Revista Cultura y Ocio

Determinaciones de las tecnologías | Iván Rodrigo Mendizábal

Publicado el 18 mayo 2018 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Iván Rodrigo Mendizábal

(Publicada originalmente en Revista Punto Tlön, Quito, el 31 de marzo de 2018)

Determinaciones de las tecnologías | Iván Rodrigo Mendizábal

Foto de portada de artículo de FunkyFocus. Tomada de: https://pixabay.com/es/tel%C3%A9fono-m%C3%B3vil-smartphone-3d-1875813/

En un artículo de Isaac Asimov, contenido en su famoso libro, Sobre la ciencia ficción (Sudamericana, 1982) afirma que la tecnología es fundamental para comprender la ciencia ficción. Señala, incluso, a modo de definición que esta es “es la rama de la literatura que trata sobre las respuestas humanas a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología”. Tal literatura muestra, explica y lleva al extremo los cambios que suscitan la ciencia y la tecnología. Y, respecto a esta, Asimov es consciente que, refiriéndonos a la tecnología, esta se ha dado a lo largo de la historia de la humanidad y su presencia, su uso, su desarrollo “alteró” efectivamente a toda sociedad.

La tecnología es un producto de la historia humana o, mejor dicho, es inherente a la actividad humana. Sin la tecnología no habría transformación social, no existíria incluso cambio o mutación humana. La tecnología es determinativa si se entiende esta palabra como causante, motor al mismo tiempo que energía del desarrollo humano y social.

Fuera de la literatura de ciencia ficción, la tecnología (y hoy en día, las nuevas tecnologías), se ha constituido en fundamental en la vida humana. La tecnología, si consideramos la reflexión filosófica (pienso en Martín Heidegger y su lúcida reflexión, “La pregunta por la técnica” de 1953) va más allá de la técnica y el aparato. Una técnica involucra un quehacer, un aparato infiere un cierto uso, pero la tecnología supone una ideología: un aparato puede emplearse para el bien o para el mal; una técnica puede perfeccionarse y dotarse de un sentido “estratégico” hasta convertirla en tecnología.

Las tecnologías de poder, teniendo en cuenta a Michel Foucault en varios de sus trabajos, son dispositivos (ya no solo aparatos) que determinan la vida de personas y sociedades al servicio de una lógica o régimen que podría llamarse de “disciplinario”. La tecnología es impuesta en los cuerpos y en lo sensible ya sea de manera consciente o inconsciente. Quienes sufren de las tecnologías de poder, saben que sufren el castigo, el control, el poder en sus propios cuerpos y mentes. Quienes no son conscientes de aquellas, se vuelven funcionales al sistema, a todo sistema. Por lo tanto, las tecnologías son como las máquinas cuyo engranaje engrana a las cosas, a las personas.

Hoy en día casi nadie se pregunta, por ejemplo, por la dependencia enorme que se tiene de los celulares, de los aparatos. Los llamados millenials, por ejemplo, se proclaman como los habitantes propios de las tecnologías. Son los propios seres que la ciencia ficción proclamaba en su momento: ciborgs, es decir, sujetos transformados por las tecnologías, determinados por su funcionamiento. La paradoja está ahí mismo: mientras habitan las tecnologías, al mismo tiempo ellas han colonizado sus cuerpos y sus mentes. Se podría decir que se trata de una especie de contrasentido y, al mismo tiempo, una obviedad.

El problema es que el celular ha cambiado y, con él, ha determinado el cambio de comportamientos sociales. No se trata solo de un teléfono, sino de una microcomputadora con infinidad de posibilidades tanto comunicativas, cuanto sociológicas. Quien tiene un celular está abierto a “hacer cosas” en el mundo, por lo tanto, ejercer, desde el plano privado, por ejemplo, lo que implican las tecnologías de poder: ¿acaso no se emplea tal dispositivo para controlar, para buscar información, para hacer transacciones económicas, para capturar momentos “sublimes”, si se piensa que esas son formas de aprehensión/aprensión de cosas y perfiles de otros sujetos? En este sentido, alguien me comentada que había comprado un “reloj” para su pequeña hija. Pero no es solo un reloj, una especie de IWatch, sino que es un celular limitado, un dispositivo que permite controlar sus recorridos, un aparato que sirve para intercomunicar, entre otras cosas. Súmese a esto, con dispositivos similares que permiten saber las pulsaciones, el control del corazón, de si hay o no azúcar en la sangre, etc. Pues bien, una tecnología de este tipo “sirve”, es “maravillosa”, mide, otea, avisa, es funcional a una intención, el control, al autocontrol. Y, ¿no hay allá inserta una ideología que se ha vuelto carne, que se ha “encarnado”? Es la ideología de la de la sociedad de control que, por paradoja, parece asentarse en el control mismo de las cosas (cuestión de la opacidad), aunque en realidad es más transparente, hecho que redunda en que uno se autocontrola, uno sabe que todo está a su servicio y cree tener más libertad, pero en el fondo, la idea es que la sociedad donde está inserta es más excluyente tal como Gilles Deleuze alguna vez sugiriera en su ensayo “Posdata a las sociedades de control” (1990). Las tecnologías de poder trataban de “incluir” en el sistema al ciudadano, hoy en día, las tecnologías de control, “excluyen” porque previamente han calculado la peligrosidad de los potenciales sujetos, estos, usuarios de tecnologías.

Una ciencia ficción “feliz”, utópica, muestra, en efecto, las determinaciones inclusivas, positivas de las tecnologías. Son acaso ciertas obras de Julio Verne. Pero una ciencia ficción cuya marca es la “infelicidad” por efecto de la determinación tecnología es, quizá, la distopía. H.G. Wells fue uno de los primeros en mostrar que la bomba atómica no era para bien, sino para el ejercicio del mal.


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