Revista Diario

Desenlace "El juego del relato"

Por Treintañeraconhijo
No se si os acordáis de un juego que propuso Ana de "Ratones y Mujeres" que consistía en ir haciendo un relato entre veinte personas diferentes. Yo hice una de las partes . Pues el relato se ha acabado y ha quedado bastante bien para haber sido realizado por tanta gente diferente. Aquí os lo pongo integro y si queréis conocer a todas las personas que lo han realizado y sus blogs Ana he hecho un resumen  de cada uno de ellos que podéis ver aquí.

- "Otro último día" -
Aquel día Nico no tenía ninguna intención de ir a la escuela. Era la primera vez en su vida que hacía algo así. Si se enteraba su madre se iba a enfadar mucho, pero aquello merecía la pena, tenía que saber qué era y de dónde había salido. Casi no había podido dormir esa noche y en el estómago le corrían hormigas de los nervios. Sólo tenía que llegar a la esquina de su casa, lanzar un beso a su madre que le observaba desde la ventana y correr hacia lo desconocido.
Y así lo hizo, literalmente Nico salió corriendo simulando ir en dirección a su escuela, pero al llegar a la última calle en lugar de girar a la derecha lo hizo a la izquierda, adentrándose de ese modo en un callejón sin salida. En el que además de un par de cubos de basura y un grupo de hojas secas arremolinadas por el viento en un rincón de dicho callejón, entre cartones, semi escondido, seguía estando aquello tal y como él lo encontró la tarde anterior.
Lo había encontrado unos días antes, mientras sus compañeros estaban en clase de matemáticas, él estaba dando una vuelta por una zona poco concurrida del barrio. Nunca había podido imaginarse que algún día pudiera caer en sus manos lo que ahora mismo tenía. Siempre las había visto en las películas que tanto le gustaban y por supuesto en los videojuegos. Estaba excitado y no sabía qué hacer. Lo primero sería esconderlo en un lugar seguro, no podía llevarla a casa, tenía que esconderla y cuando estuviera más tranquilo... sabría qué hacer.
Le encantaba la idea de ser la única persona en el barrio y seguramente en TODO el mundo que había encontrado algo así. Su secreto le había hecho sentirse poderoso, SÓLO él lo sabía. Sus compañeros de clase alucinarían. ¿Qué diría el tonto de Samuel? Hasta el más mayor de la clase se quedaría de piedra si supiese lo que acababa de encontrar. Eso le provocaba un cosquilleo en el estómago... ¿o es que ya tenía hambre? Tenía que trazar un plan y un buen plan sólo lo hacen los buenos amigos. Podía contar con Lorena, eso lo sabía, pero le costaría convencerla.
No sabía lo que era. Ni cómo había aparecido allí. Era un objeto cilíndrico, del tamaño de una pelota de fútbol. Parecía de aspecto metálico pero el tacto era suave, parecido a la seda. Cuando lo frotaba creía sentir calor en su palma de la mano pero no le quemaba... Tenia que hablar con ella, iría a buscarla a la salida del colegio y se lo contaría. Guardó el objeto en su mochila y se dirigió corriendo donde sabia que encontraría a Lorena.
Mientras corría como un poseso, loco y sudoroso, se detuvo bruscamente y pensó que, si le contaba su descubrimiento a Lorena, le tomaría por loco, por un niño que decía cosas irreales; le diría que ese objeto cilíndrico no existe y él se vería obligado a enseñárselo, pero lo quería para él, además sabía que si se lo enseñaba y contaba a Lorena se enteraría de su secreto toda la escuela, entonces pensó en...
¡Examinarlo! Sí, ¡eso haría! ¡Era perfecto! Él siempre había soñado con descubrir algo nuevo, algo increíble, algo que no saliese en sus aburridos libros de texto, ¡y el destino se lo había concedido! Casi no podía creerlo.“Las clases de matemáticas no son para mí, esto sí” pensaba emocionado mientras deambulaba planeando su siguiente paso... primero tenía que conseguir herramientas, ¡todos los descubridores tienen esos aparatos tan chulos! Luego iría a su escondite secreto donde nadie pudiera molestarle.
