Es bastante duro coger la maleta e irte de tu casa, de tu país, de tu entorno. Embarcarte en otra cultura, con una lengua diferente y haciendo un trabajo que jamás, por suerte, he tenido que hacer antes. Es bastante frustrante no poder expresarte al mismo nivel que lo haces en tu lengua materna y además tener que desarrollar un trabajo que, como he dicho antes, nunca antes he tenido la necesidad de hacerlo. No sé si en este momento la tengo. Bien son sabidas las circunstancias socioeconómicas de España, pero en un momento decidí mejorar mi inglés y es el único trabajo que de momento puedo desarrollar hasta que no domine bien la lengua. Aunque bien es cierto, que influyen también otras circunstancias como pagar una cantidad irrisoria por el alojamiento o invertir 30 segundos en llegar a tu puesto de trabajo.
Frustración es también no haber tenido nadie que me dijese que me quedase a su lado. O lo mismo sí lo tenía y él no quería que me quedase. Lo mismo la quemadura era ya de tercer grado y necesita sanar. Ya había llegado al hueso. Ahora solo queda regenerar la piel. Espero que se regenere… Aunque la situación es de pronóstico reservado.
Frustración es verte con 34 años menos dos meses ante un futuro incierto, habiendo tirado por la borda un plan. Más bueno o más malo, pero era el que movía mi mundo. El que se movía al compás de mis latidos hasta que un día decidí dar un giro a mi vida profesional. Sí, este ya es el segundo, aunque considero que esta etapa es más un retiro espiritual y un medio de crecer a todos los niveles.
Cuando eres consciente del daño que has hecho por ser egoísta, por pensar durante unos meses en mí misma, la aventura se vuelve una auténtica pesadilla.
Poco te interesan mis razones y los motivos que me llevaron a ello, pero no eran exclusivos de mi persona. Está claro que cuando uno necesita aire fresco es porque el que se respira está viciado, aunque luego te des cuenta que prefieres morir asfixiado.