Y después de la violencia obstétrica? Qué queda? Miedo. Queda el miedo.
Esta es la historia de Ana, y de lo que ocurre después, es esperanza y luz, en primera persona...
Mi primer hijo nació y murió en agosto de 2009. Fue un claro caso de mala praxis. Estaba de 34 semanas cuando me puse de parto, bien contadas porque mi marido estaba trabajando a miles de kilómetros de casa, y nos vimos solo en vacaciones. Trabajaba en una plataforma petrolífera en el golfo de México. Yo vivía en España y me había mudado en la semana 28 a Pensacola en Florida, para esperarle y que naciese allí nuestro hijo.
Cuando llegué al hospital con contracciones me dijeron que no habíamos calculado bien la fecha. Que no era un parto prematuro. Que según su ecografía(porque las anteriores no contaban) estaba de más de 36.
Vas a saber tú más que el ecógrafo me dijeron, dándome a entender además que venía de un sistema sanitario tercermundista.
Me rompieron la bolsa sin consultar y me dejaron en una sala de sofás blancos, impoluta con unas correas puestas, sin dejar que me acompañara nadie, aunque era la única en la sala. Había pasado un embarazo sola, viviéndolo con mi marido por teléfono y debía seguir sola, porque no dejaron entrar a mi amiga, la única amiga que tenía allí, trabajaba en las oficinas en tierra de la plataforma, nos ayudó a encontrar apartamento y se portaba conmigo como una madre.
No es familiar así que no entra, dijeron. En la sala de partos si quieres.
Más de 3 horas, allí. Sentada en un sillón incomodo con las correas puestas, inmóvil.
Cuando el dolor se hizo insoportable y tras hacerme un tacto, allí mismo, semi erguida, me riñeron por quejarme tanto, y me dijeron que aun no podían ponerme la epidural, porque faltaba mucho.
Aguanté el dolor, de nuevo sola, cuando no pude más, y avergonzada porque sabía que me volverían a reñir avisé.
Tardaron más de 50 minutos en atenderme. Ya no podía dejar de gritar del dolor, entonces vinieron riéndose, diciéndome que no hacía falta que hiciera escándalo que ya venían a llevarme y me pondrían la epidural.
La epidural nunca llegó. En la sala de partos se dieron cuenta de que mi bebe estaba atascado en el canal. Llevaba de parto más de una hora.
Ventosa y después fórceps. Una episiotomía brutal y un niño azul, silencioso al que vi de lejos.
Se lo llevaron porque había sufrido falta de oxígeno. No le volví a ver vivo.
Y le lloré sola, como sola recibí la noticia. No dejaron entrar a mi amiga hasta pasadas varias horas.
Mi marido llego al día siguiente y encontró una mujer destrozada y un cadáver que al intentar repatriar a España ni siquiera tenía derecho a formar parte de nuestro libro de familia. Le incineramos y trajimos sus cenizas. No consta en ningún sitio.
Se llamaba David.
Este es el resumen. Tras esta experiencia tardamos mucho en decidir tener otro hijo.
Seis años después llegó la hora. Este es mi parto después de la violencia obstétrica.
Miedo, terror, pavor. Perder un hijo es la peor experiencia que puedes pasar. Volver a intentarlo nos costó un mundo. La pérdida de nuestro primer hijo nos cambio la vida. Mi marido pidió un traslado que no llegó y cambiamos radicalmente todo.
Nos volvimos a España sin trabajo, casa ni futuro.
Nos alejamos del dolor y aunque como pareja nos unió, nos ha costado mucho superar las heridas.
Cuando llegó el positivo no lo celebramos.
Estábamos tan asustados que lo primero que hicimos fue buscar un hospital que nos garantizase nuestras expectativas. El parto en casa nos aterrorizaba, así que ni lo planteamos.
Nos decidimos por un hospital pequeño, público. Aunque con miedo y alertas. Contratamos a una Doula para acompañarnos durante el embarazo, la veíamos dos o tres veces por semana, al principio para resolver dudas, para hablar, al final porque se ha convertido en nuestra amiga, nos llenaba de paz y nos calmaba estar con ella.
Decidimos contratar una matrona para el día del parto. Nos habían dicho que los segundos partos son rápidos, y teniendo la experiencia del primero queríamos estar seguros que no llegaríamos tarde al hospital, pero tampoco demasiado pronto.
Mi primer parto se desencadeno a las 34 semanas, por si acaso habíamos buscado matrona antes de las 30.
Pero nuestro pequeño sol no tenía prisa.
El día que cumplíamos 39+3, decidió llegar. Habíamos ido 5 días antes al hospital y debíamos volver dos días más tarde a revisión. No me había sentido cómoda. El personal de la zona de partos me parecía frio, y no estaba tranquila. Esperamos en casa, pero comencé a tener taquicardias por ansiedad y la matrona y mi doula decidieron que esperaríamos en el hospital. No querían arriesgarse.
Sabíamos que no las dejarían entrar.
Llegué y primero me atendió una matrona, no dijo nada cuando entramos los 4, mi marido, mi matrona y mi doula.
Las conocía y aunque se sorprendió no dijo nada. Estaba apenas con el cuello borrado, pero decidió mandarnos a paritorio después de que le resumieran a grandes rasgos mi otro parto.
