La formación magenta liderada por Rosa Díez sigue inmersa en un proceso de crisis desatado desde las elecciones andaluzas del pasado domingo 22 de marzo, pero que le viene afectando desde finales del 2014. Un año en el que consiguió sus mejores resultados desde que naciera en el 2007: más de un millón de votos y 4 eurodiputados en las elecciones al Parlamento Europeo. Sin embargo, la segunda mitad del año fue de mal en peor debido a las voces que se alzaron en contra de Rosa Díez y de su marcado personalismo. Una de esas voces fue la de Francisco Sosa Wagner, líder magenta en la cámara parlamentaria europea, quien no dudó en criticar el rumbo que estaba tomando UPyD y animó a fusionarse con Ciudadanos, partido que por aquel entonces no tenía la fuerza con la que cuenta en la actualidad. Sabemos lo que pasó: Sosa Wagner dimitió de su puesto ante las presiones de Díez y, en ese preciso momento, comenzó la crisis institucional de su partido.
En noviembre, Ciudadanos y UPyD se sentaron en una mesa de negociación que trató de fusionarlos en aras de un objetivo común. Sin embargo, desde ambas partes se mostraban muy escépticos y ninguno quería dar su brazo a torcer luchando por la supremacía de sus intereses. En definitiva, un fracaso total, ya no solo desde lo que pudieron haber conseguido si hubieran llegado al ansiado acuerdo, sino desde la propia ciudadanía que encontraba en la fusión una clara alternativa (la tercera vía, como la llamara Albert Rivera) al bipartidismo y al fenómeno Podemos. A pesar del aluvión de críticas lanzadas desde ambas orillas, Ciudadanos fue considerado por la mayoría de la opinión pública como la víctima del proceso, lo que dejó en un muy mal lugar al partido magenta. Empezó a surgir un clima de descontento e incipiente agitación en las filas de UPyD y muchos simpatizantes, afiliados y votos empezaron a volcarse en el partido “taronja” (naranja).
Aunque el ambiente ya estaba caldeado, Rosa Díez no ha hecho nada para mejorarlo: su imposibilidad para mirar más allá de su cabeza ha impedido que su partido tenga el éxito que otras formaciones están teniendo con la caída del bipartidismo tradicional. UPyD se ha quedado atrás, perdiendo apoyos y oportunidades en un panorama electoral cuanto menos ilusionante para todas estas fuerzas políticas emergentes. Lo saben muchos de sus colegas políticos, que ya han mostrado su malestar por la impasibilidad de su líder y le han pedido que renuncie por el bien del partido (que ella misma creó). Nombres tan importantes como el de Irene Lozano y Álvaro Anchuelo (diputados nacionales) han presentado su dimisión de la Junta Directiva de la formación, mientras que otros nombres como el de Fernando Maura o Toni Cantó han pedido suscribir acuerdos con Ciudadanos.
El balón está ahora en el tejado de Rosa Díez, quien ya ha afirmado en dos ocasiones esta semana que no piensa abandonar el buque. Como buena capitana, Díez se hundirá con su barco y con toda la tripulación, toda una tragedia para el sistema de partidos español que perderá a un referente de la lucha contra la corrupción política. Es el momento de elegir: o Rosa Díez, o UPyD, pero nunca ambos.