En Londres puedes extasiarte contemplando prodigios como el Big Ben, el Parlamento, la abadía de Westminster, la Catedral de Southwark, la Torre del Londres… y cuando ya no puedes asimilar más grandiosidad, ir a Notting Hill y sentir la coqueta y relajante belleza de sus calles llenas de flores, de sus tiendas y cafeterías, de sus casitas de colores y su ambiente chic y sencillo a un tiempo.
Pero esto, seguramente, también lo sabe todo el mundo. En cambio, hay lugares y elementos londinenses que, me parece, suelen pasar desapercibidos, tal vez por su modestia, aunque no carecen en absoluto de finura y significado.Me refiero a detalles como ciertas placas conmemorativas, humildes y casi escondidas, como esta, que evoca la historia de Helene Hanff y la librería Marks and Co.
O esta otra, en Notting Hill, precisamente, que recuerda, con sorprendente laconismo, que en esta casa vivió George Orwell.
También me llaman la atención las placas que señalan el número de algunas casas, y que son muestra del gusto británico por el mimo, la delicadeza y el cuidado en los elementos cotidianos.
O la estatua de Peter Pan, en Kensington Gardens, que a su vez está llena de detalles en forma de animalillos y hadas. A mí me fascina esta especialmente:

Yo creo que la contemplación y el disfrute de la belleza nos hace mejores personas. Porque nos hace más sensibles y nos capacita para descubrir y apreciar matices y aspectos de la vida, del mundo y del ser humano, que normalmente quedan ocultos bajo capas de prisas, impaciencia y pragmatismo. E igualmente, nos hace respetuosos con los bienes comunes.Pero a veces, también la propia belleza, la más evidente, la más deslumbrante, nos impide ver que alrededor hay otras bellezas, más pequeñitas, menos llamativas, pero igualmente emocionantes.





