Desempolvar a Maneiro para no enterrar a la revolución.
Posted on 20 noviembre, 2012 by juanmartoranoReinaldo Iturriza López.
En 1971, Alfredo Maneiro redactó uno de los documentos más lúcidos que se hayan escrito sobre el tema de la organización revolucionaria: Notas sobre organización y política. Sin duda, es una extraordinaria contribución de los revolucionarios venezolanos al debate histórico sobre la forma partido. Se trata del documento en el que Maneiro desarrolla los conceptos de eficacia política y calidad revolucionaria.
Al hablar de eficacia política, Maneiro se refería a “la capacidad de cualquier organización política para convertirse en una alternativa real de gobierno y para, eventualmente, llegar a dirigir éste”. Para ello, debe “ofrecer una solución posible, coherente y de conjunto a los problemas del encallejonado y permanente subdesarrollo venezolano”. En otras palabras, es necesario “ofrecer una política concreta para los problemas del presente”. Por su parte, la calidad revolucionaria es definida como “la capacidad probable de sus miembros para participar en un esfuerzo dirigido a la transformación de la sociedad, a la creación de un nuevo sistema de relaciones humanas”. Según Maneiro, “no se puede afirmar a priori la calidad de una organización política cualquiera”, puesto que primero debe resolverse “el problema político” central: la toma del poder (para lo que se requiere eficacia política). “Como quiera que tenemos el íntimo convencimiento de que un esfuerzo de tal naturaleza sólo se puede realizar desde el gobierno, sólo puede ser un propósito estatal, parecería entonces que una petición de calidad revolucionaria no puede realizarse antes, sino después de resolverse en beneficio de una organización cualquiera, el problema político”. No obstante, advierte y profundiza Maneiro, “si bien es cierto que no se puede afirmar a priori la calidad de una organización política cualquiera, sí se puede negar a priori la calidad de algunas de ellas. Es decir, ciertas estructuras partidistas desarrollan un espíritu de secta tan marcado, sustituyen de tal manera la disciplina por la obediencia, vician a sus afiliados con un juego tan complicado de jerarquías, gradaciones, amiguismos, arbitrariedades, etc., y, sobre todo, crean tales dificultades de confrontación libre de opiniones, que la lucha interna sólo puede expresarse a través de zancadillas, corrillos, pactos ominosos y manejos oscuros. Estructuras así terminan por producir un militante condicionado, de mediocres aspiraciones y cuya audacia, valor y espíritu crítico se resuelve, a menudo, en una racionalización forzada de las verdades, valores e intereses del partido. En realidad, abundan modelos organizativos que, no importa sus reclamos ideológicos, devienen modelos en escala reducida del mismo ‘sistema a cuya destrucción dicen aspirar. En realidad, existen organizaciones revolucionarias que parecen sólo preparadas para adueñarse del aparato de Estado existente con el objeto de ‘ponerlo en marcha para sus propios fines’”. Dicho esto, cabe la pregunta: ¿qué significa eficacia política hoy día? En primer lugar, puede hablarse de la eficacia política de la revolución bolivariana. Es decir, si estamos inmersos en este proceso bolivariano, es porque hemos sido eficaces políticamente. Fuimos primero “una alternativa real de gobierno”, en 1998, y lo hemos seguido siendo durante todos estos años. Luego, hemos sido capaces de dirigir el gobierno, al “ofrecer una política concreta para los problemas del presente”. Pero afirmar que ha sido resuelto “el problema político” central (la toma del poder o el control efectivo del aparato de Estado) es una verdad a medias. No sólo porque el ejercicio de gobierno supone nuevos problemas (“Territorio nuevo. Miles de problemas”, decía Rosa Luxemburgo), sino porque éste supone a su vez el problema crucial de cómo conservar el control de la institucionalidad, pero transformándola, creando así las condiciones que hagan posible la continuidad del proceso revolucionario. En las actuales circunstancias, esto es lo que define la eficacia política: la capacidad para seguir siendo gobierno, pero transformando el aparato de Estado. Su control debe suponer una ventaja inestimable para impulsar prácticas de gobierno y autogobierno popular transformadoras (que no es igual, por cierto, a plantear que la revolución se hace desde el Estado). En esto último consistiría la calidad revolucionaria. En impedir a toda costa el desdibujamiento del horizonte de cambios revolucionarios.