Morella, abril 2019.
“Somos cáscara, / algo que cuelga con pinzas / en el tendedero, / movidos por el aire, / hartos de tanto miedo”. Sara Herrera Peralta ya nos reconoce como algo que cuelga, al aire, lleno de miedo. Cómo ellos, los alumnos, pasan y nos mueven, nos remueven. Ahí colgados, sujetos con las pinzas que nos impiden seguir el rumbo de ese viento que se los lleva. Ahí fijos, como el árbol sin nombre, sin fecha de aniversario. Se apoderan de toda la savia, quedamos secos. Cada fin de curso quedamos marchitos, como si nos saquearan la energia y nos absorbieran la juventud y nos robaran la vida fuera de esas cuatro paredes. Como si fuéramos castigados, sin salida, destinados a envejecer allí dentro aun manteniendo el deseo de serles útiles de nuevo, tras la siguiente despedida. El paso de los años, de los cursos, de sus vidas por la mía, hacen que deba parar cada fin de ciclo y darme cuenta de que su vida sigue y la mía parece haber parado. Que septiembre iniciará otros caminos, de los que seré espectadora, árbol de cobijo, pero que volverán a pasar y a seguir y a crecer y yo continuaré en el mismo lugar. Quieta en la copa del árbol, cambiando el nido para acomodar a los nuevos. Como dice Rosa Berbel: “Y seguimos aquí, ahora de día, / acostumbrando el cuerpo a los milagros, intentando creernos / una a una.” Creer que seguimos creciendo, que ellos también nos alimentan. Que son un milagro en el que debemos confiar. Creer, solo nos queda eso.
Morella, abril 2019.