
El aguinaldo me llegó de la mano de una buena amiga que venía a Madrid y le había dicho que le bajaría el bolso que había comprado y así provechábamos para vernos. La cosa terminó en un divertido almuerzo y una deliciosa tarde noche protagonizada por Hermana Segunda, su Prima (Mi amiga) y yo. Tuve el privilegio de asistir a la puesta al día de más de cuarenta años entre dos personas que han sido protagonistas de la vida intelectual de este país; todo un sueño para mí.
Comimos, nos reímos mucho y sus historias familiares hicieron que nuestra imaginación volara sin remedio.
Entre carcajadas, llegamos a la conclusión de que tendríamos que viajar las tres a Tánger para desvelar el misterio.
Bien entrada la noche salíamos mi amiga y yo escoltadas por Hermana Segunda que nos alumbraba el camino con una linterna y nos avisaba para que esquivásemos el estiércol de vaca que le habían dejado ese mismo día en el jardín para la huerta. Yo, como muchas veces en mi vida, maldecía el no poder guardar la magia de esa velada en algún soporte que me permitiera disfrutarlo para siempre, solo los libros que llevaba en el bolso me recordarían que no había sido un sueño y que era cierto que había estado sentada en el salón de esa casa escuchando de primera mano el mayo del 68 en Paris, no leyéndolo en los libros, viendo como Hermana Segunda representaba los pasos nocturnos del abuelo insomne desde la guerra, como había buscado con todo el cariño los libros que le enviaba al Consorte, disculpándose de que no pudiera dedicárselos el autor. Que ahora que lo pienso, el suyo propio no me lo firmó. Es lo que tiene están totalmente absorta por la magia del momento.
Llegó la Navidad y mi regalo vino con la alarma puesta. El Consorte ha jurado que lo pagó y el Niño decidió que iba a practicar sus habilidades para quitar alarmas hasta que le amenacé con que si lo fastidiaba, lo pagaría él. En ese momento vio la conveniencia de ir a la tienda a que la quitaran ellos.
Un año más, después de escuchar las diferentes movidas de amigos y conocidos en torno a las cenas familiares, he llegado a la conclusión de que hay mujeres que nacen ya suegras; que el día que nacieron salió la comadrona y le dijo al ilusionado padre-“Lo siento, ha tenido una suegra”- Sí, con su bigote, sus indirectas, su habilidad culinaria que para sí querrían los que se pegan por las estrella Michelín, un amor inconmensurable al hijo que tendrá, que será su hijito del alma y la seguridad absoluta de que se lo llevará una pelandrusca de mierda que le hará la vida un infierno y que si no fuera por los niños que tendrán, la mandaría al carajo antes de cinco años.
También las hay que nacen ya nueras. Desde que les dan los azotes el médico, tienen clarísimo que en su vida se cruzará un miserable calzonazos del que se enamorarán perdidamente sin percatarse de que su madre es una auténtica bruja que le tiene comido el coco y que lo mangonea y manipula hasta límites insospechados.
Ellos también nacen siendo yernos odiadores de suegras insoportables y cuñados de tíos que, si se han llevado a la hermana, son unos capullos integrales y ella se merecía algo mucho mejor y si es el hermano de su mujer, tiene una mujer que no se merece y que además está buenísima. En todos los casos sin excepción los cuñados tienen muy mal beber y se ponen pesadísimos con cuatro copas de más.
Como han nacido con esas peculiaridades, ya saben lo que ocurrirá en las fiestas familiares, así que salen de casa ya predispuestos a que la cosa no decaiga y poder decir con aire triunfal al terminar la velada “ya te lo dije, si es que todos los años es lo mismo”.
El Día de Navidad vino la Santa que aguanta al Niño a felicitarnos las pascuas y a dejarme una hermosa gripe que me ha tirado en la cama. Espero estar repuesta para poder recibir el año nuevo con mi ritual.