Sólo tendría que esperar a que todos salieran del colegio y entonces él se colaría en el laboratorio. Sí, eso haría. Tampoco sería tan difícil, después de todo el conserje siempre se dejaba olvidadas las llaves en su mesa cuando se iba a desayunar por las mañanas, así que aprovecharía ese momento para cogerle la llave del laboratorio. Por la tarde esperaría escondido en el lavabo a que todos se hubieran ido, entraría en el laboratorio, cogería las herramientas necesarias y saldría por una ventana. Era un buen plan. Luego correría a su lugar secreto.
El robo de llaves fue sencillo, como había previsto, ya sólo tenía que esperar a la noche para colarse en el laboratorio... ¿Era su imaginación, o había visto a ese tío de las gafas de sol en alguna otra parte? El objeto seguía en su mochila, seguro, y estaba esperando la llegada de la oscuridad leyendo sentado en el banco del parque... aunque no había pasado ni una página en la hora y media que llevaba allí. ¡Claro! Ese tío de las gafas estaba esperando cruzar la calle en el semáforo al salir de su casa, ¡y también le vio salir del parque tras robar las llaves de laboratorio! ¿Sería posible que le estuvieran siguiendo, o estaba volviéndose paranoico? Tenía que esconderse... ni su casa ni la casa de Lorena eran opciones... ¡tenía que pensar rápido!
En esos momentos por su cabeza pasaban un torbellino de pensamientos, no sabía bien cómo continuar con su aventura, había una cosa de la que estaba seguro, tenía que saber un poco más sobre su tesoro. De repente toda su atención sólo estaba puesta en aquel objeto, que tanta curiosidad y admiración le traía. Hasta que comenzó a oír una melodía, como un canto triste y melancólico, todos sus sentidos le decían que su objeto le estaba cantando, pero eso no podía ser. ¿De dónde provenía esa melodía? Y así, sin creer a sus propios oídos, se fue acercando a la mochila muy despacio.
Aunque sabía que debía tener mucha precaución no pudo resistir la tentación y sacó, allí mismo, el objeto de la mochila. ¡Con el objeto en la mano oía mucho mejor la canción! De repente "algo", quizás un pañuelo, tal vez un saco, le cubrió la cabeza y, antes de que pudiera gritar del susto, unos brazos ligeros pero fuertes le agarraron y le sacaron de allí. Sin embargo, aunque el terror se apoderó de él, no soltó, sino que agarró con mucha más fuerza, su preciado objeto. A los pocos segundos le dejaron caer sobre la hierba del parque y pudo ver frente a él, al hombre de gafas. Gafas que, al haberse resbalado parcialmente, mostraban una horrible cicatriz en el ojo derecho.
Le dolía la espalda, se había dado un buen golpe. El hombre le miraba y Nico apretó con más fuerza el objeto en su mano. Tenía que escapar de allí como fuese, ese tipo no parecía tener buenas intenciones. Justo cuando el hombre se abalanzaba sobre él, Nico dio un respingo y se escurrió entre sus piernas. Corrió en dirección al colegio con intención de esconderse en el laboratorio. Llegó, la puerta de las cocinas estaba aún abierta y entró. Miró hacia atrás durante un segundo y reconoció al hombre corriendo en aquella dirección. La canción seguía sonando. ¿Por qué no dejaba de hacer ruido? Cerró la puerta como pudo y echó a correr hasta encerrarse en el laboratorio.
El laboratorio estaba oscuro y frío. Se acurrucó en un rincón, deseando que el objeto se callase durante un rato. Y de pronto... ¡SILENCIO! Un silencio mortal, casi molesto, y a Nico le parecía que su respiración sonaba como un concierto. Seguramente el hombre no le había visto entrar en el laboratorio... seguramente. Pero en la penumbra, hambriento y tembloroso, no podía evitar arrepentirse de la aventura que había emprendido aquella mañana. Pensó en su madre, y se le puso un nudo en la garganta. A esas horas ya habría puesto el grito en el cielo ¿estaría enfadada? ¿Preocupada? Le esperaba un buen castigo cuando volviera... si es que volvía.
