Analizamos la despedida de uno de los nombres propios de la historia televisiva
Dexter
Morgan, el asesino más famoso de la pequeña pantalla y uno de los representantes más característicos de la cada día más lejana época dorada de las series, por fin ha blandido su inseparable cuchillo por última vez antes nosotros. Y digo "por fin"
porque, salvo altibajos puntuales, es una concepción prácticamente generalizada entre
la legión de seguidores de la serie
que Dexter tenía que haber puesto punto y
final a su andadura hace bastantes años, una vez hubo tocado su
propio techo con el arco argumental de Trinity, demostrando en la temporada
inmediatamente posterior -la de Lumen- su incapacidad para superarse. Como
todos sabemos, no fue así, y en esas que tuvimos que
soportar las peripecias fantasmales de un desaprovechadísimo Edward James Olmos en su sexta entrega para, después, asistir a un arco argumental con sabor a despedida que
se alargó innecesariamente durante las dos últimas temporadas de la serie.
Pero, ¿ha logrado Dexter la redención en sus minutos finales? La respuesta, tras el salto en
nuestro análisis final de la ficción de Showtime.
Sí, el último episodio de la serie ha
sido el más contundente de una temporada completamente desastrosa, pero ha sido única y exclusivamente por el morbo -no ya interés- de asistir a una conclusión de una vez por todas, con lo que eso no quiere
decir que sea suficiente para salvar la papeleta y consolidar el legado que
deja atrás este pelirrojo con un
fetichismo insano por la sangre. Y es que el principal problema del que ha adolecido
la serie en su último año no sólo ha pasado por una némesis sin chicha ni carisma algunos, o por un amago de huida final hacia Argentina que sonaba tan desesperado como
imposible, sino en el poco cuidado por los detalles, resultado de una falta de
foco y claridad por parte de los guionistas y máximos
responsables de Dexter. Vamos, que desde Showtime no sabían qué final darle a su personaje estrella y han sido víctimas de su propia improvisación y desarraigo con respecto al camino de autodescubrimiento que inició el personaje cuando se dio a conocer allá por 2006
Ya nos
temíamos lo peor cuando, en los
primeros compases de la temporada, la gran carta bajo la manga de los
guionistas pasaba por la súbita aparición de la madre espiritual del protagonista, la doctora
Vogel (Charlotte Rampling), responsable junto a Harry de confeccionar el código que tan escrupulosamente ha seguido Dexter durante su
vida adulta y que le ha permitido mantenerse a salvo sin prescindir de su particular afición. Partiendo de una base en la que la principal preocupación de Harry siempre fue preservar el secreto de su hijo, ya
nos sonó raro que la psicóloga tuviera en su poder unas grabaciones del agente
confesando los atroces crímenes de un Dexter
adolescente, mostradas a la audiencia únicamente a modo de pegamento
para la falta de realismo del arco argumental.
La excusa de la especialista en psicopatías para aparecer tras
tantos años de ausencia, incapaz incluso
de darse a conocer en momentos tan importantes de la vida del forense como el
descubrimiento de que el Ice Truck Killer era en realidad el hermano carnal de Dexter o la muerte de Rita a manos del serial killer más famoso de Norteamerica -repito: "especializada en psicopatías"-, pasaba por la necesidad de ayuda
para encontrar a un antiguo paciente reconvertido en asesino que, en un juego
del gato y el ratón tedioso, no fue desvelado
hasta el último tercio de la temporada
como el hijo supuestamente fallecido de la psicóloga: un psicópata de manual con parálisis facial (o una careta. No me ha quedado claro).
