La vida no tiene en sí misma ningún problema y es de una simplicidad asombrosa. Pero como a nuestra mente le encantan las complejidades, nos enzarzamos en la búsqueda de misterios, sentidos ocultos y mensajes cifrados.
Nadie quiere la mediocridad de una vida normal y corriente, porque todos ansiamos el papel protagonista de una película en la cual seamos aplaudidos y glorificados. Debido a ello nos imaginamos inmortales, construimos castillos repletos de sueños, e imaginamos que podemos guarecernos de la vulgaridad.
Queremos reconocimiento y estamos dispuestos a cualquier cosa, a cambio de no desvanecernos en la nada. Aunque ese reconocimiento venga de la mano de una vida plagada de sufrimiento
Y por ese deseo de eternidad (que confundimos con para siempre) se nos escapa la verdadera vida, la cual nos pasa desapercibida precisamente, a causa de nuestra fijación en atender aquello que no está presente.
No queremos renunciar a nuestros sueños aunque estén fundamentados en base a una creencia, la cual es susceptible de ser revocada.
No estamos dispuestos a renunciar a la idea de llegar a ser algún día superhéroes o heroínas de una vida de ensueño.
No queremos renunciar a la idea de que somos inmortales de una forma u otra.
No estamos dispuestos a morir..
Transcurrimos la vida preparando nuestra mejor actuación para poder brillar en el escenario. Pero la vida no es ningún ensayo ni sucede en un tiempo remoto. La vida es lo que está aconteciendo a cada instante y en todo momento; así sea una experiencia cumbre, o una vivencia tediosa y aburrida.
Porque la vida también es esperar largas horas en la fila del supermercado esperando que nos llegue el turno; o permanecer en la cama de un hospital aquejado de una enfermedad. La vida también son esos momentos donde nos sentimos solos y abatidos, o terriblemente asustados.
Cuando llevamos a los niños al colegio; cuando vamos a trabajar; cuando viajamos en el metro y cuando nos encontramos en medio de un atasco en la ciudad.
Porque la vida está donde somos, ya que es inseparable a nuestra presencia. Y no depende de ninguna circunstancia o hecho para ser más o menos.
La vida es siempre. Y es inequívoca, incondicionada, inmensa y abarcadora. Sin embargo nosotros esquivamos nuestra mirada buscándola en otro lugar, porque nuestro anhelo de sentirnos vivos a través de determinadas experiencias, nos ha vuelto insensibles a su grandeza.
Por ello pasamos de largo por el camino porque solo valoramos la llegada, no el recorrido.