Tras el movimiento ciudadano del 15-M hemos asistido en la política española a una reformulación del escenario político. La regeneración y el aire fresco que el sistema asambleario venía a insuflar en 2011 a la política, avivados por el hastío y la situación de carestía de la crisis económica mundial y las estrecheces y recortes que nos venían impuestos desde la Unión Europea (ese proyecto transnacional que se manifiesta que cada vez funciona menos a nivel social) motivaron un nuevo modelo de expresión política que viniera a satisfacer las demandas de la población civil, las cuales desoían continuamente los partidos políticos tradicionales con sus promesas vacuas y falsas. Este soplo de aire fresco generó el ascenso de movimientos políticos más comprometidos con la sociedad, pese a esgrimir, algunos de los más extremistas, planteamientos económicos igualitarios pero más o menos irrealizables y descabellados en relación con el contexto europeo en el que nos hallamos.
De esa vorágine ciudadana nació el germen de Podemos y sus distintas sensibilidades políticas de izquierda comprometida conformadas por líderes carismáticos revestidos más que sobradamente con el don de la oratoria, que salían directamente de las facultades de ciencias políticas y que se fogueaban dialécticamente semana tras semana en los púlpitos de crispadas tertulias políticas televisivas en horarios prime time. Pero esa poderosa irrupción en la cambiante escena política, que iba a convertirse en el azote de la llamada vieja política asociada a la castas y el principio del fin del tan establecido bipartidismo, ha manifestado también sus propios lodos.
Es bien cierto que la nueva generación de personajes que se posicionan hoy en día en el tablero político está muy formada a nivel académico y que se mueve bastante bien en el arte de la oratoria, asombrando por la capacidad de persuasión en el oyente o potencial votante, como es el caso paradigmático de Pablo Iglesias. También es muy cierto que en sus propuestas abogan por un sistema económico más igualitario para todos y por una democracia más participativa, además de luchar por erradicar los más que bochornosos casos de corrupción que afectan cotidianamente a los partidos tradicionales de izquierda y derecha, fruto muchos de ellos de la boyante situación económica que vivimos en décadas anteriores y del nulo compromiso con la sociedad y el interés general que manifiestan los corruptos, sino únicamente su voluntad el deseo de medrar política y socialmente en sus puestos públicos.
Pese a todo, la nueva clase política, por su misma juventud (muchos de los miembros de Podemos no llegan o sobrepasan ligeramente la treintena) carece de experiencia en el arte de la cosa pública, y muchos de sus representantes dejan mucho que desear en los puestos que ostentan, como puede verse por ejemplo con bastante asiduidad en el ejecutivo municipal de Madrid liderado por la exjueza Manuela Carmena, donde muchas de las decisiones políticas adoptadas por su equipo son tomadas, cuando menos, improvisada y precipitadamente y con dudoso criterio.
Esa falta de experiencia y profesionalidad está también relacionada con que en la nueva política, los miembros jóvenes de un partido acceden directamente a un puesto público sin haber desempeñado antes otra profesión, por lo que hoy en día existe más laxitud a la hora de acceder a la política, y estimo que esto da poca fiabilidad cuando deposito mi confianza en un miembro político. Igualmente, ciertos políticos, ya sea a nivel municipal o nacional, jóvenes o menos jóvenes, desempeñan cargos que no les son apropiados, ya que no tienen la cualificación y la preparación necesarias para desempeñar sus funciones, bien sea porque han sido puestos a dedo (un clásico) o porque el puesto le viene demasiado grande a sus capacidades. Asimismo, los favores políticos menudean sin cesar a la hora de asignar este o aquel puesto de responsabilidad, demostrándose quién ha sido más obediente o quién ha trepado y ha dado codazos mejor.
Considerando todo esto, uno puede pensar que los jóvenes hoy se meten en política única y exclusivamente para medrar y ganar patrimonio de forma rápida y fácil. Quiero pensar que siempre no es así, pero también es verdad que el arte de la política es muy golosa y las ganas de mejorarse socialmente por medio de ella nunca escasean, pues la nueva política, al igual que también la vieja, favorece mucho el comadreo y el trepar, todo enmascarado bajo la eterna excusa, revestida de honorable ideario, de servicio al ciudadano.