Fue John F. Kennedy el que nos aleccionó con aquello de que no nos preguntáramos qué podía hacer nuestro país por nosotros sino qué podíamos hacer nosotros por él. De las pasadas elecciones europeas ha surgido en España un movimiento denominado Podemos, al albur del 15M, que, con escaso bagaje y en apenas cuatro meses de vida, ha obtenido cinco escaños en la eurocámara de Estrasburgo. Uno de ellos lo ocupará una cartagenera de 36 años, Lola Sánchez Caldentey, candidata número cuatro en la lista encabezada por el mediático profesor universitario Pablo Iglesias. Lo suyo es el vivo ejemplo de que, también en el proceloso mundo de la política, las ilusiones se cumplen, como en los cuentos de la infancia.
Porque Lola es el exponente de esa generación perdida de españoles sobradamente preparados pero condenados a un exilio forzoso. Y no por una guerra fratricida, que menos mal. Ella, superviviente de los contratos y los sueldos basura, que no ha parado de formarse, de trabajar incluso fuera de su país, de aprender idiomas para luego sólo usarlos sirviendo paellas a los guiris en verano. Así es que nadie le podrá decir después que no fue cocinera antes que lo otro. A su edad, no le duelen prendas en reconocer que algo ha debido de fallar en nuestra sociedad para que sus padres le tuvieran que ayudar a llegar a fin de mes o que su abuela, con una escuálida pensión, le tenga que comprar las botellas de butano. Lola reconocía su frustración mientras se preguntaba una y mil veces en qué había podido fallar o equivocarse para no poder alcanzar una cierta estabilidad, para tener una casa que sea un hogar, para ser madre o acaso para sortear la incertidumbre de saber cuál sería su morada en los próximos meses.
Su panorama es el de tantos otros compatriotas, sumidos en la desesperación más insondable, a los que por robarles les han robado hasta los sueños y, como ella misma expresara, no ya el futuro, sino el presente, el día a día. La generación a la que pertenece Lola, asqueada hasta la extenuación, cree saber quién tiene la culpa de todo esto. Y por eso dirige sus focos hacia los políticos convencionales, aquellos que nos vendieron la democracia desde la época de la Transición a precio de saldo. Ese es el enemigo al que quieren combatir Lola y los suyos. Y desde ahora, ella lo hará sentada en un escaño en el corazón de la vieja Europa, armada de humanidad y empatía, que esas, reconoce, serán sus principales defensas frente a los que se agarran al sillón y desconocen lo jodido que cuesta salir adelante. Porque ahora toca humillarlos a ellos, vaticinaba la flamante eurodiputada, allí, en sus propios cortijos de poder. Y sobre todo, añade desde una manifiesta rebeldía, con el vivo ejemplo por delante.
['La Verdad' de Murcia. 12-6-2014]