Revista Educación

Después

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Después

Estudié en un colegio de curas. Que nadie espere que lo que viene a continuación sea un relato de despecho y reproches. Lo pasé muy bien. Quitando el adoctrinamiento (que poco me afectó porque yo venía adoctrinado de casa) y que no tuve una sola compañera de clase hasta los 14 (cuánto daño ha hecho la segregación), todo lo que me pasó allí fue bueno. Mi rojerío, mi constante esfuerzo (con resultados variables) por ser buena persona, mis primeras y largas amistades y todo lo que me quede de inconformismo, se lo debo a los Salesianos. Tan agradecido quedé de mi etapa escolar que prolongué mi vinculación unos cuantos años más en diversas actividades de animación infantil y juvenil.

Luego, simplemente, el tiempo le dio la razón al vacío. Ese que siempre estuvo allí. Todo estaba bien, pero mi motor era otro distinto al que se esperaba. Fue una cuestión de (falta de) fe. Y ya. Ningún despecho. Nada que reprochar. Yo ya no debía estar allí.

Tampoco haré proselitismo. Existen muchos motivos que una persona puede esgrimir para ser religiosa: ser mejor persona, encontrarle un sentido a la vida, pertenecer a un grupo, por decir los primeros que me vienen a la cabeza. Ninguno de ellos me parece motivo suficiente. No necesito (y me atrevería a decir que nadie necesita) la religión para ser bueno (por miedo a), o darle sentido a su vida (por miedo a) o pertenecer a un grupo (por miedo a). Se puede. Pero ni es necesario ni obligatorio ni, en gran medida, recomendable.

Salvo para una cosa.

Existen personas que se acercan al final de su vida. Una vida dictada por el catolicismo estructural. Basada en la ausencia de preguntas y una confianza suprema en que todo, en algún momento, aunque sea después de la muerte, irá bien. Qué harías tú si una de esas personas, que podría ser, no sé, tu madre, te pregunta, se pregunta: ¿Y si Dios no existe? ¿Y si no hay nada después?

Después


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