Mi vida es como la de un personaje del antiguo testamento, osado o cobarde, pero nada flamante ni acomodada. Estoy obligado eternamente a luchar contra el Ángel del destino, a rebelarme contra los dioses, a doblegarme. Sin instantes de certeza ni de sosiego continuado, debo sentir constantemente la presencia de la conciencia, que me castiga porque me quiere. A veces parece que el destino contiene mi cólera y me permite continuar como a los demás por el común sendero de la vida, pero nuevamente la mano vuelve a empujarme contra los tórridos zarzales.
Me hunde en el abismo más profundo y me muestra toda la magnitud del delirio y de la desesperación, me levanta hasta las alturas de nuevas esperanzas, donde otros débiles se derriten ante la lujuria, yo quedo postrado en la oquedad del dolor.
Cuando pretendo salir de este siniestro mundo, cuando la infancia quedo extinguida, huyo al eterno refugio de los insatisfechos y me refugio en el peligroso mundo de los libros.
Mi destino, una especie de cordial hostilidad, agudiza dolorosamente todos los conflictos, la vida me duele porque la amo, y ella me ama porque me tiene sujeto con fuerza, ya que admito en el dolor la mayor posibilidad de sentimiento. Tal destino no quiere dejarme escapar, me esclaviza una y otra vez para convertirme en un perenne mártir.
Vivo muerto en vida y cada instante antes de finar compruebo la naturaleza mas compacta y mareante del ser, la tensión patológicamente acrecentada de sentirme "yo mismo".
Jamás querré mejorar mi fortuna, esquivar al destino, hacerlo flaquear. No ansiare la consumación carnal,el remate,el descanso final, solo deseo acentuar mi vida en el dolor. No quiero quedar vidriado, ni reflejar gélidamente el caos alterado, sino permanecer como una flama, auto afligiéndome.
No deseo ser dueño de mi destino, sino su fanático esclavo.
Texto: Michel Manuel Canet