El aeropuerto Internacional de la Ciudad de México me recibió, más pequeño y antiguo de lo que pude imaginar, con casi una hora de espera para el equipaje, mientras pasaban muchos perritos por el lado oliendo y mirando.
Me encontré allí, mientras esperaba con mi amiga Rocío, con quien compartiría esta nueva aventura, que venía viajando desde Santiago y salimos a la ciudad en una van que previamente habíamos pactado con el hotel y en poco más de 40 minutos ya estábamos en el centro, en pleno Zócalo, sin tráfico afortunadamente porque era domingo.
Nos recibió atento el Hotel Holiday Inn Zocalo, (www.ihg.com/holidayinn/hotels/us/en/mexico-city/mexdt/hoteldetail), y como llegamos tan temprano, y no había early check in, nos facilitaron un baño y custodia de equipaje.
Cambiamos dinero (1 dólar equivalía a 12 pesos Mexicanos aproximadamente) y abordamos el metro Zócalo, ubicado a unos pasos del Hotel, en su línea azul, para ir a Xochimilco. El pasaje vale 3 pesos (muy barato) y es muy fácil moverse en él a través de las lineas divididas en colores.
El interior de los carros es limpio y no iba muy lleno, pienso que es porque era domingo, pero tal como relata en la canción de Café Tacuba, se suben vendedores a vender toda clase de artículos, incluso discos mp3 con radio incluida para entregarlos probados, muy entretenido.
Nos bajamos en la estación terminal Taxqueña y nos trasladamos al tren ligero que parte en el mismo terminal (3 pesos más) en dirección a la estación de Xochimilco, las instrucciones me las dio mi mentora Michelle- una americana avecindada por amor en México- a la que contacté a través de www.hermail.net.
20 minutos más tarde y habiendo atravesado gran parte de la ciudad incluido el estadio Azteca, que vimos desde el tren, llegamos al terminal y caminamos las 4 cuadras al Embarcadero de Belén, uno de los principales.
Mientras íbamos siguiendo los carteles que indicaban la dirección al "embarcadero" nos encontramos con la casa del "Niño de Belén", así que felices con el hallazgo golpeamos para entrar.
La historia cuenta que esta figura del niño Jesús que data de 1577, llamada también Niño Pa, habría pertenecido a la misma Malinche y que los franciscanos la utilizaron durante la evangelización facilitando el proceso, pues los originarios entendieron que el niño Jesús era una personificación del Huitzilopochtli en su origen, abrazando la fe sin mayor resistencia.
Hoy en día el niño Jesús va de casa en casa, y la gente postula para alojarlo durante un año, lo que supone un orgullo para el favorecido, pero también la carga de recibir y explicar a cada visitante - incluido este par de extranjeras curiosas- todo acerca de él: que se cambia de ropa, y acuesta todos los días, que visita a los enfermos y hace travesuras de niño.
Saliendo de esta simpática visita, felices por el recibimiento de los dueños de casa, seguimos nuestra caminata al embarcadero donde ubicamos nuestra Trajinera.
El precio es paralelo 350 pesos la hora, regulando e innegociable, así que arreglamos con nuestro conductor Pedro un recorrido básico, pero tranquilo por las principales atracciones por dos horas. (Hay un recorrido de tres horas que incluye una visita a la casa de las muñecas, pero declinamos por escabroso).
Apenas abordamos Pedro nos ofreció bebidas, eligiendo nosotras una Cerveza Michelada XL de un litro por 60 pesos y Crocante de Nata para comer (una especie de barquillo delicioso) para amenizar nuestro periplo por la llamada "Venecia Mexicana" y Patrimonio de la Humanidad desde 1987.
Ya instaladas nos dedicamos a medir el ritmo de los canales, muy apacibles, y a oír la música que provenía de las trajineras de Mariachis y de las Marimbas que circulaban sin parar.
Pedro
Pedro nos contaba que antes de la Conquista un 60% del terreno del actual DF- la gran Tenochtitlan- estaba constituido por estos canales, incluso lo que hoy es la zona Rosa, Chapultepec y Zócalo, pero que luego fueron progresivamente secados para ser poblados, quedando en la actualidad sólo 197 kilómetros, y una zona ecológica.
Recorrimos con ritmo tranquilo animadas por la conversación el canal más grande, disfrutando de las vistas y de los colores, que incluía incluso varios jardines de venta de Plantas Carnívoras.
En el agua, también el comercio bullía, transándose plantas, muñecas, sombreros y comida, humeando en ollitas sobre braseros ubicados en la misma barca, despidiendo aromas deliciosos...
Rodeamos las porciones de tierra dedicados al cultivo, llamadas Chinampas, que se anclaban por medio de las raíces del Ahuejote, y que permiten hasta ahora y desde antes de la conquista a esta zona ser un vergel y zona de abastecimiento de verduras y frutas de toda la ciudad.
Disfrutamos el paseo como niñas, recordando yo además las decenas de veces que vi esto en la Cámara Viajera de don Francisco en los año 80.
