Los seres anónimos pasan desapercibidos, no los conoce nadie y desaparecen sin dejar rastro. Pero pueden llegar a ser pilares fundamentales para sus familias y allegados. En esa microhistoria de los anónimos, algunos no pueden eludir convertirse en el centro en torno al cual gravitan otros seres para los que se desviven en prestarles ayuda y protección. Así era la abuela de mis hijos y la madre de mi mujer: un ser anónimo en esta sociedad de figuras deslumbrantes y que se ha despedido de la vida en paz consigo misma y en paz con los suyos. Nada le había sido fácil, pues parecía que esta vida se había empeñado en ponerle obstáculos casi desde su adolescencia, haciéndole enviudar al poco de casarse y arrebatándole un hijo primogénito al año de nacer. Nunca más conoció hombre y se dedicó exclusivamente a trabajar para evitar que sus otros dos hijos, mi mujer y su hermano, no estuvieran condenados al destino al que ella y su familia parecían condenados: ser pobres y carecer de una formación que les permitiera la oportunidad de progresar. Por tal motivo, nada le alegraba más que ver a sus hijos convertidos en un hombre y una mujer que conseguían formar sus propias familias y labrarse un futuro cargado de esperanzas. Aparecí casualmente en ese futuro y me convertí en su primer y único yerno, al que siempre trató como a un hijo, mostrándome un cariño que hizo engrandecer el respeto que le profesaba. Máxime cuando mis hijos fueron sus primeros nietos, a los que soportó con placer cuando ellos le gastaban travesuras y malicias infantiles que le hacían brillar los ojos de alegría. Para ellos transformó su fuerte carácter y determinación en una paciencia infinita y una tolerancia bondadosa que transigía a cualquier capricho. Salvo los últimos años, nunca estuvo sola, pues su madre y su tía se confabularon para, entre las tres, conseguir que hoy todos la lloremos con esa pena que despiertan los seres anónimos pero insustituibles y enormes en el corazón de los que la conocieron y la quisieron. Hoy la hemos despedido. Se va en paz porque durante toda su vida no hizo otra cosa que perseguir la paz y la felicidad para los suyos. Y hemos de agradecérselo. Gracias, suegra, gracias, abuela; gracias madre. Ya estás descansando junto a tu marido y tu hijo. Todos sabemos cuánto lo mereces. Descansa en paz.