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Devil Daggers: descarnado divertimento eterno en los infiernos

Publicado el 22 septiembre 2016 por Elrosso

El aniquilacionismo es un conjunto de teorías que cuestionan la finitud de determinados conceptos de la Fe cristiana relacionados con el paraíso y el infierno. La culpa la tiene una libre interpretación de la palabra griega aionios, cuyo significado siempre se ha aplicado a “lo eterno” en cuanto a las recompensas y castigos expuestos en el Nuevo Testamento. El problema está en que muchos escritos recurren al término para exponer el poderío de algo terrenal como, yo que sé, la hegemonía de Roma en tiempos de Augusto, por lo que cuando se habla del castigo eterno en los infiernos tal vez se esté hablando de una aniquilación total y absoluta del alma condenada más que de un periodo de tiempo. Además, un ser bondadoso como Dios no sería capaz de aplicar tan desproporcionado castigo por un puñado de pecados. O al menos eso queremos creer, porque si te miras las escenas post-créditos de la Biblia en Apocalipsis 20:10 resulta que “el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.” Pues no sé yo.

Ahora imaginemos que el precio a pagar por esos pecados que no le contaste al párroco es pasar el resto de la eternidad en un coliseo erigido en la más negra inmensidad perseguidos por incansables pólipos tentaculares, cráneos corrompidos en llamas y gigantescas criaturas quitinosas; y donde no hay ni un segundo de descanso a sabiendas de que no existe un final para este sufrimiento, si acaso no-morir para volver a iniciar el ciclo de supervivencia de forma instantánea. Bueno, pues hay por ahí un hijo de puta al que esta idea le pareció cojonuda para hacer un videojuego. El martirio se llama Devil Daggers y te lo puedes agenciar por el precio que te de la gana en el último Humble Bundle.

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El planteamiento es tan desolador como una clase de Religión después del recreo. Encorsetado en una suerte de FPS neo-retro con monigotes 3D que parecen diseñados por Lovecraft tras una noche de barbitúricos y Hexen 2, el único objetivo es sobrevivir el mayor tiempo posible a las oleadas de enemigos que irán apareciendo en pantalla. Y si te rozan estás muerto y a tomar por culo la bicicleta. No hay items (bueno, solo uno realmente), ni regeneración de vida, ni una sucesión de niveles, ni un hilo argumental, ni un tutorial, ni un NPC. Nada, la más absoluta nada que choca frontalmente contra todo lo que el manual del buen videojuego para creyentes promueve, y que te deja como única migaja la satisfacción de haber resistido unos segundos más que tu primo ese con el que no te hablas pero te tiene en Steam. Casi a modo de burla, lo único que nos proporcionan es la daga que da nombre al juego y que recogemos en el absoluto vacío al iniciar una partida. Una Espada de Damocles que cuanto más usamos nos hace más poderosos, pero más complicadas se ponen las cosas. El pacto de un Spawn sin esposa a la que recuperar.

Empiezas a jugar y mueres a los veinte segundos. En la segunda partida mueres a los treinta, pero en la tercera te joden a los dieciséis y toca replanteárselo todo. Existen poco más de diez enemigos en el juego, cada uno con su propia forma de moverse y hacer ruido. Muy Doom, muy de oír el aspirado con vegetaciones de un pinky y dar un par de pasos hacia atrás por puro reflejo. En juegos de pocas variables y ritmo asumible, la toma de decisiones se rige más por las jugadas futuras que por la propia situación presente. En Street Fighter II, mientras estás realizando un salto hacia delante con patada ya estás pensando en el barrido que vas a hacer acto seguido en caso de que Guile no te meta un gol de chilena. En Devil Daggers no hay tiempo para nada, y como si de un perrillo chico se tratase, cada instante es un cúmulo de estímulos con los que debemos lidiar sin desbordarnos. Hay que experimentar, analizar los patrones de movimiento, la forma de actuar de cada bicho y buscarse unos buenos auriculares para verlas venir. La única decisión, más allá de nuestro propio movimiento ratón y teclado mediante, está en decidir cómo disparar, pues dejando pulsado el botón del ratón realizaremos una ráfaga constante, mientras que un clic aislado hará que el disparo tenga la dispersión de una escopeta.

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De poco sirve empaparse de los vídeos con los records, que actualmente está en 830 segundos, y que mientras redacto esto se ha superado. En la propia experiencia y el refinamiento de nuestras capacidades está el éxito de una forma mucho más descarnada que, por ejemplo, en Nuclear Throne. Aquel permitía cometer más fallos, la duración media de una partida es de unos quince minutos y, en definitiva, prima el autocontrol y análisis del entorno más que dejar en nuestros reflejos toda la responsabilidad. Aquí solo existe un logro en Steam que consigues cuando aguantas 500 segundos sin morir, algo que de momento solo han conseguido cinco personas. Aparentemente no se conoce un final para el juego, y con cada nueva versión se añaden nuevos enemigos que amplían este descenso. Y mucho ojo, porque aquí no hay ningún tipo de generación aleatoria. Todo siempre ocurre de la misma forma, y la secuencia es exactamente igual siempre, aunque esta concreción se diversifique a los pocos segundos en base a nuestra forma de ir despachando oleadas y lograr que nuestra daga se vuelva más poderosa reuniendo las gemas que sueltan los enemigos. Y hasta ahí puedo leer.

No me voy a poner a desvelar los hábitos de juego que se aprenden sobre la marcha y que van macerando muy despacito el verdadero potencial de la experiencia. Véase el hecho de que si pulsas el salto mientras disparas contra el suelo en el modo escopeta haces un rocket jump, o que matando a determinado tipo de bicho junto a otro tipo de bicho pasan determinadas cosas que no son buenas para nosotros y que van perfilando nuestra forma de hacer las cosas. Una de las frases más célebres de Aleister Crowley, a quien le iba también la marcha, era que las personas que realmente han hecho historia son los mártires. Lo complicado a la hora de catalogar Devil Daggers es cuando de ese martirio sacamos un placentero gustirrinín que nos lleva de forma irrefrenable a jugar una partida tras otra precisamente por esa inmediatez y la ausencia de explicación alguna. Como la primera de Cube, como tu madre friéndote un huevo porque te has quedado con hambre. Cosas jodidas y ramplonas que son la salsita de la vida. Fuego eterno.

Humble Jumbo Bundle | https://www.humblebundle.com/jumbo-bundle-7

Web oficial de Devil Daggers | http://devildaggers.com/


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