En el paritorio entramos mi marido y yo, ni siquiera preguntamos si podía entrar alguien más.
Yo seguía nerviosa, la boca seca, el corazón desbocado. Frío. Recuerdo un frío terrible. Tiritaba, y me asustaba de cualquier ruido.
Saltaba si me tocaban, hasta para acomodarme en la camilla.
Hola. Me llamo Cristina y voy a ser tu matrona.
Era menuda, muy joven, y sus ojos reflejaban calma y paz.
Me han contado que te pasó.
No puedo hacer nada por borrar tu experiencia y tu pérdida, no puedo hacer nada para quitarte el miedo ni el dolor.
Sólo te puedo decir lo que yo voy a hacer. Es sencillo, no voy a hacer absolutamente nada que tu no quieras, estoy para acompañarte, creo en ti, en tu naturaleza, en tus sensaciones, así que tu mandas.
Relájate y escucha a tu cuerpo, escúchate. Porque nadie sabe más de tu parto que tu misma.
Demos la bienvenida a ese pequeñín como se merece!
Fue como un anestésico, su breve discurso me devolvió el calor, me dio fuerzas, fue la mejor medicina.
Me calmé y también mis contracciones, me pude tumbar un rato de lado y descansar.
No se cuanto tiempo pasó, pero entró nuestra doula, la alegría fue inmensa, Cristina me dijo, con una sonrisa, que le gustaba tener compañía. No podía creerlo, estaba agradecida y emocionada.
Mis contracciones comenzaron de nuevo, arrítmicas pero fuertes.
Me consultó y decidimos no poner vía, si decidíamos poner epidural habría tiempo para ponerla a la vez.
Tenía puestas unas correas sin cables, así que me podía mover, pero no me apetecía. Estaba cómoda de lado. Agarrando a mi marido con fuerza de las manos.
Cuando se volvieron más regulares las contracciones necesité levantarme. Cristina estuvo en todo momento con nosotros, María mi doula me masajeaba los riñones.
Sentía que iba rápido y se lo dije.
-Quieres que te haga un tacto a ver cómo vas?- Sí, le pedí.
Estaba de 6 centímetros, aun no había roto la bolsa.
No te queda mucho, ya no te haré mas tactos, porque tienes completamente borrado el cuello, tu decidirás cuando empezamos a pujar.
Quieres epidural? Lo habíamos hablado mucho, el dolor era enorme, y sabía que empeoraría. Podemos poner una dosis suave. No quería que me doliese, creía que no podría estar cien por cien alerta con dolor. Llamamos al anestesista.
Cuando llegó, me sentí insegura y asustada. No quería epidural, y si salía mal? Y si dejaba de sentir? Cristina le pidió que esperase fuera.
-Estás en tu derecho de cambiar de opinión, y si vuelves a hacerlo estaremos para ponértela.
Es tu decisión, no permitas que el miedo te haga tomar las decisiones, piénsatelo tranquilamente.
Decidí aguantar un poco más, aun tenemos un poco de margen, al menos dos centímetros o tres me dijo, tranquila.
A los 10 minutos estaba arrepentida de no habérmela apuesto, el dolor se hizo bestial, las contracciones continuas.
Me di una ducha caliente. Rápida, pero reparadora. Al salir tenía ganas de empujar.
Necesito empujar.
Ahora es tu momento, tu pequeño esta perfecto, tu puedes, cuando quieras empuja!
Y de pie apoyada en mi marido y mi doula empujé. La bolsa se rompió y comencé a chorrear líquido amniótico pierna abajo.
Necesitaba pujar, una vez, otra, otra, acompañando mi esfuerzo con un llanto gutural, animal, casi música.
Ya está aquí le dije, sentía su cabeza, el dolor del círculo de fuego, un último empujón y pude tocar su pelo. Salió como un pez, a unas manos que le esperaban en el suelo, con el uniforme verde manchado, sentada delante de mi. Me lo dio con el cordón aun manteniéndonos unidos. Le abracé y mi marido a ambos. Llorando. Aún no se como aguanté de pie.
Antes de expulsar la placenta pude beber un zumo, lo necesitaba, y me tumbé en la camilla. Tardaron en cortarle el cordón. Le revisaron estando encima mío. Sin separarnos.
Cuando alumbré la placenta mi Doula le secó con una toalla y le puso un pañal. Para devolverlo a mi pecho.
Nos trajeron una cama de hospital y nos metimos ambos, tapados con una manta celebrando la vida.
Gracias me dijo, por permitirme enseñarte que no me necesitabas.
Gracias le dije, por devolverme la fe en mi.
Nos abrazamos en silencio llorando ambas.
No puedo aconsejar a nadie, creo que tener un parto respetado depende mayoritariamente de los profesionales que te toquen, ojala todos fuesen empáticos y respetuosos. Afortunadamente muchas voces a diario lo reclaman y cada vez son más los que están cambiando las cosas.
No puedo aconsejaros que hacer o que no, porque llegado el momento, la claridad te abruma y te encuentras indefensa. Tan solo puedo aportar mi experiencia, se puede, se debe, es posible. Profesionales como Cristina, lo hacen a diario.
Mi parto me devolvió la esperanza y la luz, y me trajo a Samuel, para juntos y con una sonrisa recordar para siempre a David.