Revista Salud y Bienestar

Deshumanización médica

Por Doctor Juan Carlos Trallero

John Lund / Getty Images Tecnología médica y velocidad en una sala de operaciones "deshumanizada" 1

 

A la atención sanitaria que se practica en nuestros tiempos se le ponen calificativos diversos, más o menos acertados. Van desde las visiones más eufóricas del poder de la ciencia médica hasta las que claman contra la deshumanización que ha acompañado a su desarrollo tecnológico. A eso vamos, a la deshumanización.


No es una novedad. El lamento por dicha deshumanización tiene ya muchos años de existencia, y a poco que uno agudice el oído se da cuenta de que la queja es generalizada. La frecuente expresada añoranza de tiempos pretéritos, emulando al médico amigo, confesor, cercano, con pocos medios pero con otros "poderes", ilustra las carencias del sistema, extensible no sólo a los médicos sino a todos los profesionales sanitarios.


Sería una gran injusticia, y una burda simplificación, atribuir la deshumanización a que los médicos son menos humanos que antes. La mayor parte de personas que optan por una profesión sanitaria lo hacen con una vocación de servicio. Pero con eso no basta, porque las circunstancias van a ser mucho más poderosas.


El macrosistema plagado de intereses en el que se practica la atención sanitaria ha funcionarizado y burocratizado la profesión, y le ha ido arrancando lentamente a jirones su dimensión más humana. Y es que en esa relación humana hay un elemento fundamental e irrenunciable: el tiempo. La masificación elimina la disposición de tiempo, que debe emplearse en burocracia y en la heroicidad de acercarse a un diagnóstico en un tiempo record sin cometer errores. No hay tiempo para más. Pararse a invertir en el acercamiento a la persona es una utopía. La economía manda.



La tecnología
, convertida en el gran dios, ha sustituido el encuentro humano, y ha desplazado la confianza. El paciente cree en las "pruebas", y en los avances terapéuticos, mucho más que en el profesional, al que llega a ver como un mero dispensador de las mismas.


Las infinitas expectativas de salud total (cosa que no existe), a cargo de la omnipotente ciencia, llevan a una demanda inagotable de soluciones (que a menudo tampoco existen), lo que aleja al médico del paciente, al sentirse incapaz de dar respuesta a esa demanda, al tiempo que contribuye a colapsar aún más el sistema.


El sanitario ha sido formado para enfrentarse a la enfermedad, desde una perspectiva básicamente científica que busca su competencia profesional, pero no lo ha sido para relacionarse con las personas, por lo que a menudo asiste estupefacto e impotente a un escenario de síntomas y demandas sin comprender la dimensión humana de las mismas y sin saber escuchar a la persona que hay detrás de cada una. Claro que aunque supiera, tampoco tendría tiempo.


En estas circunstancias, el encuentro entre dos personas, una que necesita ayuda y otra que debería estar capacitada para dársela (y que desea hacerlo), se convierte en un milagro, que desde luego se produce en muchas consultas y habitaciones de hospital, pero que no puede ser la norma habitual.
Y lo grave es que ese encuentro no es una idea romántica y sensiblera propia de tiempos pasados. No, no, no. Es una parte fundamental del acto terapéutico, que no sólo puede hacerlo más eficaz, sino que le va a dar la dignidad del encuentro humano.


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