Me gusta el sonido del teclear rápido, de cuando brotan sin más las palabras y son indestructibles.
Tengo la sensación de que se pasó demasiado rápido y que no dije nada de nada en todos estos días. Quedan tres. ¿Y después qué? A veces me lo planteo: pienso en el día 30, en cómo será de triste romper esta dependencia a la escritura diaria, y sobre todo con qué cara vuelvo después a publicar, y sobre qué, cuando el pequeño bloguito ha quedado totalmente confundido después de este maremoto de historias, sentimientos, frases y colores. A veces me asalta la idea de ese último párrafo. Yo ya sé qué quiero decir el día 30, pero hoy, ni idea. Y no es que me esté guardando una gran sorpresa: ni mucho menos. Solo quiero desvelar cosas que he ido pensando y que pueden ser la guindita de todo esto. ¿Quién saldrá de esta crisálida, en solo tres días? Ah, no sé. Creo que tendré algún tipo de crisis de personalidad muy grave.
Con todo el caos de estos últimos días (fíjate que yo no tenía ni idea de que podía ser tan absolutamente agobiada y agobiante) este bloguito me parece siempre el remanso donde pararme y dejarlo todo ir. La dinámica es siempre la misma: al principio pereza (el síndrome de nada que contar) pero después me digo: anda, si luego lo disfrutas mucho, míratelo como tu momento de no pensar en nada más, y habitualmente esa pequeñita conciencia tiene razón. A veces, y sobre todo estos últimos días, también dice: si llegaste hasta aquí, no vas a saltarte un día ahora, ¿no? Y pensándolo bien qué absurdo y relativo es todo, porque al final no es más que una apuesta conmigo misma, total, a ti no te cambia nada que yo hoy permanezca en silencio o no lo haga. Esto es para mí. Y por eso mismo.
Hoy es un día que sé de antemano que no voy a decir nada claro. Ya puedes parar de leer y ponerte con Jot Down que son mucho más interesantes. Tengo muchas ganas de no tener nada NADA que hacer para perderme en librerías y bucear en la ficción. Hace tanto que solo leo libros que tienen que ver de una manera u otra con el viaje o con un lugar, que he perdido esa capacidad de ser crédula ante el texto y embarcarme sin razones lógicas en las historias. Yo descubrí que la literatura es para mí eso que algunos llaman pasión. Me apetece: Milan Kundera. Me apetece: Pascal Mercier. Me apetece: realismo mágico. Me apetece: Edgar Allan Poe. Me apetece perderme, me parece.
Una vez un profesor nos dijo que escribiéramos nuestras filias y fobias. Me pareció un trabajo muy divertido porque se trata de explorar los gustos que cada uno tiene en privado, sin tener que pasar ante el tribunal de lo social (así puedo confesar en voz bajas que yo también leí Crepúsculo y los libros de Federico Moccia, que es muy mal prosista, es cierto, pero en cambio buen narrador, porque te mantiene en vilo queriendo saber más hasta que terminas el libro enterito). Todavía me acuerdo de las cosas que escribí: que mi profesor de francés, un mulato de Montpellier impresionante, me volvía loca con esa mirada que casi penetraba, y también que, sin embargo, no me gustaba que me fumasen cerca si yo no estaba fumando, que para esas cosas siempre fui rarita, y un montón de cosas más que ni siquiera recuerdo. Pero sí que me acuerdo de que hablaba de cuánto me gustaba leer, porque era la forma más sencilla de ser otra persona por un tiempo determinado. ¡El sueño de todo superhéroe! Poder cambiar de piel, convertirse, reconvertirse, desaparecerse y ser de repente otro, meterse en la piel de cualquiera, y en su mente y tocarse a uno mismo y saber que ese no eres tú. A mí me pasa eso: pierdo la conciencia de ser alguien real, y me sumerjo en la ficción hasta las últimas consecuencias.
Hoy hablábamos de la intuición y también me parecía un poco eso: rebajar el umbral de pensamiento al mínimo y solo captar la realidad y actuar de acuerdo a los sentidos. Solo conozco una manera de sentirse así completamente y es en lo que los franceses llaman la petite mort.
¿Y si este desafío nunca termina?, me pregunto. Me tiento a no ponerle fin jamás y comprendo que hay días que se necesita el silencio.
¿Pero qué trajo que fue tan bueno? Sin duda me dio el impulso para comenzar a escribir otras cosas, más serias, más elaboradas y menos centrifugadas que estas, pensamientos que solo se hilvanan al compás del minutero.
¿Qué aprendí? No quiero planteármelo ahora. Lo aprendí todo probablemente. Encontré la voz.
¿Y si no, y si aún no es esta? Irá cambiando. Se hará aguda y después grave y después adulta. Se hará.
Hoy nos recuerdan en clase que si te dedicas a hacer algo durante diez años, serás probablemente un experto. Ya solo quedan nueve años, once meses y tres días.
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