No sólo de Hanekes vive el hombre cinéfilo. Más allá de las frías colinas austriacas existen otras visiones tan distantes, cínicas y, ante todo, gélidas sobre el mundo que nos has tocado vivir. Si en Europa las tensiones y desigualdades, sociales políticas o económicas, intentar pasar desapercibidas o se ocultan bajo un manto de necesidad o de imposible alternativa, en América Latina y, en especial, en México las mismas incongruencias se muestran a la luz del día sin mayor problema.Michel Franco, director de esta segunda película, posee la capacidad de utilizar la elipsis con una sabia y distinguida elegancia y saber hacer durar los planos el tiempo justo para que te muerdas las uñas sin hacerte sangrar (un segundo más y la herida sería demasiado profunda e irreparable). Ya en 2009 consiguió imponernos unas cuantas noches de insomnio con Daniel y Ana: la historia de dos hermanos, secuestrados en el México actual, obligados a realizar lo impensable, y cuando digo lo impensable (no lo que estás pensando en estos momentos sino mucho peor) es todavía peor.Un director, que opina que su país vive en una especie de guerra civil, evidentemente no puede contentarse con filmar comedias. En su segundo trabajo tras la cámara, con actores no profesionales que ya quisieran algunos de la profesión parecérseles, el director trata dos temas explosivos: la desaparición de un familiar y el bullying o acoso escolar. Al fin y al cabo, como en su primera película, el tema de fondo es, de nuevo, la violencia a la que los dos protagonistas, una hija y su padre, se ven sometidos cuando se trasladan a la capital del país.Este film es uno de esos típicos trabajos que cuanto menos se hable de su argumento mejor. Lo ideal es llegar al cine, sentarse y sufrir, con tanto gusto como si estuviésemos frente a un buen Haneke, durante dos horas. Quedarse prácticamente inmovilizado sin poder mover ni un solo músculo por la fuerza visual, la inteligencia del guión, la habilidad interpretativa y la destreza argumental que Michel Franco no ofrece, otra vez. En Cannes, por supuesto, una película así no pasa desapercibida y se llevó el Gran Premio de la sección Un certain regard. Lógico y justificadísimo.Y al final, el asesino es el mayordomo… Fuera de bromas, aquí no hay mayordomo pero la escena final debería pasar a la historia del cine invisible por la genialidad de su duración, hábil resolución y belleza narrativa. Literalmente sentí en la oscuridad del cine la tensión de todos los espectadores, la angustia que iba aumentando según pasaban los segundos y el silencio espeso que flotaba en la sala. La escena dura lo justo y necesario, ni más ni menos, para que el púbico no la olvide en toda su vida por muchas películas que vea.