Mientras tanto, la que estaba destinada a ser esa última y dolorosa némesis del protagonista, Debra, comenzaba la temporada inmersa en una espiral de autodestrucción que, en una concepción totalmente errónea de la evolucion de personajes, no tardó en llevarla exactamente al mismo punto en el que se encontraba hace unos años: con Quinn colgado del brazo, la placa de detective -en
lugar de la de teniente- bajo la gabardina y fe ciega en su hermano del alma. Su amago de enfrentamiento con Dexter duró un suspiro y el que ha sido el mayor temor del protagonista durante toda la serie, que su propia hermana policía descubra sus terribles actividades, se solventaba tomando un helado en un chiringuito de la playa. Tampoco ha funcionado demasiado
bien su tira y afloja con Elway (Sean Patrick Flanery), ya que, al igual que ha sucedido con el
Marshal encarnado por Kenny Johnson (The Shield), el personaje no ha servido más que para obstaculizar momentáneamente el camino de nuestros protagonistas, rellenando
minutos de metraje sin suponer en ningún momento una amenaza real.
En general, el maltrato que han sufrido todos y cada uno de los personajes secundarios y la incapacidad para otorgarle un final digno aunque sólo fuera a uno ellos es uno de los mejores indicativos de ese pasotismo con tendencias culebronescas del que han hecho gala los responsables de la serie. Respecto a Masuka, el alivio cómico de la serie, hace tiempo que comprendimos que era imposible profundizar en el personaje cuando el 50% de su diálogo se compone de una risa tonta, con lo que su recién descubierta hija stripper pronto pasó a ser una broma más del respertorio del asiático; pero sí que nos esperábamos algún punto de interés para Quinn, más allá del dolor que le produce la muerte de su novia desde hace 24 horas; o de Batista, que al igual que Matthews, no termina de entender cómo funciona exactamente el retiro de la policía. Por no hablar del marrón final que le queda a Hannah, ex envenenadora, ex millonaria y reconvertida durante toda la temporada en ama de casa especialista en ensaladas con aliño.
En cuanto
al último capítulo en sí mismo, éste ha contado con
una serie de despropósitos muy en la tónica reciente de la serie como, por ejemplo, la
inexistencia de cámaras en el aeropuerto de
Miami capaces de echar por tierra la jugarreta que le hace Dexter a Elway, la
participación de Quinn en el
interrogatorio del asesino que acaba de dejar vegetal a su chica, el nada sutil asesinato de Saxon o ese paseillo final a plena luz del día, con eutanasia incluida, del cadáver de Deb en los brazos de su hermano camino de un
funeral vikingo completamente surrealista. Por lo
menos, ha sido durante los últimos 10 minutos cuando hemos
asistido a un rayo de luz en forma de la siempre bienvenida crueldad al asistir
al inesperado final de Deb y a la muerte simulada del protagonista, que decide exiliarse en Twin Peaks para dejar de contaminar a todo aquel que le rodea. Esa reflexión final, tan oscura y triste
como es en realidad el personaje que la articula, ha supuesto un cierre
satisfactorio en filosofía e intenciones aunque, como
decimos, no haya sido plasmado con la veracidad y el mimo que precisaba. Ni por asomo.
Por
fortuna, es en términos globales donde Dexter encuentra realmente su redención, con un saldo de temporadas
positivas por encima de las prescindibles, aunque dejando ese incómodo mal sabor de boca final. Y es que, en perspectiva, los
logros de la ficción que puso a la cadena
Showtime sobre el mapa trascienden incluso a su propia misión de entretenimiemto y se han convertido en uno de los
picos de inflexión de la historia de la ficción catódica, gracias a un punto de
partida absolutamente rompedor en su momento, destruyendo tabúes y contribuyendo a la proliferación de grises en la moralidad retratada en las ficciones del
siglo XXI. Por éso escuece especialmente que
Showtime, en su habitual modus operandi con las ficciones de éxito, no haya hecho gala de la integridad artística que caracteriza, por ejemplo, a AMC y Breaking Bad,
poniendo el punto final en el momento exacto, embalsamando en nuestro recuerdo
una imagen sin mácula de uno de los personajes
más apasionantes y complejos que
nos haya regalado nunca el medio.
Porque sólo hay que echar un vistazo a este arte conceptual, que también nos sirve para conmemorar el final de la serie, para empezar a tachar mentalmente retratos y, por tanto, temporadas completas.