Revista Política

Desfachatez politica

Publicado el 22 enero 2013 por Torrens

En el libro de Ian Gibson sobre el asesinato de Prim que acabo de leer, el panorama que describe de la política, el gobierno y la justicia en la España del último tercio del siglo XIX es extremadamente desolador. El general Prim sufrió un atentado a la salida del Parlamento, en la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas) el 30 de Diciembre de 1870 muriendo 3 días más tarde, y el irlandés protagonista de la novela aterriza en España para investigar el crimen casi 3 años después, en Septiembre 1873.  En ese momento se sabían bastantes detalles del suceso y de sus autores, había casi certeza de quienes fueron sus autores materiales y de los que lo instigaron, organizaron, y financiaron, pero toda la información estaba a nivel de rumor, de boca a boca. El procedimiento judicial aparte extremadamente lento y sujeto a todo tipo de irregularidades, desaparición de posibles pruebas incluida, era todavía un sumario secreto al que solo unos pocos tenían acceso. El dictamen final, cerca de 20 años después del atentado, todo y constar de 80 volúmenes encuadernados que todavía se guardan en los juzgados de la Plaza de Castilla, no aclaró absolutamente nada. Tres de los supuestos autores materiales fueron encarcelados por un corto período de tiempo, dos de ellos huyeron del país en cuanto los soltaron, aunque uno de ellos regresó sin problemas, y el tercero fue asesinado al poco tiempo de haber salido de la cárcel. ¿Verdad que si suprimís los asesinatos, que afortunadamente, de momento,  ya no se practican en la política normal, todo este lio y cachondeo os suena a cualquiera de los procedimientos judiciales abiertos por corrupción en este país?. Haced la lista que queráis, Roldan, Filesa, Palau, Pallerols, Gurtel, etc. etc. etc., tenéis donde escoger. En cuanto a corrupción y gestión pública seguimos igual que entonces.

Ante la crisis provocada por los casos de corrupción, que espero con ilusión y ganas que esta vez sirva para algo, muchos políticos aparentemente honestos han reaccionado incluso con enfado ante la opinión popular que cree que toda la política de este país es corrupta. Lo siento por ellos, pero estoy total y absolutamente de acuerdo con la idea generalizada de que en España no existe la honestidad política, porque si existiese un solo político profesional honesto se habría roto la cara y jugado su carrera política por conseguir dotar a este país de los recursos necesarios para luchar contra la corrupción. Por el contrario, quien más quien menos, incluso aquellos que no han incurrido directamente en asuntos ilegales o irregulares son responsables de que se haya llegado a este extremo. En su artículo del sábado pasado en La Vanguardia Pilar Rahola llegaba a decir con razón que tan culpables son los que han robado como los que miraban a otra parte mientras el dinero de todos desaparecía en bolsillos privados.

Incluso políticos a los que popularmente se les ha respetado y admirado, si bien no han jugado a la corrupción, sí que han jugado con la corrupción de los demás. Por si alguien se ha olvidado me permito recordar que Jordi Pujol tenía por costumbre que cuando alguien denunciaba un caso de corrupción  siempre, sin excepción, reaccionaba de forma extremadamente dura llegando a la descalificación personal en público, pero no dirigida a los denunciados sino a los denunciantes, y llegó al extremo de reconfirmar en su puesto a su cuñado el conseller Subirá, que encima lo era de un montón de cosas, Industria, Comercio y Turismo, a pesar de su implicación directa en el caso Mas Blau, que afectó a unos terrenos de los alrededores del Aeropuerto de El Prat, en un proceso judicial que finalmente el juez declaró nulo por aplicación de un criterio de prescripción del delito extremadamente generoso. Pongo el ejemplo de Jordi Pujol porque su defensa de los corruptos era casi apasionada, pero en ningún caso porque tenga más responsabilidad que los demás políticos que como él quizás no participaron directamente del festín pero garantizaron y permitieron que la mesa de los corruptos estuviese siempre bien servida.

Quizás mi próximo comentario suene a exageración, pero tengo la impresión de que a consecuencia de la histeria que se ha apoderado del país con la crisis económica y el  independentismo catalán, alguien ha mandado a paseo un acuerdo no escrito entre partidos para no levantar demasiadas ampollas con el tema de la corrupción. Si es así ojala sirva para acabar con esta grave lacra que tenemos enquistada en este país desde hace siglos, y que afecta tanto al ámbito público como al privado, colocándonos a años luz del país serio que aparentamos ser.

Conviene no olvidar a otros grandes responsables del vergonzoso nivel al que ha llegado la corrupción en nuestro país: Nosotros los votantes, que hemos seguido votando a políticos a sabiendas de que permitían y permiten el expolio público sin hacer nada por evitarlo. Con frecuencia he pensado que esta actitud permisiva es debida a que quizás buena parte de los votantes harían como los corruptos en el hipotético caso que llegasen a alcanzar posiciones de un cierto poder.

Quizás otro día me referiré también a otra lacra que padecemos desde tiempo inmemorial: las corruptelas, que han llegado a tal extremo de contaminación que ya no nos sorprenden, que en su gran mayoría ni tan solo las percibimos como grave irregularidad y que se han de dar casos como los del Sr. Rato contratado por Telefónica para que se remuevan un poco las aguas durante un par de días. Hace años un buen amigo doctor que se pasó más de 10 años ejerciendo en la jungla del Camerún me dijo que los africanos no empezarán a solucionar sus problemas hasta que se sacudan la inmensa, profunda, arraigada y cotidiana corrupción que alcanza a todos los aspectos de la vida. ¿Será verdad que Africa empieza en los Pirineos?.


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