Revista Libros
Entiendo que una de las virtudes del artista (el pintor, el novelista, el poeta) es ser capaz de convertir la realidad que lo rodea en otra cosa, más densa, más perdurable, plenamente despojada de las anécdotas y del polvo de la momentaneidad. En el año 1995, la ciudad japonesa de Kobe fue sacudida por un terrible terremoto que alcanzó los 7’3 grados en la escala de Richter y que causó la muerte de más de seis mil personas. El suceso marcó a todo el país; y lo hizo también de una manera especial con un escritor nacido en Kioto en 1949, pero que vivió muchos años de su juventud en Kobe: Haruki Murakami.Invocar ese nombre en la literatura de los últimos años es referirnos al más exitoso y occidental de todos los narradores nipones vivos, así que el libro donde abordó el tema del terremoto (publicado originalmente en el año 2000) alcanzó una difusión muy notable. Ahora, traducido del japonés por Lourdes Porta y editado por el sello Tusquets, tenemos la suerte de poderlo gozar en nuestro país. Se trata de una colección de seis historias donde Murakami traza una sinuosa línea de argumentos que, siendo profundamente dispares, tienen como hilván común el hecho de que alguno de los personajes se haya visto de una manera o de otra afectado por la experiencia del terremoto. Así, Komura es abandonado por su esposa, que ha permanecido cinco días completamente muda como consecuencia de las imágenes que del seísmo se han divulgado por televisión (Un ovni aterriza en Kushiro); el señor Miyake es un pintor entrado en los cuarenta, que gusta de encender hogueras en la playa y que encuentra en la joven Junko a una especie de alma gemela, nació en la localidad costera de Kobe (Paisaje con plancha); la doctora Satsuki, divorciada de un hombre que ahora vive en esa ciudad, disfruta de unas vacaciones en Bangkok y piensa con ira que ojalá que el temblor de tierra lo haya fulminado (Tailandia); etc.Pero esta pirueta de conexión no es más que una anécdota en el tomo. En realidad, a poco que se reflexione sobre los relatos, se comprende en seguida que Haruki Murakami nos está proponiendo unas intensas reflexiones sobre la condición humana, sobre los miedos, las soledades, las flaquezas psicológicas y el dolor que siempre nos acecha en los diferentes meandros del camino de la vida. Komura se encuentra tan perdido por el abandono de su esposa que habrá de buscar en un viaje a Hokkaido el oxígeno que lo libere de la asfixia de su hogar; Yoshiya, empleado en una editorial que aún vive con su jovencísima madre, descubre un día por la calle de forma azarosa a un hombre al que le falta el lóbulo de una oreja... como a su padre biológico, que lo abandonó de niño (Todos los hijos de Dios bailan); la doctora Satsuki tiene el alma tumefacta por ese viejo rencor que late contra su exmarido, y necesitará que una sanadora de espíritus le ayude a encontrar la paz; el talentoso escritor Junpei tendrá que preguntarse si está dispuesto a contraer matrimonio con Sayoko, una antigua amada que acaba de divorciarse (La torta de miel)... Zozobras, debilidades y un buen manojo de tristezas, que Haruki Murakami nos sirve con prosa excelente.