El 3D «revolucionario»
Lluvia de albóndigas
Ahora bien, ¿donde está la supuesta nueva tecnología revolucionaria? ¿dónde está ese 3D necesario para un trabajo que según Cameron «ha estado desarrollando durante años hasta que hubiera la tecnología suficiente»? ¿es el mismo que para hacer «UP» o «Lluvia de albóndigas»? Por increíble que parezca, cara al espectador es el mismo, así que ¿cuál es la novedad?Parece ser que lo que Cameron ha desarrollado no es el 3D, o al menos yo no lo entiendo así, sino una técnica para filmar y visualizar a los actores caracterizados ya como los personajes creados por ordenador, e inmersos en el mundo virtual creado previamente. No es por nada, pero esto no tiene nada que ver con el 3D, por lo menos el que nos están vendiendo. Además de que esto ya existía, solo que se han mejorado o aligerado los dispositivos.
En esta critica de la película leída en Cinemanet, he entendido cuál es el elemento diferenciador de Avatar respecto al resto. Reconozco que para contar la historia de Poul Anderson y su Joe, una de las mejores formas para sentir lo que el protagonista al estar dentro de su Avatar, es ver tridimensionalmente con los ojos de éste cómo se desenvuelve por un planeta extraño, espectacular y, en el caso de la película, absolutamente maravilloso. Puede que sea esto a lo que se refería Cameron al decir que esperaba esta tecnología, para así poder envolver al espectador en un entorno de ensueño y en definitiva, crear una adicción similar en el espectador a la que experimentan tanto Edward Anglesey en el relato de Anderson, como el Jack Sully de Avatar: se enamoran del planeta de su huésped artificial. Es decir, los 3D son una nueva forma de ver el cine, que podría suponer un cambio similar a lo que produjo el cine sonoro.
«Lluvia» de gafas 3D
Bien. Aquí es donde podría estar la revolución cinematográfica, pero si miramos entre bastidores el panorama cambia bastante. Todo parece indicar que esta parafernalia montada por el director de origen Canadiense no es otra cosa en el fondo que un truco mercadotécnico para activar un mercado que no se había puesto en marcha definitivamente, y de dudosa utilidad para el espectador. Nada como un proyecto cinematográfico envuelto con palabras grandilocuentes junto con una impresionante campaña publicitaria que ya dio sus frutos con Titanic (Cameron, 1997), para lograr que todo el mundo vaya al cine como si fueran Zombies; una patética escusa en definitiva, para hacernos a todos ir a las salas a ver lo mismo de siempre: los mismos clichés, las mismas historias y los mismos personajes.En el cine Fui consciente de todo esto cuando ya por fin vi la película, meses después de su grandilocuente estreno. Para empezar, las gafas que me tocaron, las que mucho antes de esta «revolución» decidieron los responsables de la sala, eran el modelo «barato». Al poco de comenzar la proyección, el desconocido que tenía al lado se dirigió hacía mi visiblemente consternado, y produciéndome no menos alarma: que si se veía oscuro o era el mismo (le falto decir: ¡dios mio, dios mio, que me está ocurriendooo!!). Lo cierto es que el cristal polarizado reducía notablemente la luminosidad de la proyección, cosa que comprobé durante dos o tres minutos mirando la pantalla alternativamente por encima de las gafas, y a través de ellas. Finalmente, tras estos iniciales momentos de incertidumbre y una vez la mágica cuenta regresiva que flotaba delante de nosotros dio paso a la película, ocurrió lo que me temía: además de la similitud con el texto de Anderson, no pude evitar tener la sensación durante toda la proyección de que los Na’vi reproducían los roles de una tribu de apaches. El jefe de la tribu, los adornos, las jerarquías, la hechicera y además, los indios nativos de Norteamérica también vivían en armonía con la naturaleza, no la consideraban propiedad de nadie, y cabalgaban a lomos de sus monturas de forma similar. Puestos a basarse en la literatura de Ciencia-Ficción podrían haber echado mano de alguna obra del inigualable Jack Vance y sus recreaciones de sociedades alienígenas, no en las películas de indios y vaqueros.
El responsable
El responsable de este desaguisado es una persona que contrata con una empresa de tecnología 3D para las salas de cine en cuyo desarrollo no ha tenido nada que ver, la promoción de una película que se vende como si no de no ser por ella, ese mismo 3D apenas pudiera existir. Es posible que ahora esto sea cierto en parte, gracias a su éxito taquillero, pero no deja de parecerme una de esas siempre extrañas paradojas temporales, en las que es el conocimiento futuro de algo lo que realmente lo provoca, una singularidad temporal en la que el protagonista se saca de una chistera cualquier cosa, un condensador de fluzo, un Na’vi, o un impresionante contrato comercial. Y mientras logra todo esto con una empresa, simultáneamente se hace fotos con las gafas de la competencia. Todo un oportunista comercial «de Cine».
Este responsable, que en el año 1997 se creía el Rey del Mundo, es con gran probabilidad la causa de que echaran a un famoso cómico de la ceremonia de los Oscar, por ridiculizar con muchos motivos para ello, al supuesto método de reproducción de los Na’vi. Las escenas de apareamiento nos las «ahorraron» presenciar, seguramente para garantizar la categoría «para todos los públicos» de Avatar, pero si que pudimos comprobar cómo el cortejo romántico es bochornosamente idéntico al de cualquier parejita terrestre (humana, por supuesto).
El mismo responsable que reconoce haberse basado en todas las novela de Ciencia-Ficción habidas y por haber, nos sorprende ahora con que va a escribir un libro precuela de Avatar. Es decir, tras haber recogido todas las ideas posibles provenientes de la literatura (y otros ámbitos) para aplicarlas a su película y cosechar un gran éxito comercial (de momento cinematográfico, poco), lo aprovecha para sacar un poco más de tajada con un libro, que ya veremos si es él el que lo escribe o qué. Pero lo peor de todo es lo que se puede leer en algún medio sobre este tema:
supondría el recorrido contrario al habitual en las películas de ciencia ficción, normalmente basadas en novelas adaptadas para la gran pantalla
«contrario al habitual». Los hay quien los tiene bien tridimensionales. Ahora hay que reconstruir ese sentido de la maravilla con el que veía la Ciencia-ficción que de momento, creo mantener en su literatura. Moon (Duncan Jones, 2009) o Distrito 9 (Neill Blomkamp, 2009) me han dejado buen sabor, pero miedo me da lo que venga de la mano del gran Ridley Scott y su tal vez innecesaria precuela de Alien, el octavo pasajero, también en 3D, que esperemos no lo acabe de estropear.