La sociedad vive, la sociedad marcha, los pueblos sufren cambios y vicisitudes, los individuos obran. ¿Quien los impulsa? ¿Es la fatalidad? ¿Hemos de suponer la sociedad humana abandonada al acaso, o regida sólo por leyes físicas y necesarias, por las fuerzas ciegas de la naturaleza, sin guía, sin objeto, sin un fin notable y digno de tan gran creación?
Esto, sobre arrancar al hombre toda idea consoladora, sobre secar la fuente de toda noble aspiración, sobre esterilizar hasta la virtud más fundamental de nuestra existencia, la esperanza, equivaldría a suprimir todo principio de moralidad y de justicia, de bien y de mal, de premio y de castigo; sería hacer de la sociedad una máquina movida por resortes materiales y ocultos. Referiríamos impasibles los hechos, y nos dispensaríamos del sentimiento y de la reflexión. Veríamos morir sin amor y sin lágrimas al inocente, y contaríamos sin indignación los crímenes del malvado; mejor dicho, no habría ni criminales ni inocentes; unos y otros habrían sido arrastrados por las leyes inexorables de su respectivo destino, no habrían tenido libertad. Desechemos el sombrío sistema del fatalismo; concedamos más dignidad al hombre, y más altos fines al gran pensamiento de la creación.
La Historia General de España de Modesto Lafuente, es considerada el paradigma de la
historiografía nacional del pensamiento liberal del siglo XIX.