Revista Cultura y Ocio
Ayer me adelanté a la celebración del Día de las Librerías. Anduve varios kilómetros y logré convertir un recado —recoger unos papeles— en una caminata con el mismo aire deportivo que cuando subo solo a la Montaña —chubasquero, zapatillas y auriculares por los que me llegaban las palabras del escritor Jordi Puntí sobre su reciente libro Esto no es América (Anagrama), con nueve cuentos que también han aparecido en edición catalana, Això no és Amèrica (Empúries). O al revés, no sé—. A la vuelta, y de la misma guisa, entré en la librería «El Buscón», que es en la que siempre encuentro más novedades que me interesan y la más plural de todas las de esta ciudad en fondo editorial. Con Antonio, el librero, siempre hay conversación. Sobre los dos títulos de Juan Cárdenas que ha publicado este año Periférica. Mi duda era si el último es Zumbido —ya sé que es reedición— o El diablo de las provincias. Me llevé ambos. Jorge Barriuso, que dedicó a esta última novela no hace mucho su «Barriupedia» de Radio 3, me dijo el miércoles que le ponía más hablar de libros en cuyos créditos aparezca Cáceres o Cuenca que no Madrid o Barcelona. O la Isla de San Borondón, que él conoce como sede de Ediciones Liliputienses. Tarde dromomaníaca en la que crucé pasos de cebra con semáforos, transité por aceras deterioradas, esquivé vallas de obras, y dejé pasar una esquina tras otra; e imaginé en una de ellas —ahora no sé si lo vi o lo leí— a una mujer que toma las manos de su acompañante, hace el gesto de apretar los labios para afanarse en algo, y agita las suyas como quien da golpes suaves al corcho de una botella de vino —blanco y algo dulce. Eso fue ayer; hoy solo he pasado por el escaparate de otra librería sin pararme. Al fin y al cabo, uno no necesita ningún día de celebración para lo que forma parte de su vida. A esta hora, sigue siendo el Día de las Librerías.