconsejo apoyarse en el sofá, mostrando ahora con total libertad sus piernas, mientras él miraba embobado como si fuera incapaz de descifrar aquello que ocurría ante sus ojos.

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Misteriosamente había almacenado durante todos estos años la actitud de aquellas curvas, recuerdo que lustraba con máxima eficacia las ahora bondadosas carnes de la catalana. Pasaron algunos días sin que apareciera por la cafetería, Jorge empezó a desayunar en la terraza por si ella había decidido cambiar de local, daba por sentado que trabajaría en las inmediaciones y que la plaza era lugar obligado en su camino. No tenia razón para esta afirmación pero renunciaba aceptar que estaba sujeto al libre albedrío de las circunstancias. Pero al cabo de unos días volvió, un saludo rápido acompañado de la mueca de una sonrisa, vasto para darle la espalda en la mesa continua, iba con una burócrata parlanchina que dejaba pocos recodos donde la mayor de las del Dull pudiera agregar algo a la conversación. Encogía el pie descargando algo de la tensión que disimulaba el tono de sus escasas palabras, era como si temiera el efecto que tendrían. La importancia de esa conversación se le mostraba con toda su intimidad, aunque ella no escogió el lugar, tampoco puso reparos a sentarse en la mesa continua a la suya, eso sí, le dio la espalda para no verse distraída por su mirada.

Aunque sus pantorrillas, extremadamente blancas, habían dejado de ser aguerridas era delicioso ver como las contraía, pero las palabras de la intrusa parlanchina chirriaban en sus oídos. Ahora podía apreciarque se había cortado el pelo, cuando entro casi no se fijo, sabia que su aspecto acusaba el desgaste de la noche anterior y una insustancial coquetería le hizo bajar la mirada, el bajar la mirada ante su presencia parecía el eco de algo lejano. Intuyo la transpiración que podía nacer del roce de la pantorrilla con aquel muslo. Ahora pudo distinguir un minúsculo lunar en su pie o tal vez era el peso de un recuerdo incomodo, ella apoya su pierna derecha al suelo, su forma, era simplemente exquisita, perfectamente depilada, la adivinaba tersa, podía imaginarse el dorsode su mano deslizándose por su empeine. Tuvo que pedir una botella de agua, su boca se había secado completamente, pero se engaño volviendo a culpar a la borrachera del día anterior. Era imposible que aquella estupida parlanchina no se hubiera percatado de cómo miraba a la mayor de las del Dull.

Escurias era un pueblo que la daba la espalda al mediterráneo, la mayoría de su gente vivía en las manzanas alejadas del mar, las de primera línea se utilizaban solo para el turismo de verano, por lo que en invierno las playas se convertían en un sitio poco transitado, un sitio evitado. Su pasado como el de la mayoría de pueblos de costa, te hablaba de pescadores, de mujeres esperando su vuelta, de niños y ancianos en sus puertos salando el pescado o en sus playas estirando las redes, pero eran voces antiguas, demasiado lejanas, guardadas todas ellas en las fotos que colgaban en la casa de la villa. El mar es ahora donde nace el frío, la humedad, la arena que se mete en los ojos con la tramontana, si aquella que corta los labios. Aunque a la mayor de las del Dull nunca se le cortaron, por más noches que fuera a fumar a la playa que había detrás del bar, en ocasiones alargaba su estancia en la playa viendo una formación de rocas que nacían al fin de esta, no es que le atrajera dichas rocas, sino que jugaba a encontrar las ropas del muchacho que en algún momento el viento delataría. Sí, había descubierto que no era la única que visitaba aquel lugar. El chico de la zapatería también se gustaba de él, por lo visto escribía, era algo que hacia con frecuencia y en cualquier sitio gastaba esas libretas pequeñas Enri, en ocasiones escucho la intriga de algunos del pueblo sobre el tema de lo que tratarían sus letras, pero eso a ella no le interesaba, tenia la injustificada seguridad de que escribía sobre fantasmas, como sino hacerlo delante de un mar tan oscuro y en lugar tan solitario, la verdad es que a ella no le importaba nada del muchacho pero sentía un atracción hacia la debilidad que mostraba hacia ella, la fragilidad del chico gozaba para ella de una intima sensualidad, una noche tardo más de la cuenta en reconocer sus ropas y como recompensa se acerco a él: -¿Has encontrado algún fantasma esta noche?- él no pudo entender sus palabras. -Ven conmigo- la siguió como el niño que creía haber dejado de ser. No había cabida para la curiosidad, esta es el fruto de la incertidumbre, lujo que no se podía permitir, lo suyo acabaría con el peso de unas cajas, la palanca de un mueble o si tenía suerte el encargo de unos nuevos zapatos, algo que le daría la oportunidad de volver a sentirse perturbado ante sus pies desnudos. Pero no pasaron por el bar, ni siquiera se detuvieron en las estancias principales de la casa, fueron directamente a su habitación, se encontraba nervioso ante tal regalo, ante tal intimidad compartida. Era una habitación excesivamente sobria, solo un par de cuadros de Roura acompañaban las paredes, la inexactitud de las formas del cuadro bailaban en el espacio intemporal en las que navegaban las fibras de sus nervios. Todo era acompasado, minibalísticamente calculado, todo menos la cama donde abultadas sabanas ocasionaban formas curvilíneas, entre estas pudo distinguir una prenda personal que sobresalía con total impunidad, avergonzado se apresuro a desviar su mirada. Ella desde el reflejo del espejo de su cómoda lo observaba con la misma naturalidad de siempre, mientras lo hacia jugaba con uno de los bucles de sus cabellos, ahora como si hubiera tomado conciencia real de su presencia le pregunta:

