Durante mucho tiempo sobrevoló la figura del locutor de radio Ángel Álvarez la leyenda de que era piloto de aviación civil. A este asturiano enamorado de la música le deberemos para siempre varias generaciones de españoles, como es el caso de la mía, que nos permitiera descubrir a cantantes y grupos absolutamente inéditos en nuestro país. Desde la década de los cincuenta, Álvarez viajaba con asiduidad a Inglaterra y, sobre todo, a los Estados Unidos, de donde solía traer los discos que adquiría en Nueva York o Los Ángeles y que luego pinchaba en sus programas.
En 1960 comenzó a emitirse ‘Caravana musical’ en La Voz de Madrid, un espacio al que se engancharon muchos incondicionales aun a pesar de la dificultad para escuchar su emisión de onda media fuera del área metropolitana de la capital de España. A este seguirían otras propuestas que Álvarez puso en antena desde los micrófonos de Radio Nacional de España, hasta que en 1963 llegó a Radio Peninsular su ‘Vuelo 605’, que luego pasó a emitirse por otras cadenas, con una longevidad envidiable, avalada por su incondicional y selecta audiencia y el inestimable patrocinio de El Corte Inglés. Aquel aval lo obtuvo por su amistad, motivada por el paisanaje, con el presidente de ese emporio comercial por excelencia, Ramón Areces.
Esa radio en la que Ángel Álvarez irrumpió en la década de los sesenta, tan alérgica a las canciones en inglés, solía programar fundamentalmente música nacional, también llamada canción española, en detrimento de casi todo lo que sonara a extranjero. El crítico Diego A. Manrique considera inmensa la apertura musical que esta innovación supuso para nuestro país. O la savia nueva que Álvarez aportó con sus discos de importación, como los de unos chicos melenudos de Liverpool que se hacían llamar The Beatles, el sonido Nashville, el rock de un tal Elvis Presley o el folk de los entonces desconocidos Pete Seeger y Bob Dylan. Por cierto, la primera vez que trajo a España una grabación de este último y se la mostró a otros radiofonistas emblemáticos como Rafael Revert, Fernando Salaverri o Ramón Trecet, los tres se preguntaron quién sería ese tipo, creyendo estar escuchando a un viejo, cuando por entonces el genio de Minnesota era apenas un veinteañero que iniciaba su carrera.
Carlos ‘Charlie’ Domínguez, que empezó siendo un fiel oyente de sus programas, llegaría a convertirse con el paso del tiempo en parte consustancial del universo de Ángel Álvarez, erigiéndose en su guionista definitivo. Una voz que permaneció en el dial a lo largo de 44 años y su programa, en antena, a través de diferentes cadenas radiofónicas. El último lo emitió en junio de 2004, en la emisora M-80, falleciendo el 22 de agosto siguiente, por lo que este mes se cumplirán veinte años de su marcha. Tenía 84 años y había enfermado unos meses antes.
En ‘Las claves del Vuelo 605’ (Piezas Azules), publicado en 2023 por el economista Javier Lodín González, el autor profundiza a través de una somera investigación sobre cientos de guiones y grabaciones que la hija del locutor puso a su entera disposición. Es una prolongación de otro trabajo suyo, titulado ‘Música y leyenda. La historia del proyecto musical de Ángel Álvarez’ (2020). El prólogo lo redactó el legendario compositor y creador del grupo Los Relámpagos, Pablo Herrero, fallecido a finales del pasado año. Cada capítulo contiene una lista de Spotify con las canciones a las que se hace referencia en el mismo. En ellos se relata la relación con Álvarez del propio Rafael Revert, colaborador suyo en sus inicios y creador de Los 40 Principales en la SER, o de José Miguel López de Haro, histórico profesional de Radio Nacional de España, entre otros. Para el veterano radiofonista Wenceslao Pérez Gómez, fue “uno de los mejores informadores de la música que se hacía en el mundo”.
Con una intensa vida profesional en el dial, jalonada por merecidos reconocimientos, Álvarez obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Radio en 1972, el Ondas en 1996, la Antena de Oro en 2000 y el Premio de la Música en 2002. Por cierto: nunca fue piloto de Iberia; ejerció de radiotelegrafista, un oficio que compatibilizó con su denodado amor por la radio y en el que, dicen, fue tan bueno como, a través de su voz personal, intimista y cálida, resultó ser ante ese micrófono que le transportaba a través de las ondas. Ahora que se cumplen dos décadas de su adiós, conviene que las nuevas generaciones sepan que con él empezó todo, mediante ese inconfundible fraseo que aún estremece: “Desde Vuelo 605, te habla Ángel Álvarez”.