Pedro además de darnos los datos y servir de guía, nos cantó además su canción favorita "Mujeres Divinas", de Vicente Fernández ( "... y siempre me dejaron las mujeres llorando y con el alma hecha pedazos, más nunca les reprocho mis heridas, se tiene que sufrir cuando se ama...") , tiñiendo de algo de dramatismo nuestro paseo.
Los Mariachis no paraban de acercarse coquetos a cada trajinera, ofreciendo sus canciones a 100 pesos cada una, sin posibilidad de negociar la tarifa, ni siquiera un verso, entonando a todo pulmón clásicos de Juan Gabriel, Luis Mi y de los Fernandez.
Como ya se había acercado la hora de almuerzo, aprovechamos de comer en la misma Trajinera; ordenamos en una de las barcas vecinas Mixiote de Pollo (un verdadero misterio envuelto en una bolsa plástica con jugos varios) y quesadillas de Nopal, acompañados de arroz con tomate y una pequeña ensalada de Aguacate... a todo le faltaba sal y sazón, pero la experiencia fue de esas que uno no olvida por el encuadre y no por el sabor.
Ya de regreso nos seguimos encantando con los colores y la música, que hace que este sitio- llamado el lugar de las Flores en lengua Nahuatl- sea un imperdible y recomendable 100%.
Y me traje un recuerdo que hoy está en mi oficina, recordándome los colores y la música.
Terminado nuestro paseo y habiéndonos despedido de Pedro, volvimos en el exacto sentido inverso, tren ligero y metro hasta Zócalo, medio arrebatadas por el viaje y la tranquilidad del paseo, con un ojo abierto para no pasarnos de largo...
Una vez en el hotel y asignada nuestra pieza, nos duchamos y refrescamos dispuestas a no perder un minuto y subimos al restaurante de la azotea para disfrutar nuestra vista privilegiada al Zócalo, la Catedral y a la vida que transcurría frente a ellos.
Después de tan adorable vista bajamos y caminamos las cuatro cuadras que nos separaban de la calle Tacuba, para visitar el Café de Tacuba, que permanece testigo de la historia del D.F. desde 1912.
El lugar es encantador, funciona en una casona del siglo XVII que otrora fue un Monasterio, y entrar a él parece realmente transportar a otra época, los garzones son muy simpáticos y las señoras que atienden también, además de ir ataviadas con un gran moño sosteniendo su cabello.
Primero, nos dedicamos a recorrer sus recovecos y la hermosa segunda planta, decorada con figuras de la Virgen y Santos y luego bajamos a instalarnos y a disfrutar de la comida, con sazón de abuelita, como nos dijo el mesero.
Ordenamos Tacos Dorados, acompañado con un Guacamole delicioso y el platillo más típico del lugar Enchiladas Tacuba, definida por Time Out Mexico "Tortilla rellena de pollo tierno bañada con salsa poblana cremosa y queso derretido que causa adicción instantánea", y no se queda corto el comentario, pues estaba exquisita ...
La cuenta, sumando a la comida un Margarita y una cerveza Corona, alcanzó los 320 pesos, sin propina, pero el momento valió cada peso, pues respiramos conjunto con nuestra comida la historia y el ambiente de 100 años de edad.
Saliendo de allí caminamos por la misma calle Tacuba hacia el Eje Central, encontrándonos de lleno con el Palacio de Bellas Artes, hermoso y brillante, y con el Parque sobre la calle Juarez, en reparaciones, sin quitarle majestuosidad al edificio.
Nos detuvimos también frente a la Torre Latinoamericana, que data de 1956, preside el centro Histórico y que con sus 44 pisos alguna vez fue el rascacielos más alto de Latinoamérica.
Nos devolvimos al Zócalo por calle Francisco Madero, llena de tiendas de marcas internacionales, y también de algunas bellezas como el Palacio de los Azulejos, que sirve de asiento hoy en día a una multitienda y a una cafetería de ensueño, que conservan la bella arquitectura y la atmósfera de antaño.
Vitrineamos un poco, encantándonos con la cantidad de productos cosméticos a súper buenos precios y con las disquerías con buenísimas ofertas y compramos un transformador porque la corriente eléctrica es de 110 voltios y no 220 como la de nosotras.
Llegamos al Hotel y subimos al Restaurante del 6º piso del Hotel: "El Balcón del Zócalo", a disfrutar de la vista hermosa del zócalo a plena actividad, no obstante ya estar avanzada la noche, engalanado aún por las luces del día de la Independencia que se había celebrado algunos días antes.
El garzón nos recomendó probar Mexican Flag, una turistada, compuesta por tres vasitos (caballitos) con los colores de la Bandera Mexicana, rellenos respectivamente de jugo de limón, tequila reposado y Sangrita: jugo de tomate aliñado con chile y pimienta, que contribuye al exacto equilibrio y le resta lo fuerte al alcohol.
Ya terminada nuestra incursión gastronómica bajamos a nuestra habitación a descansar, porque considerando que ese era nuestro primer día estuvo bien ajetreado ... dormimos felices y bienvenidas por esta inmensa ciudad que nos recibió atenta y que siguió mientras soñábamos con su ritmo non stop....
Dato: corriente electrica es de 110 voltiosCambio: 12 pesos mexicanos por dolar.Hotel: Holiday Inn Zócalo