Revista Opinión
Como los alemanes sigan llevando al laboratorio toda la huerta, nos quedamos sin ensalada. Entonces estaremos perdidos; ahora que llega el verano y medio Occidente sacrifica sus placeres culinarios por lucir esqueleto en la playa, van los germanos y nos fastidian la dieta. Siempre nos quedará la fruta, o ceder a la evidencia y esparcir sin pudor las carnes por la costa. Cuando no hay lomo, tocino como.
Pero si ustedes no tienen posibilidad de hacerse una ensalada, siempre les quedará acercarse a la nutritiva variedad de noticias que nos regalan cada día los medios. Allí encontrarán de todo, e-colis incluidos. Además, después de una buena ración de sumarios informativos, seguro que usted adelgaza, de puro cansancio.
Estoy seguro que llegará el día en el que los seres humanos -añadida a la larga lista de hipersensibilidades ya existentes- seremos también alérgicos a las noticias y nos veremos obligados a ir al médico especialista en urticarias mediáticas para que nos administre una cura prolongada de desintoxicación. Yo mismo, precavido, ya estoy quitándome; no de golpe, no sea que recaiga y me dé más fuerte. Me deshabitúo con lentitud, a dosis menguantes. Antes era un irredento adicto; necesitaba enchufarme noticias a cada rato. Cuando veía un periódico, saltaba sobre él como el niño sobre la golosina, deshojando las páginas con avidez. Quería estar al día de toda la actualidad; y no solo eso, también inventaba algoritmos relacionando los datos obtenidos del mentidero. Que Zapatero emitía un comunicado, yo era capaz de contar las veces que levantaba la ceja y cuadrar la media de distancias entre sus izados pilosos respecto de su media aritmética, pudiendo predecir con cierto grado de precisión en qué instante levantaría de nuevo su músculo occipito frontal. La realidad llegó a convertirse para mí en un teatro de variedades, unas veces emocionante, otras tedioso, en donde desfilaban para mi regocijo personajes variados, leyendo su papel con más o menos verosimilitud. Creí durante muchos años que tras la pantalla, bajo el guión de una noticia de prensa, se representaba la verdad inmaculada de nuestro tiempo, radiada a tiempo real para aumentar mi sabiduría. Hasta que un día, el azar, una deidad caprichosa o, quién sabe, santa Lucidez bendita, patrona de los ciudadanos, iluminó mi cerebro de nuevas y reveladoras conexiones sinápticas, conduciéndome hacia el reino de la conciencia.
No crean, sin embargo, que tal conversión me resultó tan gratificante como creía. Por el contrario, supuso un mayúsculo engorro. Desde ese día, cada vez que veía un telediario o leía una noticia de prensa, empezaba a sospechar que todo aquel catálogo de palabras no era sino una agria ensalada de falacias, despropósitos, medias verdades y fotosopes ideológicos. Me desencanté. ¡Yo, que creía que todo lo que decía la tele o publicaban los periódicos eran catecismos del alma! ¡Qué chasco! Mi escepticismo hacia los medios me aguó la fiesta; ya no disfrutaba de las noticias. El placer que sentía antaño al contemplar con sincero dogmatismo los análisis de actualidad residía en aceptar sin reservas su verdad, entrar en el juego sin pestañear. Ahora nada me colma porque sé que todo es puro teatro, cartón piedra. Maldita la gracia. ¡Qué tiempos aquellos en los que era un feliz ignorante, entregado a mis mentiras!
Mi médico especialista en desintoxicaciones mediáticas me ha recetado un año alejado de cualquier mensaje de actualidad. Ha insistido que debo mantenerme a resguardo de telediarios, periódicos o cualquier otro engendro informativo, y entregarme sin resistencias a la vida sencilla de homo placidus, disfrutar de lo banal, practicar el arte de la estupidez, desaprender a no pensar, a dejar que las cosas sucedan sin intervenir. Créanme, me estoy esforzando; practico todos los días, aunque me cuesta, ¡vaya si me cuesta!
Ramón Besonías Román