Revista Viajes

Día 11 – Mil vidas

Por Marikaheiki

Día 11 – Mil vidas

June 3, 2013   Desafío creativo   4 Comments DSCN3492

Llevo todo el día desconectada y confieso que sentarme ante el ordenador hoy me está costando más que nunca. Me apetece seguir con la charla ante el fuego, en el antiguo castillo donde esta tarde hemos tomado té, en medio del Parque de Montseny. El aroma a leña era tan de casa, tan de pueblo…estábamos los cuatro (y el gato) embriagados por el humillo rosado de la chimenea.

Salir de la ciudad, de la que sea, siempre supone una vuelta a los orígenes.  Creo que la gente a veces ve en la naturaleza un enemigo, o si no simplemente algo que les es ajeno, de tanto que nos hemos acostumbrado a vivir entre el cemento. Por eso estábamos tan en nuestra onda paseando por el bosque, siguiendo los senderos y sentándonos sobre piedras enormes a descansar. Ha sido un día bonito. Un día de escapar y también de reencontrarnos, solamente rodeados por el gorjeo feliz de los pájaros y la brisa del norte.

Últimamente, cada vez que paso con el tren por La Floresta (un pueblecillo en la montaña) siempre me imagino viviendo en una de las casas que están en la cima. Está ahí, tan blanca y solitaria, y me revuelve por dentro unas ganas ilógicas y que me son nuevas de aislarme unos días, solo la naturaleza y yo, olvidarme el ordenador y el tabaco y el móvil y todo lo que pueda convertirse en un entretenimiento moderno, y pasarme el día en modo contemplativo.  ¿A ti no te pasa que te gustaría vivir mil vidas? En una de ellas yo sería un monje, o un escritor frustrado que encuentra la inspiración a orillas de un gran lago, donde no pasara nada ni nadie más que el devenir natural. En otra, me dedico a recorrer el desierto como un beduino más, a lomos de un camello al que trataría como a un hermano; y en otra sería bruja, de las buenas, que regala hechizos de amo; y en otra sería marinero para perderle este miedo tan tonto que le tengo al mar y sentir saudade de mi tierra; y en otra sería gorda y cocinera de una casa de familia en el campo; y en otra alfarera y poeta a la vez; y en otra (mi preferida) sería la musa de algún artista en la sombra, y así hasta el infinito. Hoy quería ser jardinera: vivir en el bosque, es el castillo de la chimenea, y cuidar las rosas amarillas que trepan por sus paredes. Encendería el fuego cada noche y contaría historias de las otras mil vidas inventadas a los paseantes y a los bandidos.

Sin embargo no soy ninguna de esas cosas, más que en la imaginación. “Entonces las soy”, me digo. Y apago el ordenador para vivir esta que es mucho más real e intensa, aunque la magia no sea tan tangible como en todas las demás.

 

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