Revista Ciencia

Despertando la curiosidad, Walter Lewin

Por Boylucas

Despertando la curiosidad, Walter Lewin

Walter Lewis (Imagen: nytimes.com)

Si todos nosotros vemos hacia atrás nos daremos cuenta que de chicos disfrutábamos jugar con la Física, la Biología y la Química, nos entreteníamos horas jugando con los imanes, esos objetos cuasi mágicos que atraían de una forma “inexplicable” los objetos metálicos, pero que si los tratábamos de juntar había una resistencia invisible que los separaba.

Nos entreteníamos horas y horas viendo a las hormigas de nuestro jardín, poniéndoles trampas para ver como esquivaban los obstáculos que les poníamos en su camino rumbo al hormiguero, algunos más afortunados llegaron a tener un hormiguero hecho entre dos piezas de vidrio y pudieron constatar en la comodidad de su hogar el trabajo en equipo de las hormigas y la construcción de un laberinto de túneles.

Jugábamos a hacer pócimas mágicas con los objetos y “soluciones” que nuestras madres tenían en la cocina, o inclusive quemábamos nuestros cartuchos pidiéndole al “Niño Dios” o a los “Reyes Magos” un Juego de Química.

¿Pero dónde quedó esa curiosidad?

Muchos perderían ese entusiasmo en el camino y al llegar a la secundaria y preparatoria verían en la Física, la Biología y la Química sus peores pesadillas, ellas siempre acompañadas de las ominipresentes Matemáticas. Ese instinto natural de preguntarse el por qué de las cosas y divertirse descubriéndolo murió en la primaria, cuando nuestros padres y maestros nos insistían que las Matemáticas, la Física y un largo etcétera son complicadas y aburridas.

Algo similar sucede con la Historia, la Literatura, la Filosofía y el resto de las Humanidades, pero ignoro cual sea la razón, las ciencias físico matemáticas y las bioquímicas son siempre catalogadas dentro del mayor escuadrón de pesadillas.

Mi madre enseña Matemáticas en una preparatoria de la Ciudad de México y la oigo quejarse de fenómenos similares, los alumnos no son capaces de despejar una fórmula tan simple como V=F/A. ¿Pero esto es culpa de los alumnos? ¿De los padres? ¿De los maestros? Personalmente creo que es una combinación de factores que vuelve muchísimo más compleja la ecuación.

Los padres piensan que llevando a sus hijos a una escuela (privada o pública) la educación en todos los sentidos (moral y académica) deberá de correr por parte del profesorado, nada más alejado de la realidad. Son ellos los responsables del rumbo que toman los hijos, para ello pueden apoyarse en los maestros para que les den otras herramientas para triunfar en la vida. El tener a los hijos en una escuela o universidad no es sinónimo de asegurar un futuro, también intervienen factores como valores, ética, etc. que se obtienen en el lecho familiar.

Los alumnos por su parte deben de comprender que están ante una oportunidad grandísima, más allá de lo que pueden imaginar, pues realmente la valoramos cuando ya ha pasado mucho tiempo. Por ejemplo hoy en día agradezco a mis profesores de secundaria quienes me forzaron contra mi voluntad a realizar trabajos de investigación organizado, limpio, y un largo etc.

Pero hoy quiero hablar de los profesores, como catedrático me topo día a día con uno de los mayores retos que he tomado en la vida, y considero que han sido varios. Vuelvo a tener vidas en mis manos, no de la misma manera como cuando ejerzo la Medicina, pero casi con igual o mayor impacto. Ante mí hay muchachos de 17-20 años que tienen todo por delante, mucho que ganar pero también mucho que perder. Pero además de cómo sean formados dependerán otras vidas, así cómo atiendo a mis pacientes hoy en gran parte se deben en gran medida a lo bien o mal que lo hayan hecho mis maestros.

 


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