Nico, en ese estado de frenesí con miedo, se pone a reflexionar sobre su vida. Siempre ha sentido que fue controlada por un grupo de gente desconocida entre sí, por mera diversión y aburrimiento. En lo más profundo de sus pensamientos, escucha unos pasos que se van aproximando. Estaba todo oscuro, sólo se oían los pasos del hombre misterioso y el estertor de Nico que trataba de disimular sin mucho éxito, hasta que de repente ve una luz a través de los dientes de la cremallera de su mochila. Los pasos son cada vez más rápidos, feroces, hambrientos; Nico, en una explosión de coraje, se levanta y sale disparado como una saeta brillante en medio de toda la oscuridad, tira una sillas en su salida. Al llegar al otro extremo del laboratorio, abre la puerta que comunica este con el salón de actos; nunca se habríe imaginado a QUIÉN se iba encontrar allí.
No podía creer lo que veía. Allí estaba su amiga Lorena hablando con otros cinco señores que, por la pinta, bien podrían ser colegas de su perseguidor. Pero ¿que tendría que ver Lorena con todo esto? Y sobre todo, ¿qué importancia podría tener aquel maldito objeto? Avanzó unas filas de asientos y pudo localizar una salida de emergencia. Abrió muy despacio, miró si había alguien en el pasillo y, cuando comprobó que estaba despejado, salió corriendo para refugiarse dentro del cuarto de la limpieza, que se encontraba dos puertas más allá. Cerró la puerta tras de sí y se quedó de pie apoyado en la puerta. De repente parecía que le temblaban las piernas. Abrió su mochila, cogió el objeto y lo lanzó al suelo con rabia y con todas sus fuerzas. ¡Maldita sea! ¿Por qué habría entrado aquello en su vida? Estaba a oscuras, tenía el resto de los sentidos a flor de piel y por eso pudo oír con toda claridad un ¡clic!, otro, y después algo parecido al sonido que produce el girar de un mecanismo. Sus manos comenzaron a sudar.
De pronto, una voz grave y pausada se dirigió a él desde el otro lado de la puerta.

- Vamos, chico. Dámelo y podrás irte con tu mamá.Nico se agachó y buscó a tientas el dichoso objeto. Cuando lo encontró, notó que estaba caliente. Muy caliente. Respiró hondo y decidió darse por vencido. Ni si quiera sabía qué diablos era eso que tenía entre las manos. Lo mejor sería entregárselo a su perseguidor.

- De acuerdo –contestó Nico hablando hacia la puerta–. Aquí lo tiene.
Y, en ese momento, Nico pensó en todo lo que había pasado por el dichoso objeto y, a fin de cuentas, para nada. Y recordó el momento exacto en que lo encontró. Cerró los ojos, suspiró y se dispuso a abrir la puerta. Pero su mano no encontró el picaporte... ni la puerta. Abrió los ojos sobresaltado y se encontró a sí mismo a la misma hora, el mismo día y en el mismo sitio que cuando encontró el objeto. Su recuerdo había tomado forma. Aquel cachivache le había hecho viajar en el tiempo.
Durante unos segundos se sintió confuso y torpe, no sabía cual era la realidad, todo le daba vueltas y lo sucedido parecía ser parte de un sueño que no comprendía. De repente, con su mano derecha tanteó el terreno, recorriendo la pared con sus pequeños dedos logró localizar algo familiar. Se trataba de un juguete que le había regalado Lorena el día de su cumpleaños un año atrás y que encajaba a la perfección con el objeto que tan insistentemente alguien buscaba y que él guardaba con cautela. Entonces reflexionó unos segundos, pensó que podría haber sido todo un sueño o una realidad pasada, pero no logró acertar. Nico sonrió, consiguió alejar el miedo y se reincorporó sobre sus piernas aún temblorosas; efectivamente, pudo confirmar que se encontraba en su cuarto, agarrando fuertemente con su mano izquierda ese utensilio. Pero... ¿de dónde había salido tan buscada pieza?
