De cría, mi madre cuidaba hasta el mínimo detalle. Me despertaba a la hora en punto, tenía listos el desayuno y la mochila, y juntas salíamos hacia la estación. Por el camino me daba consejos —tenía un amplio surtido— y en el andén me asía fuerte cuando el cercanías paraba. Subíamos al tercer vagón y aunque fuera idéntico trayecto, disfrutaba del paisaje mil veces dibujado. Todo era hermoso tras la ventanilla. “Pronto dejaré de acompañarte”, me sorprendió una mañana. No la creí. Pero ese día llegó. Ahora viajo con Tunante, mi perro lazarillo, y no lo veo igual.
* Finalista del XI Certamen de Relatos Breves 'El tren y el viaje'