-Te gusta mi cabello- él movió la cabeza instintivamente, al cabo de un momento sus palabras alcanzaron su movimiento –si es muy bonito.

-¿Qué escribes?- se acerco de la misma manera que se acercaba a recoger los zapatos que él le traía, le quito su libreta, algo que él no había permitido a nadie hasta ahora. Pero ni siquiera leyó sus letras, paso la paginas rápidamente como buscando un dibujo, luego tiro la libreta sobre la cama, ya se había librado de aquello que el muchacho utilizaba de escudo. Aunque llevaba años descalzándose en su presencia nunca la sintió tan bajita, tal vez porque nunca la tuvo tan cerca, lo que se mantenía igual era el poder que su presencia ejercía sobre él. Se desabrocho los primeros botones de su camisa dejando al descubierto unos sujetadores negros, pero no fue hasta que imagino su regios pezones atrapados en la satinada tela que no perdió el control, no es que a partir de es momento se abalanzara sobre ella, sino que perdió toda la fuerza que habitaba en su voluntad convirtiéndose en una especie de autómata con problemas respiratorios.

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Ella se acerca y lo besa aunque el hecho de introducir su lengua en su boca inmóvil nose si se podría llamar beso, el sabor a tabaco de la mujer lo aleja más si cabe de lo que le esta ocurriendo. Su menudo cuerpo se ha pegado al suyo y ahora le frota con insistencia su pelvis sin que el pueda reprimir una ajena erección. La libertad de su sexo le muestra su derrota por las sacudidas. La escandalosa esencia resbala entre su ropa interior llegando a mojarle las piernas, en la mirada de ella se dibuja una desilusión pero al instante la comisura de sus labios replican irónicamente ante el triunfo buscado.

-ya te puedes ir- le ordena, pero él esta absorto viendo el pequeño lunar de su pie izquierdo, en ese ocasional refugio se extraña que nunca se hubiera percatado de su existencia. Ella repite sus palabras buscando que estas suenen más dulces, pero él sigue sin moverse aunque ahora observa su libreta que continua sobre la cama, justo al lado de las misma bragas del principio, ella al percatarse le indica que la coja acrecentado su sonrisa al ver como teme rozar su ropa interior.

Al cabo de unos minutos la parlanchina funcionaria se marcho, ella le dijo que se reuniría con ella en la oficina y que allí seguirían revisando el proyecto cuando se hubo marchado su compañera se giro y mirándolo, le interrogo: -sigues buscando fantasmas muchacho- él avergonzado se levanto y se encamino a la salida sin tan siquiera recordar la cuenta, cuando estuvo en el umbral de la salida se giro y recogió sus pasos cabizbajo, pero esta vez no miraba ningún lunar. Solo en su incipiente sonrisa se adivinaba el peso de su venganza.


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