Él no lo sabía, pero estaba seguro de que Lorena sí, al fin y al cabo, la había visto hablar con cinco señores sos1pechosos, y seguro que estaba metida en el ajo. Se moría de curiosidad por saber la verdad sobre ese objeto, pero quedar con ella podría ser peligroso, así que decidió llamarla al móvil con número oculto. No le podía decir directamente lo que pasaba, porque entonces no le contaría nada; tenía que hacerle alguna pregunta inocente, tal vez preguntarle por el regalo...
- ¿Sí? ¿Quién es?
- Lorena...
El chasquido del teléfono le sobresaltó. Lorena había colgado. ¡Nada más oírle! Pero... ¿por qué? No tenía sentido. Aquello era demasiado inquietante. Tenía que ir a buscarla y averiguar qué sucedía. Justo cuando iba a salir de la habitación sonó el pitido del teléfono indicando que había recibido un mensaje: "No puedo hablar. Ve a mi casa. Mi madre te dará un plano. No olvides el juguete. ¡Corre, ya van a buscarte!". El corazón le iba a mil por hora mientras bajaba las escaleras y corría hacia la puerta trasera de la casa. El recuerdo de aquel hombre le aterrorizaba, ya en la calle, pero no podía detenerse. De pronto el cielo se había cubierto y deslumbrantes relámpagos estallaban en el horizonte. El viento apenas le dejaba avanzar, zarandeándole de un lado a otro. Ya llegaba. La madre de Lorena esperaba en la puerta. Entonces le vio, era él, acercándose, interceptando su camino.
- Mr. Anderson, hola de nuevo. Le hemos echado de menos.
- ¿Mr. Qué? ¡Mi nombre es Nico!
- Oh, veo que no recuerdas quién eras. Me encantaría refrescarte la memoria, pero no tenemos mucho tiempo...
- ¡No! ¡Aléjese de mí!
- Me temo que no puedo hacer eso, pequeño. Tienes algo que nos pertenece.
- ¿Nos? ¿¡De quién habla!?
- De mí... y de mis compañeros.
En ese momento apareció por la calle otro hombre de similar aspecto, con traje y gafas de sol. Del vestíbulo de la casa salió otro más, que le arrebató un papel -seguramente el plano- a la madre de Lorena.
- ¿¡Quiénes son!? ¡Déjennos en paz!
- Claro, muchacho, claro. Simplemente dame ese cilindro y todo habrá acabado.
Lorena llegó corriendo y, tomando por sorpresa a uno de los agentes, le derribó. Poco parecía importar que no fuera más que una preadolescente. En ese momento era una guerrera. El que estaba dentro de casa empujó a su madre hacia dentro y cerró la puerta, quedando fuera. El otro se acercaba a Nico.
- ¡Nico! -gritó Lorena- ¡No los escuches! ¡No les des el cilindro!
- Pero... ¿qué es?
- Algo más importante de lo que piensas -dijo el agente-. Algo por lo que mataríamos si fuera necesario.
- ¡No te preocupes, Nico, no lo harán! Eres demasiado importante...
- ¿Yo? Solo soy un niño... con un cilindro.
- Exacto -dijo el tipo de la cicatriz-. Un niño con un cilindro de mayores.
- Hagamos un trato -le dijo Lorena-. El cilindro por él. Vosotros os quedáis el cilindro, y yo libero a Nico.
El agente torció el gesto. Esa niña sabía jugar sus cartas.
- Eso no va a ser posible y lo sabes. ¡Tendrán que ser las dos cosas!
Se abalanzó de golpe sobre Nico mientras el de la puerta iba por Lorena. Instintivamente, Nico lanzó el cilindro sobre su perseguidor y hacia Lorena, que pudo cogerlo al vuelo con agilidad antes de ser interceptada.
- ¡Bien hecho Nico! ¡No te preocupes, volveremos por ti! ¡Lo hemos hecho otras veces! ¡Sé paciente!
Lo último que vio Nico fue a Lorena escapando. El otro agente no pudo atraparla. Y todo se volvió negro...
Se despertó en su cuarto. Había tenido el sueño más raro de la historia. Decidió que tenía que contárselo a su mejor amigo. Fue hacia el ordenador para entrar en el MSN pero, tan pronto se sentó, la pantalla se puso negra. Pensó que se había estropeado, hasta que vio cómo se escribían unas palabras:
- Despierta, Nico.

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