Caminar observando cómo la gente vive su rutina,
aunque tengamos dudas de si a eso se le puede llamar vida.
Niños queriendo contar sus aventuras al salir del colegio,
madres que asienten con la preocupación de no llegar a tiempo,
aquel padre que espera a su hija
día tras día esperando una sonrisa.
Y me pregunto si pensarán lo mismo que yo
y algún día echarán de menos esos pequeños detalles,
o si estarán contentos con sus vidas
y yo,
la única cobarde.
Morirse de pena al ver cómo la avaricia
se apodera de los corazones y olvida el significado
de la vida basada en la felicidad.
Y es que todo tiene sus momentos pero anclarse en el no puedo
es como quien vive sin vivir,
esperando a que llegue el día en que recuerden
que había algo que les apasionaba.
Cada uno de nosotros llenos de sentimientos y emociones,
saboreando la pasión, sintiendo que la vida puede cambiar
que los sueños están a varios kilómetros
pero que se pueden alcanzar
dejando de lado la imposibilidad.
Y es que el perder es tan necesario como el ganar,
la humildad como base de la educación
y los sueños como fuente de inspiración.
La sonrisa es el escudo
y el corazón la fuerza para no rendirse,
mundos repletos de corazones
apasionados y comprometidos.
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