Revista Cultura y Ocio
Hay una magnífica investigación, “La idea de la ciudad”, del arquitecto e historiador polaco Josep Ryckwert en la que, a través de Tito Livio y otros antiguos autores grecolatinos, se reconstruye el complejo rito que presidía la inauguración de una ciudad, acontecimiento en el que el acto de desentrañar, en sus tres acepciones, era parte fundamental.
El rito presentaba varias fases. La primera era la contemplación del cielo, atendiendo a las coordenadas o meridianos celestes según la posición del sol, con el fin de demarcar el lugar en el que se establecería la ciudad. Una vez fijado el lugar en el cielo se proyectaba en el suelo. Digamos que la ciudad celeste se dibujaba en la ciudad terrestre. A continuación, para establecer los auspicios de los dioses respecto a la ciudad, el arúspice (sacerdote) “desentrañaba” a una ave encontrada en la zona. Contemplaba el hígado del animal para “desentrañar” el sentido de los signos estampados en las estrías del órgano y así poder fijar los límites de la ciudad. Atendiendo a dichas estrías, se trazaban los surcos sobre los que se levantaban los muros, reservando espacios para las puertas de la futura ciudad. A dicho trazado se le confería carácter sagrado. Por último se excavaba un pozo que, a modo de cripta, guardaba las reliquias asociadas a la fundación, de las cuales se habían “desentrañado” sus fundadores.
Desentrañar
1. tr. Sacar, arrancar las entrañas.
2. tr. Averiguar, penetrar lo más dificultoso y recóndito de una materia.
3. prnl. Dicho de una persona: Desapropiarse de cuanto tiene, dándoselo a otra en prueba de amor y cariño.
Como decía Neruda “son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras…”.