“El tiempo todo lo cura”
El tiempo es tiempo, no cura; transcurre, aparta, toma distancia y aleja, pero no cura. Esta es simplemente una frase tranquilizadora que utilizamos para sobrellevar nuestros momentos más oscuros.
Tampoco “la distancia es el olvido” es una gran verdad. El olvido requiere de la consecución de otros elementos previos, no es un simple proceso natural que surja porque sí, por muchos kilómetros que nos separen del origen, en cualquiera de los dos sentidos que podamos aplicar al término distancia (física o emocional). Pensar, que dolor, distancia y olvido se corresponden con pasado, presente y futuro de una herida, peca de ingenuo.
El tiempo, efectivamente da la distancia, pero no tiene porqué ser el olvido. El dolor no se olvida, entre otras cosas porque se transforma en una herida que nunca desaparece, cierra, deja de sangrar, pero no desaparece, incluso a veces traumatiza y quizá lo haga con demasiada frecuencia. Pero sí, el tiempo y la distancia consiguen transformar el dolor en cicatriz, una herida de guerra que ha pasado a otra fase mucho más fácil de asimilar. Estamos cubiertos de ellas. Unas son profundas, otras más leves. El tiempo da paso a nuevas heridas que duelen más y restan frescura y protagonismo a las primeras.
El dolor siempre formará parte del pasado, del presente y del futuro. Lo positivo es que cuando es pasado ya no sangra, ya no es hoy y por eso ya no duele. El tiempo solamente diluye y minimiza nuestro dolor, pero éste, nunca desaparece del todo, creando una sensación falsa de superación.
La existencia es dolor y todo lo que no se supera vuelve. Por lo que, más nos vale viajar ligeros de equipaje.
Como bien afirmaba Schopenhauer: “Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre… La vida del hombre no es más que una lucha por la existencia con la certidumbre de resultar vencido. La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras, cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir… Y así sucesivamente por los siglos de los siglos hasta que nuestro planeta se haga trizas.”
Otra teoría muy significativa y no menos verdad, aunque difícil de ejecutar, es la que defiende la filosofía budista. Dentro de las cuatro nobles verdades que Buda promulgaba en sus enseñanza defendía el correcto entendimiento del sufrimiento y acabar con él desde su origen, abandonando e impidiendo el deseo que lo atrajo. Es el sufrimiento lo que se transforma en sabiduría; para utilizar una metáfora de la alquimia, “el sufrimiento es la materia prima que el alquimista transformará en oro”. No podemos negar que este proceso requiere de una profunda sabiduría y de un duro ejercicio de desapego.
Y si de amor hablamos, no olvidéis que las rupturas ayudan a madurar, a relativizar y a conocernos mejor. Muchas veces no son un fracaso, sino más bien un más que probable éxito. Dejar a una persona inadecuada o desentenderse de una experiencia sentimental dolorosa es un signo de inteligencia emocional. Amemos y suframos porque es inevitable y forma parte del viaje. Pero seamos inteligentes. El tiempo nos dará la razón.