Revista Cultura y Ocio
“Soy lo que hay detrás de mí”, nos dice Pablo Vizcaíno a través de los labios de tinta de Julia Clendra, para abrir su volumen lírico Desertores. “Mi aliento sabe a barro”, insistirá después, con verbo taciturno. “He vivido como han querido que viviera”, concluye con desolación. Pero después de esta voz desgarrada, lúcida, que lanza golpes de sombra y que devana amarguras, aparecen los versos de Robles, autor de poemas largos donde burbujea el desaliento (“Me pasé la vida esperando un salvoconducto”) y donde se asume el hecho terrible de que son los demás quienes a veces deciden nuestro papel en el mundo (“Ya echaron las cartas por mí”) y que apenas nos queda la posibilidad de adaptarnos al ritmo impuesto, porque de lo contrario estamos prácticamente condenados a la nada.En tercer lugar toma la palabra el fotógrafo y poeta Edgar Reyes para hablarnos de bosques que se pegan a la piel, de locos sentados al borde del abismo y de gritos silenciosos que desgarran la garganta mientras permaneces en medio de la multitud. A continuación nos encontramos con Castro de Bethancourt o Bravo Quinn (“un robot de aspecto juvenil que se aleja de la civilización, cansado, con la idea de vagar simplemente y al que sus hacedores ya dan por perdido”), el cual nos sitúa desde una óptica alienada ante la gran pregunta: “Qué nos trajo presos a este mundo”. Los habitantes de la aldea lo consideran un dios, pero ignoran su oculto latido doloroso. Y cierran el ciclo los versos de Bárbara C., que provocaban curiosidad en los demás por su troquelación impetuosa (“Nos dábamos cuenta de cómo rompía la linealidad temporal en sus poemas, de cómo desfragmentaba sus poemas para ser varios o ninguno”).
Ésta es la carta de presentación editorial con la que Pablo Vizcaíno Guillén (Cartagena, 1991) se incorpora al mundo de la literatura, tras haber conseguido el I Premio de poesía convocado por la librería La Montaña Mágica, regentada por el exquisito Vicente Velasco. Sea bienvenido. Seguiremos leyendo sus versos.