Revista Cultura y Ocio

Detrás -relatos cortos-

Por Orlando Tunnermann
DETRÁS -RELATOS CORTOS-
Detrás, siempre detrás. Detrás de la máscara y las sombras de mi cuarto a oscuras, detrás de mi nombre apócrifo y de una máscara veneciana, allí me encontrarás guarecido, pertrechado con un millón de poemas por escribir y cuatro cientos billones de palabras que aún no he pronunciado y que flotan en el aire sin que nadie las recoja. Me buscas con inquietud y curiosidad, como si las puertas de mi casa tuviesen aldabones donde tú pudieses llamar. Me escribes románticas misivas cargadas de ampulosidad para atraer mi atención. Todavía no te has enterado de que tu planeta y el mío son distintos y que por mucho que te afanes jamás lograremos entendernos. No escucha quien no quiere oír. No debería hablar quien debe callar. Me cuesta horrores soportar tus diatribas pueriles y acarrear con la estulticia humana que me rodea. No tiene sentido que pierdas tu tiempo limitado observando al eremita que se fue de tu lado para vivir junto al mar, en lo alto de un faro en ruinas donde sólo llegan las gaviotas. Me he comprado un traje invisible por propia voluntad. No es que deplore tu compañía, es que adoro la mía. Soy egoísta y narcisista, nihilista, anacoreta y una rareza de la creación divina en proceso de extinción. Me conformo tan solo con que me dejes respirar tranquilo, extasiado con los vapores endógenos de mi burbuja privada, que yo no tengo la menor intención de pedirte prestada la tuya. Me llamo Morgana, Cassandra, Leandro, Isaías, Orlando, Miranda, Alex, Deborah, Darinka, Bustibel, Baphomet, Chronos y cualquier otra cosa que se le ocurra a este magín mío que no cesa de fabricar ficciones literarias. No me pidas explicaciones ni acudas sin permiso a mi santuario de vacaciones, acepta sin ambages mis extravagancias inexplicables, que yo no le pido al tigre que se borre las rayas ni al perezoso que deje dedormir y se ponga a cazar gavilanes. Cada uno cumple su función, cada uno es como es, y aceptar la disparidad es el principio de una relación armoniosa y bienvenida. Podría mirarte, adularte, cotorrear sin tregua. Podría hablarte como si fueses la cosa más exquisita del universo, decir a todo que sí con reverencias mayestáticas, sonreír dichoso cada vez que desembuchases chistes jocosos o anécdotas biográficas, pero insisto: No le pidas al tigre que se extirpe las rayas, que son suyas y no tuyas. Mi sonrisa y mi dicha me pertenecen y las tengo bien planchadas y dobladas en un arcón, para sacarlas cuando me dé la real gana. No es huraño quien no quiere compartir, ni un andrajoso leproso aquél que escoge la austeridad cuando tiene a su disposición cuatro docenas de plebeyos a su servicio y como morada un castillo. Crece, piensa, respeta, madura, tienes un ombligo precioso, pero te lo digo con cariño, hay otros ombligos ahí afuera aparte del tuyo.

Podría formar parte de un planeta habitado por seres lobotomizados que dialogasen, cavilasen, comiesen, durmiesen, riesen y amasen al unísono, como una comparsa de actores que representara una y otra vez el mismo papel sin plantearse siquiera si el papel elegido es el que se quiere representar. Podría hacer eso y muchas cosas más, pero en mi escala piramidal fundirme con ese conglomerado homogéneo es tan superfluo, tan inane, que ni con vista de azor logro discernirlo de lo lejos que se halla en mis deseos y ambiciones. Podría ser el alma de la fiesta, cazador de corazones, porque mi labia cultivada parece enamorada de tales intenciones. No me mal interpretes, no es que me aburran los banquetes, los parabienes, las joyas y las ovaciones, es tan sólo que he comprado una isla en el planeta del olvido y pretendo pasar allí el resto de mis días, componiendo sonetos para mi propia satisfacción.



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