El cacerolazo del jueves pasado podrá haber congregado tanta gente “como la que convoca la izquierda en Plaza de Mayo” -según celebró Abal Medina-, pero la frase no le ha resuelto ni a él ni al gobierno K los problemas que le ha creado ese batifondo. Nadie ha sostenido, en un país donde cada uno tiene dos opiniones sobre un mismo hecho, que el cacerolazo haya sido una movilización obrera o de un conjunto de sectores explotados. Pero no por ello dejó de mostrar -bajo el prisma del descontento de un sector superior de la clase media- la desorganización económica y la arbitrariedad política que caracterizan a la gestión kirchnerista. Que el cacerolazo haya tenido lugar luego del paro de camioneros de la rama de combustibles, de la movilización contra el impuesto al salario y de la huelga de diez días del subte, o de las manifestaciones de indignación de los familiares de las víctimas de la tragedia de Once, simplemente está señalando que la protesta contra el régimen actual se manifiesta en todas las clases sociales -incluso las menos necesitadas.
Cuando Moyano produjo el bloqueo a las refinerías, la clase media de las 4×4 se sometió con gusto al calvario de las colas en las estaciones de servicio y de ese forzado frente único con un sector de la clase obrera. El esquema se repitió durante la huelga del subte, la cual dejó de a pie a la clase media de abajo y a los obreros: nadie chistó contra la incomodidad. Quienes luego se prodigaran en fomentar el cacerolazo recibieron con la misma satisfacción la ruptura de Moyano con el gobierno. La ‘imagen’ de Moyano empezó a lucir sin necesidad de que pasara por un camarín de maquillaje. El gobierno tiene que lidiar con un fenómeno clásico en el bonapartismo: la protesta de sectores sociales contradictorios.
Cuando el viento sopla a favor, el arbitraje estatal recoge halagos; cuando lo hace en contra, se lo hace responsable de todos los fastidios. No vale la pena volver a explicar que la culpa la tiene “la crisis mundial”.
El clero, Clarín y la oposición
El clero y la ‘nube’ de organizaciones que han demostrado más de una vez su capacidad para explotar un descontento entre los sectores que los siguen -en especial si lo apoya también el fundamentalismo rabinítico, el cual está enojado por la negativa del gobierno a boicotear el discurso del representante de Irán en la ONU. La cúpula de la Iglesia ha iniciado una cruzada contra la reforma al Código Civil, a la que considera un atentado a la familia. Es una resistencia que viene recogiendo fracasos desde que J. A. Roca estableció el matrimonio civil a fines del ‘novecento’. La ‘simpatía’ de Clarín por la movida del jueves 13 estaba descontada, porque le ayuda a resistir la ofensiva contra la ‘libertad de expresión’, que es la forma como presenta a la intención K de forzarla a ‘desinvertir’ en la TV por cable a partir del 7 de diciembre próximo. Sin embargo, el elenco mediocre de los políticos de la ‘oposición’ solamente se hizo ver desde atrás -y algunos en los días siguientes- en una muestra de incapacidad para dirigir a su propia base. Jorge Macri, el primo del otro, no lució su nueva figura cuando su electorado de Vicente López ‘batuqueó’ frente a la residencia de Olivos.
No se observan alineamientos políticos nuevos después del cacerolazo, aunque abundan los conciliábulos. De Narváez sigue tejiendo con Macri; De la Sota quiere encabezar una oposición poblada de caciques; y los contactos entre los Scioli y los Massa con los Lavagna y su círculo de ex duhaldistas seguramente prosiguen, pero su programa a favor de un rodrigazo (tarifazos y devaluación) fatiga en conseguir aliados. El clero, Moyano y Clarín-La Nación se empeñan en jugar de Celestinas, pero han fracasado reiteradamente en unir a los ‘opositores’ o en reclutar desertores del oficialismo.
El gobierno y el cacerolazo
El cacerolazo, sin embargo, le ha creado un problema principal al gobierno, el cual tiene en su agenda inmediata la intervención a Clarín y la re-re-re -además de buscar una salida para Boudou. No es casual que la haya puesto en remojo. Le resultará difícil, por ejemplo, voltear ahora al santacrueño Peralta. El oficialismo ha postergado la ‘contramanifestación’, que algunos pedían enseguida, para el 27 de octubre próximo, cuando se cumple el segundo aniversario del fallecimiento de Néstor Kirchner. Pero la mayoría de la camarilla K es consciente de que la confrontación favorecería a los caceroleros: por un lado, porque eleva su status opositor; por el otro, porque el oficialismo no tiene una base social sólida capaz de sostener una pelea que, en el fondo, es de camarilla. Los caceroleros tienen, a su vez, un límite infranqueable: no estamos en Corpus Christi de 1955, cuando una movilización del clero -por esos mismos barrios porteños- dio la orden de partida para derrocar a Perón. Los K tampoco son una amenaza al capitalismo o a algún interés estratégico que afecte al imperialismo. Los caceroleros deberán canalizar su movimiento por la vía electoral y cuentan, para esto, con una ‘oposición’ dividida. Es que la burguesía misma está dividida, porque precisamente “la crisis mundial” la amenaza severamente con una inundación de importaciones de mercancías (que los centros económicos tienen en exceso) y con una salida de capitales para rescatar a los bancos de las metrópolis en quiebra. El recule constante del gobierno para aplicar el tarifazo -al que ha sustituido por la ‘sintonía fina’ y el dirigismo (que agrava los desequilibrios y desarticula los flujos comerciales y financieros)- demuestra el temor a la reacción social y popular que eso provocaría.
Alternativa política de izquierda
De ser un régimen de arbitraje activo, el gobierno K se va convirtiendo en el punto cero de un paralelogramo de fuerzas que se anulan. Encuentra dificultades para gobernar, pero nadie quiere que se caiga. La expectativa de que la soja lo saque del arrinconamiento ejemplifica el impasse; los K no tienen lo que ‘Maravilla’ Martínez.
La conclusión que planteamos para los trabajadores activos políticamente es que la alternativa de un apoyo al gobierno “para que no suba la derecha” está agotada. Es necesario ganarle a la derecha la carrera de la oposición alternativa a este gobierno: por eso hay que desarrollar una alternativa política de izquierda que se convierta en mayoritaria. La política oficial creará más desorganización y más descontento. Solamente la izquierda revolucionaria lo puede canalizar hacia una salida progresista y transformadora.
Jorge Altamira