Me miras, y sigues desordenando viejas bibliotecas que aun mantengo. El Quijote se me va a buscar a Moby Dick y el Coronel ya tiene quien le escriba. Neruda parece escribir otro par de decenas de versos de amor, enterado que al final Julieta lo dejó con Romeo, y tras unas pequeñas correrías con un extraño conejo en un maravilloso país, está soltera esperando compromiso. Tengo al Principito haciendo campaña electoral, que le ha dado por decir que las Monarquías no se llevan, y el Lazarillo ya no quieres ser Tormes, y se va para el bosque de Sherwood de ayudante de arquero y de aprendiz de idioma inglés.
Sonríes, y Sherlock Holmes se nos viene de farra por Madrid con Larra, mientras Alatriste prueba a lo francés de quinto mosquetero. No se puede evitar que Gulliver emprenda un viajecito a la Alcarria, y se lleve de pareja a una desolada Blancanieves, que ha visto como sus siete amigos se han dejado seducir por unas hobbits. Gandalf hace oposiciones a Mago de Oz, y diez elfitos se han marchado a las novelas policiacas de la Christie.
Estás, y las enciclopedias intercambian sus definiciones, y confunden fechas y lugares. La torre de Pisa la construyó Colón en 1914, y la Primera Guerra Mundial la inició Julio César contra el Cid, cansado de perder al Ajedrez con el listo de Alfonso X. Ahora el Atlántico es un lago en las cercanías de Pekín, y Japón se ha mudado a la definición de triángulo equilátero. No existen las certezas.
O quizás todo es desorden menos tú.