A nadie le gustan las despedidas. A mi tampoco. Pero las personas tenemos una capacidad increíble para cambiar lo que parece negro, triste o incierto siempre que le apliquemos un poquito de sentido del humor. Cuesta mucho, muchísimo, lo sé, pero a veces es la única salida ante el vértigo de no saber o no poder hacer nada por cambiar una situación.
Cuando nos despidieron hace ya unos años podríamos habernos enfadado (lo hicimos), derrumbado (también) o haber pasado página rápido. Pero apostamos por despedirnos de nuestro lugar de trabajo, un espacio mágico en el que habíamos sido muy felices, y recorrimos el edificio desde el sótano hasta la última planta buscando crear recuerdos bonitos. Y yo cada vez que veo estas fotos sonrío, y no lloro, y me emociono porque conseguimos darle la vuelta a la situación y ser un poquito felices en momentos que no lo eran tanto. Esa es la lección.