De las múltiples cartas que Teresa de Jesús pudo dirigir al prior de la Cartuja sevillana de Santa María de las Cuevas, solo se nos ha conservado esta, de 31 de enero de 1579.
¿Quién era este buen amigo y colaborador de la Santa? Nació en Sevilla hacia 1489/1490, aunque la Santa reivindica su origen abulense: “era de Ávila, de los Pantojas” (F 25,9). Ingresó en la Cartuja de Santa María de las Cuevas (Triana, Sevilla) a los 18 años. Ocupó diferentes puestos de responsabilidad en su Orden, y en 1567 fue elegido prior, cargo en el que estuvo hasta edad muy avanzada, y en el que cesó tan solo dos años antes de su muerte (ocurrida en el mismo año que la de la Santa, 1582). De hecho, la Santa lo denomina en ocasiones “el santo viejo” (Cf. Carta a la M. María de San José, en Sevilla, Toledo, 9 de enero 1577). Teresa lo menciona con frecuencia en su epistolario, haciendo referencia a cartas que se han intercambiado o pregunta por su salud, da recuerdos para él… Prueba de la relación que los unía es el hecho de que fray Hernando le pidió leer su libro Camino de Perfección: «¡Oh, cómo quisiera enviar mi librillo al santo prior de las Cuevas, que me le envía a pedir!» (Carta a la M. María de San José, en Sevilla. Toledo, 9 de abril 1677).
El P. Tomás Álvarez, refiriéndose a la correspondencia teresiana, afirma que “los mejores servicios de mensajería se los prestaron personas intimas”. Así podemos verlo en esta misiva, que va acompañada de otra que la Madre escribe a la comunidad de descalzas de Sevilla. El prior de la Cartuja, Hernando de Pantoja, le servirá de mensajero.
La situación que está detrás de esta carta es una grave crisis que sufre el Carmelo sevillano. El nuncio Felipe Sega había depuesto de a Jerónimo Gracián del cargo de visitador y otorgado al provincial de los carmelitas calzados, Diego de Cárdenas, autoridad sobre los descalzos. Aprovechándose de ello, Cárdenas, abrió un proceso al Carmelo sevillano, depuso de su cargo a María de San José, la priora, después de someterla a numerosas vejaciones personales, extendiendo calumnias contra ella y Gracián, y privándola de voz y voto. En su lugar, había puesto al frente de la comunidad a una joven sin experiencia ni talento que las había denunciado a la Inquisición, Beatriz de la Madre de Dios (la “negra vicaria” la llamará la Santa). Las monjas se encuentran desamparadas, asustadas y confusas, sometidas a agotadores interrogatorios que las confunden y les obligan a confesar sucesos que nunca tuvieron lugar. Además, no se les permite comunicarse con la Madre Teresa. En efecto, Diego de Cárdenas había dado orden de requisar cualquier carta de la fundadora que llegase a la comunidad. Teresa lo sabía, y toma precauciones para comunicarse con sus hijas:
«Esa carta envío abierta por que, si las tienen puesto precepto que den las que recibieren mías al provincial, dé vuestra paternidad orden cómo se la lea alguna persona, que podrá ser darles algún alivio ver letra mía».
No solo eso, sino que las monjas fueron obligadas a entregar las cartas que tenían de Teresa, que fueron remitidas a Felipe Sega: «…otras muchas persecuciones que han pasado, hasta hacerles dar las cartas que yo las he escrito, que están ya en poder del nuncio».
En este contexto, se redacta esta misiva. En ella, dos temas son los más destacados. Por un lado, esta situación de angustia que atraviesa la comunidad, junto a la petición de la Santa al prior de las Cuevas para que esté cercano a las monjas, y las oriente y consuele. Por otro, la recomendación para que fray Hernando busque colocación a un joven (que es portador de la carta), ya que el frío de su tierra de origen le perjudica la salud. ¡Tanta gente acudía a Teresa en busca de ayuda!
En la carta, observamos la distinción constante que la Santa establece entre las monjas originarias que fueron con ella desde Castilla a fundar a Sevilla y las nuevas que han ido entrando en el Carmelo hispalense. Por tres veces, escribe a lo largo de la misiva: “las que están allá que fueron conmigo”, “las que son de por acá”, “esas monjas que de acá fueron”. Frente a ellas, están “las que han entrado ahí”, “una de las que han entrado ahí”, “las de allá”. De las primeras, a las que conoce bien, se fía plenamente, e incluso piensa que la situación tan compleja que viven les puede servir para madurar espiritualmente, con la certeza de que no se quebrarán. Recordemos el elogio que haría de su valor en el Libro de las Fundaciones: «me atreviera a ir con ellas a tierra de turcos» (F 24,6). Por las otras, teme, ya que, como nuevas y sin experiencia, están necesitadas de formación y de una ayuda para asimilar lo vivido, algo que no se les puede prestar por ahora. Por otro lado, las de Castilla se encuentran en una situación de desventaja, ya que las sevillanas tienen más crédito ante la autoridad en este momento (“son más creídas de quien las trata”). De hecho, una de ellas había sido puesta al frente del Convento.
Para Teresa, más allá de rencillas personales o corporativas, el demonio es el agente que está detrás de todo lo malo que sucede en esa comunidad: «esta guerra que las hace el demonio», «ha hartos días que anda el demonio por turbarlas», «se han de venir a descubrir las marañas que ha puesto el demonio en esa casa», «el demonio no puede sufrir ahí descalzos ni descalzas, y así las da tal guerra».
Frente a él, hay que poner en orden de batalla a aquellos aliados que pueden combatirlo: «el glorioso San José ha de sacar en limpio la verdad», «ayude vuestra paternidad al glorioso San José». Y, más aún, el propio Cristo: «ha de tornar Su Majestad por sus siervos y siervas», «Su Majestad que las conoce las amparará y dará a vuestra paternidad caridad para que haga lo mismo». Ello le lleva a decir que, a pesar del descrédito y fracaso por el que atraviesan, ella está “confiadísima” en que todo se arreglará, y “se han de venir a descubrir las marañas”, como así fue.
Puedes leer la carta en este enlace.
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