- Ahora culpamos a todo el mundo, al del tiempo, que pronosticó que nevaría, y nevó, sí, pero no nevó tanto como decía; o al contrario, llegaba un temporal que era evidente en los monitores de los meteorólogos y que luego un viento norte desvió hacia otro sitio. Culpamos al mundo, culpamos a quien sea, sin darnos cuenta que nadie colmará nuestras ansias de arreglarlo todo con un soplo.
La nieve no la echa ningún partido político, eso es evidente; ni al tiempo le puede detener ninguna ideología. Los inviernos como este pasaron hace 50 años y no es cuestión de atrincherarse con un millón de máquinas.
Pero hay que educarse también para las ausencias, para los peligros, para las situaciones intempestivas que vienen de otros puntos y de las que no se puede culpar a quien lleva la máquina. Nadie se lanza a tumba abierta, en una ruta peligrosa, cuando sigue apretando la tormemta y la ventisca no te deja ver las balizas de señalización.
Hemos pasado de no decir nada a explotar en una demanda acelerada de servicios y, claro, todo tiene una explicación. La carretera se abre de abajo hacia arriba y tiene su lógica, si lo miran, porque para qué necesitamos que abran con urgencia los pueblos si los enormes neveros que se forman no nos dejarán llegar al ambulatorio más cercano? Pero sí hay muchas cosas que demandan atención. En San Salvador, a las afueras, al lado de mi casa, alguien ha aparcado una máquina de la Junta, una buena máquina de tubos, que es una forma de acometer los neveros, pero está aparcada y enterrada en la nieve por alguna avería, triste paradoja, y lleva un año allí, sin que ninguna autoridad local ni provincial se haya preocupado en repararla y reservarla para un nevada como esta.
Ocurre que tenemos fijación en la dichosa frase "ya no nieva como antes", y la misma jugada que el ordenador le hace al meteorólogo, nos la ha hecho a nosotros, ilusos, que teníamos casi asegurado por falta de costumbre que nunca nevaría como en el 54 del pasado siglo. Que nunca más nevaría tanto.
Imagen, Piedrasluengas, 2015.
Imagen cedida a Orígenes por Miguel Gutiérrez, de un vecino de Piedrasluengas.