Revista Cine
Desde la terraza: desencuentros de pasiones a destiempo.
Publicado el 18 febrero 2011 por Asilgab @asilgabCuando se estrenó Desde la Terraza en 1960, la luminosidad de la década dorada de los años 50 de Hollywood se iba apagando. Un desgaste que también acusa este melodrama basado en la novela homónima de John O’Hara, donde la fría mirada de Paul Newman nos va marcando las distintas fases en las que se divide la película, si bien al inicio, su mirada se vuelve más calidad y brillante tras la figura de Joanne Woodward (su mujer en la vida real). Un encontronazo (from the terrace) poseído de una tensa e intensa tensión sexual que sirve de título al film.
El primero de los desencuentros al que se tiene que enfrentar el joven Alfred Eaton (Paul Newman) es a su propio padre, pues éste no le perdona que no haya sido él en vez de su hermano mayor el que falleciera en plena adolescencia. Una confesión paternal que se queda grabada en la inquebrantable memoria del hijo despreciado, que por otro lado, cuenta con el apoyo de su madre, alcohólica, adúltera y abandonada a su suerte por su marido, y que en esta ocasión, es interpretada espléndidamente por Myrna Loy, bajo la clave de las mejores interpretaciones femeninas de mujeres derrotadas made in Hollywood.
Con este planteamiento, no es de extrañar que el emprendedor Alfred Eaton quiera salir adelante fuera de la protección familiar a su vuelta de la guerra. Un regreso marcado por los desencuentros familiares que le arrastran a buscar su propia fórmula de éxito. Una ambición sin límites que le llevará hasta la joven y bella adinerada Mary St. John (Joanne Woodward), y de ahí, al segundo de sus desencuentros, en el que Paul Newman va volcar todas sus dotes de seductor de mirada fría y aterciopelada que vuelve locas a las mujeres, para hacerse con el corazón, que no con el dinero, de su bella prometida.
Cuando parece que su aburrida vida no va hacia ninguna parte, un fatal incidente en el que salva la vida a uno de los nietos de un poderoso magnate de Wall Street, hace que éste, al sentirse en deuda con él, le haga una oferta de trabajo, y es a partir de aquí, cuando se produce un cambio tanto en el propio Newman como en el desarrollo de la película, pues el guión del melodrama deja a un lado la desazón del sueño americano, para girar 180º y fijarse en las relaciones de pareja que desembocarán en el fracaso y adulterio por parte de la esposa. Una Joanne Woodward abandonada por su marido, que establece una separación directamente proporcional entre su vida conyugal y el camino que le separa hasta llegar a ganar sus primeros cinco millones de dólares antes que su padre. Una carrera que no tiene meta, pero que el emprendedor Eaton la lleva grabada a fuego en su corazón. Una vez más, el corazón caliente de Newman no escatima esfuerzos para conseguir sus metas, pero a medida que pasa el tiempo, y sucumbe a partes iguales a su sueño y a la tiranía de su jefe, se va acercando cada vez más a su tercer desencuentro, que le llevará a su fracaso matrimonial y su más que probable divorcio. Lo que confronta a la moralina de los grandes financieros y sus más grandes familias, que no pueden permitir que un fracaso familiar enturbie el negocio y su brillante carrera profesional, por lo que llegados a este punto, es mejor negociar a escandalizar.
El dilema moral de Newman se verá reconfortado por Ina Balin, una mujer a la que conoce accidentalmente, y que en esta ocasión, representa la redención de todas las miserias de su vida, pues es la oportunidad de volver a recuperar una mirada limpia.
Desde la Terraza, en sí misma, no es una gran película, pero sí posee todos los ingredientes para que hubiese llegado a serlo. Un naufragio en el que cabe destacar, el gran oficio de Paul Newman y la electrizante química con su mujer Joanne Woodward, una relación, donde al menos, las miradas saltan chispas, pero que no es suficiente para salvar un largo metraje que va cambiando, según lo hace la mirada de su protagonista, y que en esa difusión de temas a tratar (fracaso familiar, necesidad de éxito, fracaso conyugal, posibilidad de iniciar una nueva vida), sin llegar a centrarse en uno de ellos, hace que pierda intensidad y credibilidad. Todo ello, al margen, de su poca consistencia al paso del tiempo.