Revista Cómics

Desnudando Arkham City

Por Mugen

Aprovechando las bondades del plus, llegó a mí el último título de Batman. Arkham City es como entrar en la mente de un niño psicópata enfrentándose a sus temores infantiles. Miedos que siempre vuelven una y otra vez porque el crío no tiene pelotas de vencerlos. Y hasta se convence de que eso está bien

Aviso: spoilers  velados a mogollón

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En el medio de una gran mente, a la vista de todos, pero bien escondidita, se halla un lugar donde se acumulan todos nuestros miedos. Punsets lo llamaría Neocortex (mmm… ¿Neocortex no era también el malo de Crash Bandicoot?), en este título se llama Arkham City. Allí existe un doctor, el doctor extraño. Tiene barbita, un acento elegante y aires de psicokiller. Tiene métodos muy particulares pero sólo quiere curarnos.

Eres un niño pequeño con fantasías muy particulares. De día sabes que esas paranoias te rondan pero es de noche cuando las enfrentas. Cuando el sol se oculta te pones tu pijama, unos calzones extra por fuera por si coges frío en nuestro bat-pito y te sumerges de lleno en ese lugar especial de nuestra mente: en Arkham City. Allí lo dominas todo, eres libres y hasta se te teme. Hasta que aparecen los auténticos monstruos, muy parecidos a ti.

El doctor extraño te lo confirma, te dice que tú mismo has creado a los monstruos. Lo niegas. Él tiene un modo para que jamás vuelvas a tener que enfrentarte a ellos. Te niegas. Una hermosa mujer, la única que has amado jamás te pide que vayas a su lado, que madures y que lo dejes todo atrás. Tampoco quieres. Ella se da la vuelta, tú también y os separáis. Tras mirarle un poco el culo con tu bat-espejo retrovisor (Rocksteady, gracias por esos culitos picantones), te vuelves s a sumergir en la noche y en tu propia pesadilla.

Pero las cosas se te escapan de las manos. Tus monstruos se enredan entre ellos. Se pelean y se revuelven como si ese pequeño rincón en tu mente no fuera suficiente. Quieren salir y cobrar entidad propia, que tu cerebro entero sea suyo. Se presentan ante ti pidiéndote atención, sumergiéndote en sus paranoias (las que tú has creado para ellos). No te matan, sino que te lían, juegan contigo, como lo hace una pesadilla. Y a ti te encanta, te dejas hacer. Pero cuando los recursos de un niño con un pijama de murciélago se agotan y los terrores nocturnos triunfan, es cuando la oportunidad de escapar hacia la madurez vuelve a presentarse. Te libera por un instante de la losa que te oprime el pecho, de tu infancia transtornada; pero tú, dejando de nuevo ese culito respingón marcharse (todos sabemos que el calzoncillo que lleva por fuera Batman está ahí para que no se le note el empalme permanente a causa de estas damas), te reafirmas en tus trece: no mataré a mis pesadillas, seguirán ahí y nunca me quitaré el pijama, aunque éste como tú: cada vez está más roto.

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Al final, tú quedas destrozado, tus terrores pierden sentido y mueren junto con la puerta hacia la madurez, que se cierra para siempre al cerrarla tan fuerte. Y el niño sigue soñando ahora con pesadillas nuevas.

Es por eso que cuando te terminas el juego, como jugador, una pregunta queda en el aire: ¿Cómo coño hace Batman con la capa para que ésta, cuando el hombre murciélago se cuelga cabeza abajo, se quedé sobre sus hombros y hasta sus pies en lugar de cáersele por el cuerpo? He dicho.

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